PECAS

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...

Desde que Checo y Max se conocieron, hubo una chispa especial entre ellos. Checo, con su energía contagiosa y entusiasmo, era como un torrente de palabras y emociones. Max, por otro lado, era su opuesto: tranquilo, observador, siempre escuchando más allá de las palabras. Sus diferencias, en lugar de separarlos, los unieron de una manera única. En el caótico mundo de las carreras, Max era el refugio de Checo, su ancla, su calma en medio de la tormenta.

Después de meses juntos, Checo había notado algo curioso en Max. Cada vez que hablaban, especialmente en esos momentos más tranquilos en casa, Max lo miraba con una intensidad especial. Sus ojos siempre se detenían en su rostro, recorriéndolo con una concentración que Checo no lograba entender del todo. No era la típica atención que uno presta cuando escucha a alguien hablar. Era algo más profundo, como si Max estuviera analizando algo, pero sin decir una palabra.

Checo, siendo tan hablador como siempre, no le dio mucha importancia al principio. Pensaba que tal vez Max simplemente se perdía en sus pensamientos. Pero cada vez era más frecuente, y aunque la mirada de Max nunca lo incomodaba, sí lo dejaba intrigado. ¿Qué estaba pensando? ¿Qué veía Max cuando lo miraba así, en silencio, como si sus ojos pudieran desentrañar un misterio oculto en su rostro?

Una tarde cualquiera, después de un largo día de entrenamientos y reuniones con el equipo, Checo se sentó en el sofá junto a Max, como tantas otras veces. Mientras hablaba sobre las posibles estrategias para la carrera del fin de semana, notó que Max lo miraba con esa misma intensidad, sus ojos fijos en su rostro, analizando cada rincón, cada detalle.

Creo que si usamos los neumáticos medios al principio, podríamos ganar ventaja en las primeras vueltas —dijo Checo, gesticulando con las manos—. Pero depende del clima. Si hay lluvia, tal vez debamos considerar... —Checo se detuvo al darse cuenta de que Max no había dicho ni una palabra. Estaba demasiado concentrado en otra cosa, y esa cosa claramente no era la estrategia de carrera.

¿Qué pasa, Max? —preguntó Checo, sonriendo con cierta curiosidad, alzando una ceja—. ¿No te interesa la estrategia o qué?

Max no respondió inmediatamente. En lugar de eso, sonrió de lado, una sonrisa tan leve que apenas era perceptible. Después de un par de segundos, dijo algo que tomó por completo a Checo por sorpresa.

Setenta y tres.

Checo frunció el ceño, claramente confundido. —¿Setenta y tres qué? —preguntó, esperando algún tipo de explicación.

Max dejó la taza de café que tenía en la mano sobre la mesa y lo miró directamente a los ojos, esa mirada suave y profunda que tanto lo caracterizaba.

Setenta y tres pecas —dijo finalmente—. Tienes setenta y tres pecas en la cara.

El silencio se apoderó del ambiente. Checo lo miró, procesando lo que acababa de escuchar. Por un momento, no supo qué decir. Max, su Max, había estado contando sus pecas. Pecas a las que él mismo apenas prestaba atención.

¿Me estás diciendo que... has estado contando mis pecas? —preguntó Checo, sin poder evitar una sonrisa que mezclaba sorpresa, ternura y diversión.

Max asintió, con esa tranquilidad tan suya. —Lo he estado haciendo desde la primera vez que te vi. Cada vez que te miro, no puedo evitar fijarme en ellas. Son como pequeños puntos que trazan un mapa en tu piel.

Checo lo miró boquiabierto. Nunca en su vida había escuchado algo tan... inesperado. Había pasado todo este tiempo pensando que Max estaba distraído, tal vez absorto en sus propios pensamientos, pero la realidad era que estaba concentrado en él de una manera que nunca hubiera imaginado.

No puedo creerlo —murmuró Checo, todavía sorprendido—. ¿Tienes alguna idea de lo extraño que suena eso?

Max sonrió suavemente, su mano levantándose para rozar el rostro de Checo con sus dedos. Su pulgar trazó un pequeño recorrido por su mejilla, tocando algunas de las pecas que, aparentemente, había estado contando durante meses.

Lo sé —admitió Max, su voz baja y cargada de afecto—, pero no puedo evitarlo. Tu rostro es... fascinante. Cada vez que te miro, siento que tengo que volver a contarlas. Como si fueran pequeñas estrellas en el cielo, formando constelaciones que solo yo puedo ver.

Checo sintió cómo su corazón se aceleraba. Nunca había imaginado que alguien pudiera verlo de esa manera. Que Max, con su naturaleza reservada y calmada, pudiera estar tan atento a los detalles más pequeños e insignificantes de su ser. Sintió una mezcla de emoción y una calidez indescriptible inundar su pecho.

Eres increíble, ¿sabes? —dijo Checo, su voz suave ahora, apenas un susurro.

Max sonrió, inclinándose hacia él, y sus frentes se tocaron suavemente. Los ojos de Max seguían fijos en los suyos, y en ese momento, Checo comprendió que no necesitaban palabras para expresar lo que sentían el uno por el otro.

Y dime —preguntó Checo, en un intento de romper la intensidad del momento, pero aún con la calidez en su mirada—, ¿qué pasa si aparece una nueva peca?

Max rió suavemente, inclinándose un poco hacia atrás mientras lo miraba con ojos brillantes, llenos de cariño. —Bueno, cuando eso pase, tendré que volver a empezar. Y créeme, no me importa en absoluto hacerlo.

Checo no pudo evitar reírse, dejando que esa risa llenara el espacio entre ellos. Había algo increíblemente dulce en la idea de que Max estuviera dispuesto a contar y recontar cada pequeña marca en su piel, una y otra vez, simplemente porque lo veía de una manera tan especial.

Eres un romántico encubierto, ¿verdad? —dijo Checo, bromeando mientras entrelazaba sus dedos con los de Max.

Solo contigo —respondió Max, su voz llena de una honestidad simple y directa.

Checo se inclinó hacia adelante y lo besó suavemente, un beso que era más que un simple gesto de cariño. Era un reconocimiento, una confirmación de lo que Max había estado diciendo todo este tiempo sin palabras. Cada mirada, cada silencio, cada peca contada era una declaración de amor que, ahora lo comprendía, siempre había estado ahí.

Cuando se separaron, Checo apoyó su cabeza en el hombro de Max, suspirando con satisfacción. Sentía que, en ese momento, todo encajaba. Max no solo lo amaba por lo que decía o hacía, lo amaba por todo lo que era, incluso en los detalles más insignificantes.

Te amo, Max —murmuró Checo, sintiendo el calor del cuerpo de Max junto al suyo.

Yo también te amo, Checo. Setenta y tres veces más.

...

Hola, una historia muy corta

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Hola, una historia muy corta.
Espero y les haya gustado.
Gracias por leer.

Setenta y tres veces más Donde viven las historias. Descúbrelo ahora