Las Reglas del Jefe

Prefacio

Dicen que hay una línea muy delgada entre el amor y el odio. Es una afirmación común, casi un cliché, pero es también una verdad innegable para quienes han sentido ambas emociones coexistir en sus corazones. Cuando dos personas que no deberían estar juntas, por una razón u otra, se ven obligadas a convivir en el mismo espacio, se desatan fuerzas difíciles de controlar. Fuerzas que pueden construir o destruir, según lo que decidan hacer con ellas.

Sofía jamás imaginó que su sueño de trabajar en una de las empresas más importantes del país traería consigo una lucha emocional tan compleja. Cuando recibió la oferta para ser parte del equipo de Alejandro Montero, lo vio como un paso fundamental para su carrera, una oportunidad que no se podía dejar pasar. Sin embargo, lo que no sabía era que detrás de esa oferta de trabajo existía un mundo lleno de poder, control y reglas no escritas que Alejandro imponía sin vacilar. A pesar de estar rodeada de un equipo talentoso, fue claro desde el principio que no todos tenían la misma oportunidad. Alejandro era un hombre de normas estrictas, un jefe con una postura inquebrantable, alguien que valoraba la perfección por encima de todo. Y Sofía, con su naturaleza independiente y obstinada, era todo lo contrario a lo que él esperaba de sus empleados.

Alejandro Montero, a sus 35 años, había construido un imperio empresarial. Era respetado, temido y admirado en partes iguales. Los ejecutivos más experimentados lo describían como un hombre con una visión aguda, una mente estratégica y una ética de trabajo implacable. Pero también era conocido por su personalidad controladora, su falta de paciencia con los errores y su aversión a cualquier cosa que pusiera en riesgo su control absoluto sobre su empresa. Alejandro valoraba el orden en su vida tanto como en su trabajo. No tenía espacio para imprevistos, mucho menos para una relación sentimental, y mucho menos con alguien de su propia oficina.