Capítulo 17.

17 2 3
                                    

La Culpa y la Esperanza

Astrid salió de su casa ignorando los gritos de sus padres que le exigían que explicara quién la había traído. No tenía tiempo para discusiones ni reproches; su mente estaba centrada en una sola cosa: Isabela. Al llegar a la Cruz Roja, su corazón latía con fuerza mientras se acercaba a la recepción.

—¿La habitación de Isabela Andrade? —preguntó, tratando de mantener la calma.

La recepcionista buscó en su computadora y le respondió:

—Es la 345, en el tercer piso.

Astrid sintió un pequeño alivio al saber que Isabela estaba en el hospital, aunque la preocupación no la dejaba en paz. Decidió llamar a Karla, pues no sabía a quién más recurrir. Cuando Karla llegó, la abrazó fuertemente.

—Es mi culpa que haya chocado —dijo Astrid, con lágrimas en los ojos.

Karla, sorprendida, preguntó:

—¿Qué fue lo que pasó?

Astrid, sintiéndose impotente, no supo responder. La angustia la invadía, pero ya le habían dado autorización para pasar a ver a Isabela. Sin embargo, necesitaba calmarse antes de entrar. Respiró hondo varias veces, buscando serenidad.

Finalmente, Astrid se sintió un poco más tranquila y decidió pasar, dejando atrás a Karla, quien la observaba con preocupación. Cuando entró, el corazón le dio un vuelco al ver a Isabela conectada a varias máquinas. Afortunadamente, no había sido nada grave que necesitara cirugía; solo algunos golpes. La tenían en observación, y eso le dio un leve consuelo.

—Todo es mi culpa —susurró Astrid mientras se acercaba—. Si no te hubiera llamado, nada de esto habría pasado.

Isabela, abriendo los ojos lentamente, le respondió con una voz suave:

—No es tu culpa.

Astrid sonrió, aunque la tristeza aún la envolvía.

—Si algo te hubiera pasado, no me lo habría perdonado jamás —dijo, sintiendo un nudo en la garganta.

En ese momento, Karla entró en la habitación. Karla, mirando a Isabela con preocupación, preguntó:

—¿Cómo está, profesora Andrade?

—Afortunadamente bien —respondió Isabela—. No pasó nada grave.

Astrid, con la mente inquieta, le dijo a Karla que se iría porque quería quedarse a cuidar de Isabela, pero esta la interrumpió:

—No quiero que te quedes aquí, Astrid. Necesitas ir a descansar.

Astrid miró a Isabela, sintiendo una mezcla de preocupación y amor. Ella no podía dejarla sola.

—Voy a quedarme y nadie me va a sacar de aquí —declaró, firme en su decisión.

Karla, con un tono de preocupación, le dijo:

—La profa Andrade tiene razón, Astrid. Vamos a casa y mañana regresas más calmada y descansada para cuidarla.

Con pesar, Astrid aceptó. Sabía que, si se quedaba, lo más probable era que se quedara dormida y no podría cumplir su promesa de cuidar a Isabela. Se acercó a ella y le dio un beso en la frente.

—Te quiero, Isa. Descansa —murmuró antes de salir de la habitación.

Una vez fuera, Astrid y Karla pidieron un taxi. Al llegar a casa, el ambiente estaba tenso. Astrid sabía que sus padres la estaban esperando, listos para regañarla. Sin embargo, no podía escuchar nada de lo que decían; su mente estaba centrada en una sola cosa: debía descansar para poder cuidar de Isabela al día siguiente.

Ecos de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora