04. La niña y su globo

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Razón #3: La inocencia y la alegría en las pequeñas cosas.

El sol brilla débilmente a través de las nubes grises, pero la luz no alcanza a iluminarme por dentro. Camino sin rumbo por las calles cerca de mi casa, un recorrido que he hecho cientos de veces sin detenerme a observar lo que me rodea. Las mismas aceras, las mismas tiendas, las mismas caras desconocidas. Todo parece un borrón en mi mente, como si el mundo fuera un paisaje que pasara velozmente a través de una ventana, sin que yo pudiera interactuar con él.

Mis pensamientos siguen siendo los mismos: pesados, constantes, implacables. El tiempo avanza, y la fecha sigue acercándose como un tren que no puedo detener. Todo sigue igual, o al menos eso es lo que me digo. Nada ha cambiado realmente. Aunque el anciano del parque y la joven en el autobús me hicieron pensar por un momento en otra posibilidad, esa sensación se disolvió tan rápido como apareció. La vida sigue siendo la misma. Vacía. Sin sentido.

A medida que continúo caminando, escucho una risa ligera, aguda, como una campanilla que suena a la distancia. Mis pasos se detienen aunque no lo hago conscientemente. Giro la cabeza en dirección al sonido y veo a una niña pequeña jugando con un globo. Está completamente sola, o al menos eso parece, moviéndose con despreocupación mientras sostiene el hilo que mantiene el globo flotando sobre su cabeza. El globo, de un color rojo brillante, se balancea en el aire, movido por la brisa ligera que sopla.

La niña corre de un lado a otro, riendo cada vez que el globo se eleva más alto y vuelve a caer hacia ella. El simple acto de seguir ese objeto flotante parece darle una felicidad tan pura, tan genuina, que me detengo y la observa por un momento. Algo en la manera en que se mueve, en la forma en que su risa llena el aire, me resulta inquietantemente... ajeno. Esa alegría inocente, esa despreocupación por todo lo que la rodea, es algo que no recuerdo haber sentido en años. ¿Cuándo fue la última vez que reí así, con tanta libertad, sin preocuparme por nada más que el momento presente?

El globo se eleva de nuevo, y la niña salta para atraparlo, pero un fuerte soplo de viento lo empuja hacia mí. El hilo roza mi mano, y lo agarro instintivamente antes de que pueda volar más lejos. Por un segundo, me quedo mirando el globo, como si fuera algo completamente extraño. El rojo brillante contrasta con todo lo que me rodea, con el gris del día, con la pesadez de mis pensamientos.

—¡Mi globo! —dice la niña con voz preocupada, corriendo hacia mí.

Me quedo inmovil mientras ella se acerca. Su rostro está lleno de emoción y preocupación, pero hay una energía tan viva en sus ojos que me resulta desconcertante. Finalmente llega a donde estoy y se detiene, mirándome con una expresión de expectativa, pero sin el menor rastro de miedo o incomodidad. Me observa como si yo fuera alguien completamente ordinario, como si no existiera esa distancia que el suelo percibe entre los demás y yo.

Levanto el brazo lentamente, sosteniendo el globo hacia ella. Esperaba que lo tomara rápidamente y volviera a su juego, pero en lugar de eso, se queda ahí, mirándome fijamente. Su rostro se suaviza, y luego, de la nada, me ofrece una sonrisa amplia, tan luminosa como el globo que sigue flotando entre nosotros.

—Es tuyo —digo en voz baja, pero ella no se mueve para tomarlo.

En lugar de eso, extiende su mano, como si quisiera dármelo a mí.

—Para ti —dice, con esa voz infantil, tan clara, tan desprovista de cualquier duda o miedo.

La observo, completamente desconcertado. El globo se balancea entre nosotros, y durante unos segundos, no sé qué hacer. ¿Por qué me ofrecería su globo? No me conoce. No sabe nada de mí. Este pequeño gesto, tan simple y desinteresado, me deja paralizado. Ella no me pide nada a cambio, no espera nada. Solo está ahí, con una sonrisa, ofreciéndome su pequeño tesoro como si fuera lo más natural del mundo.

—No... no es necesario —balbuceo, casi sin saber qué decir.

Pero la niña no parece dispuesta a aceptar un no por respuesta. Sigue sosteniendo su mano extendida, esperando pacientemente a que tome el globo. Su sonrisa nunca vacila, y algo en su determinación, en su dulzura, me golpea de una manera que no esperaba. Hay algo en esta pequeña acción, en este gesto insignificante, que me hace sentir una punzada en el pecho.

Finalmente, extendiendo mi mano y tomo el globo. El hilo se siente ligero entre mis dedos, pero lo que pesa es lo que representa. Inocencia. Bondad. La simplicidad de una alegría que yo ya no recuerdo. No sé por qué, pero en ese momento me doy cuenta de lo desconectado que estoy de todo esto. Lo que para ella es solo un juego, un momento de felicidad, para mí es un recordatorio de todo lo que he perdido. O tal vez nunca tuve.

—Gracias —murmuro, aunque mi voz apenas se escucha.

La niña asiente, satisfecha, y se da la vuelta para volver a correr por la acera. Su risa vuelve a llenar el aire mientras se aleja, como si nunca hubiera habido un momento de duda en su mente. Tan libre. Tan despreocupada. No me mira de nuevo, no espera ningún agradecimiento. Simplemente sigue adelante, disfrutando de su juego, como si no hubiera hecho nada fuera de lo común.

Me quedo ahí, con el globo en la mano, sintiendo el leve tirón del viento que lo empuja hacia arriba. Es un simple globo rojo, pero en este momento parece tener más significado del que puedo entender. Me siento extraño, como si algo se hubiera movido dentro de mí, aunque no sé exactamente qué es. Este gesto tan pequeño, tan insignificante, me ha dejado una impresión que no esperaba. ¿Cómo es posible que algo tan simple como un globo pueda tener este efecto?

Mientras la veo alejarse, pienso en lo que acaba de suceder. La vida es tan compleja para mí, llena de capas y capas de pensamientos oscuros y pesados, pero para ella, todo es tan sencillo. Un globo. Una sonrisa. Un regalo sin razón aparente. Y en medio de todo eso, hay una verdad que no había visto antes: tal vez, la belleza de la vida no siempre está en los grandes momentos o en las respuestas profundas. Tal vez está en las pequeñas cosas, en los gestos que no esperan nada a cambio, en los momentos de inocencia que hemos olvidado cómo apreciar.

Respiro hondo, sintiendo el aire frío llenar mis pulmones, y me doy cuenta de que por primera vez en mucho tiempo, no me siento completamente hundido. No sé qué significa esto, ni cuánto durará esta sensación, pero en este momento, mientras sostengo el globo en mi mano, siento algo diferente. Algo pequeño, pero real.

Y por un breve instante, me pregunto si tal vez, solo tal vez, hay algo más por lo que valga la pena quedarse un poco más.

Con el globo flotando sobre mí, empiezo a caminar de vuelta a casa. Mis pasos siguen siendo lentos, pero algo en mi interior ha cambiado, aunque no estoy seguro de qué. El mundo a mi alrededor sigue igual, pero algo en mí ha dejado de ser completamente indiferente.

Tal vez la vida no es tan complicada como la he hecho parecer. Tal vez, en algún rincón escondido, todavía hay algo de inocencia, de bondad, que puede alcanzarme. Y tal vez, después de todo, no esté completamente solo.

Decido seguir caminando.

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10 RAZONES PARA NO MORIR [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora