En un rincón olvidado del bosque, donde la luz del sol apenas lograba atravesar las densas ramas, un pequeño Kirishima se encontraba perdido. Había salido a explorar, emocionado por la idea de una aventura, pero ahora se sentía pequeño en un mundo lleno de sombras. Su corazón latía con fuerza mientras miraba a su alrededor, buscando algún indicio familiar que lo guiara de regreso a casa.
De repente, un gruñido rompió el silencio, y un pequeño lobo rubio apareció entre los arbustos. Era Katsuki Bakugo, un niño de carácter fuerte y un temperamento explosivo, incluso a tan corta edad. Lo que más destacaba de él eran sus ojos intensos, llenos de curiosidad y un poco de mal humor.
—¿Qué demonios haces aquí, humano? —gritó Bakugo, frunciendo el ceño mientras se acercaba a Kirishima.
Kirishima, con su cabello rojo y brillante, lo miró con sorpresa. Sus ojos se iluminaron al ver al lobo que, a pesar de su actitud gruñona, parecía tener una extraña aura de seguridad.
—¡Un lobo! ¿O un hombre lobo? —exclamó Kirishima, tratando de contener el pánico en su voz. —¡Estoy perdido! No sé cómo volver a casa.
Bakugo rodó los ojos y comenzó a caminar en línea recta, como si la respuesta fuera obvia.
—Bien, sígueme —dijo Bakugo, mientras avanzaba con confianza.
Sin pensarlo dos veces, Kirishima siguió a Bakugo a través del denso bosque. Aunque el lobo parecía molesto, no podía evitar sentir que había algo especial en su nuevo amigo. Mientras caminaban, Bakugo soltaba constantes quejas y gruñidos, pero Kirishima no podía evitar sonreír. El contraste entre su energía positiva y el humor malhumorado de Bakugo creaba una extraña dinámica que hacía que el tiempo pasara volando.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Bakugo se detuvo frente a un claro. Al otro lado, se podía ver la casa de Kirishima, apenas a unos metros.
—Ahí tienes, ¡lárgate! —dijo Bakugo, con una mueca de satisfacción. —No te atrevas a perderte de nuevo, o serás comido.
Kirishima se dio la vuelta, y su sonrisa resplandecía más que nunca. —¡Gracias, Bakugo! No sé qué hubiera hecho sin ti.
Bakugo hizo un gesto despectivo, pero en su interior, se sentía bien. Había salvado a un humano, y desde ese día, los dos se volvieron inseparables. Kirishima había encontrado no solo un ser mágico, sino también a su compañero de aventuras en un mundo donde lo salvaje y lo mágico se entrelazaban.
Y así, entre risas, peleas y un par de gruñidos, su amistad floreció, creando la base de una relación que enfrentaría muchos desafíos en el futuro.
Bueno, ahora en el presente, nuestros protagonistas se encontraban en una de las épocas del año que a la mayoría les gusta. Sí, exacto, era Halloween.
El joven pelirrojo, caminaba con paso decidido hacia la casa de su abuela, llevando una canasta con comida. La noche estaba cubierta por una ligera bruma, pero eso no le preocupaba. Estaba acostumbrado a este trayecto. Sin embargo, mientras avanzaba por el bosque, sintió una sensación familiar, como si alguien lo estuviera observando.
No era la primera vez que sentía esa mirada, de hecho, ya estaba acostumbrado. O bueno, acostumbrado a una en particular. Bakugo.
Era extraño, normalmente, cuando Bakugo lo vigilaba, no tardaba mucho en aparecer para asustarlo o, al menos, molestarlo de alguna forma. Era casi una rutina entre ellos. Desde que se conocieron, Bakugo había dejado de esconderse de Kirishima, pero seguía evitando a los demás. Bueno, con la excepción de los adolescentes y niños que se acercaban demasiado al bosque. Bakugo disfrutaba demasiado de asustarlos.
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La Caperucita Roja y el Lobo Feroz
Historia CortaEn una noche oscura y tormentosa de Halloween, el bosque estaba cubierto por una espesa niebla, y el viento aullaba entre los árboles, como si los mismos espíritus estuvieran inquietos. Kirishima, con su cabello rojo tan brillante como su capa, avan...