"Un nuevo lugar en el que vivir no siempre significa un nuevo comienzo."
Tras ese último intercambio de miradas, el estruendoso sonido de la puerta resonó por toda la habitación. La luz de la sala anterior se volvió aún más fría; los tonos blancos de las lámparas creaban un pasillo que se sentía más gélido que la propia noche en las montañas donde ella solía refugiarse. El aire pesado la envolvía, como si el mismo lugar quisiera advertirle que no había regreso.
—Camina —ordenó la voz, tan fría como el mármol bajo sus pies.
Sus pasos eran lentos, pesados, como si cadenas invisibles ataran sus tobillos. Cada movimiento era un esfuerzo, pero aún así, seguía avanzando, aunque no supiera a dónde la llevaban ni qué destino le esperaba. Aquel pasillo parecía interminable, pero ella no titubeó, aunque la senda que pisaba solo la llevara hacia un futuro incierto, sin retorno.
Al alejarse de la puerta principal, una luz blanca y cegadora bañó su rostro. Instintivamente giró la cabeza hacia un ventanal, donde la luna llena dominaba el cielo nocturno. Desde ahí, la luna se veía inmensa, imponente, como si estuviera observando todo lo que sucedía en ese lugar. Su luz era fría, pero en su magnitud había algo innegablemente hermoso. Por un instante, sus pensamientos volaron lejos, hacia la libertad que parecía tan distante como aquel astro.
Los dos hombres que la escoltaban se detuvieron abruptamente ante una gran puerta de roble. Uno de ellos tocó dos veces con firmeza.
—Pasen —se escuchó una voz al otro lado, tan helada que un escalofrío recorrió su espalda.
Las puertas se abrieron, revelando una sala majestuosa. Allí estaba una mujer de cabellos dorados, perfectamente peinados, con una mirada imperturbable y una postura rígida. Vestía un elegante vestido negro, acompañado de largos guantes que cubrían sus manos. Todo en ella irradiaba una pulcritud y frialdad inquebrantables, como si el lugar mismo fuese una extensión de su ser.
—Esta es la intrusa —dijo uno de los soldados, sin mirarla—. Su castigo será servir en el palacio. No dudes en asignarle los trabajos más duros.
—¡¿Qué?! —exclamó ella, llena de incredulidad, dando un paso adelante—. Este no es un lugar para errores. ¡Llévense a esta criatura! No necesito más molestias.
—Son órdenes del rey —fue lo último que dijeron los soldados.
La mirada penetrante de la mujer cayó sobre Aylin como un rayo de hielo. Sus ojos destellaban con una ira contenida, revelando un desagrado evidente hacia la joven de cabello negro, como si tuviera motivos más que suficientes para justificar su actitud con una lógica fría y calculada.
—Está bien —dijo la mujer con una voz firme y calmada, pero cada palabra cargaba la amenaza velada de los eventos que estaban por venir—. Si el rey desea que te quedes aquí, vivirás bajo mis órdenes y mis términos.
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El eco del romance eterno
Viễn tưởngMi corazón latía con fuerza una vez más, tu mirada cruzo con la mía, mis oídos dejaron de funcionar, el tiempo se había paralizado, mientras mis piernas querían correr a ti, tomarte entre mis brazos, escapar de ahí y dejar todo atrás... pero tu no e...