14. La mañana siguiente

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Los primeros rayos de sol entran por la ventana, filtrándose a través de las cortinas y llenando la habitación con una luz suave y tibia. Me despierto lentamente, mis ojos aún se sienten pesados, mi cuerpo cansado, pero de alguna manera, diferente. Hay una extraña quietud en el aire, un silencio que me envuelve mientras sigo tumbado en la cama, sin moverme. Estoy vivo. Esa es la primera cosa que me viene a la mente. No como una sorpresa, sino como un hecho que me resulta casi nuevo. Estoy vivo.

Anoche había decidido no acabar con mi vida. La decisión, que durante tanto tiempo me había parecido la única salida, se desvaneció en el momento más crucial. Ahora que la mañana ha llegado, el peso de esa decisión sigue sobre mí, pero se siente diferente. El dolor sigue aquí, latiendo en el fondo de mi ser, pero hay algo más. Algo que no puedo identificar del todo, pero que se siente como una ligera apertura, una pequeña chispa de... esperanza.

Me siento en la cama, mirando alrededor de la habitación. Todo parece igual, pero yo no soy el mismo. No sé lo que significa, no sé qué hacer con este cambio, pero por primera vez en mucho tiempo, siento que tal vez no estoy atrapado en el mismo ciclo interminable de desesperación. Tal vez hay algo más. Algo que no he visto o que no he permitido entrar en mi vida.

Mis pensamientos se dirigen, casi sin querer, a la conversación que tuve con el profesor Herrera. Había mencionado a Dios, había sugerido que fuera a una iglesia, que hablara con Él directamente. En ese momento, me reí para mis adentros. ¿Qué podría decirle a Dios? ¿Qué respuestas podría obtener? Pero ahora, sentado en esta cama, con el peso de la noche anterior aún colgando sobre mí, la idea no parece tan absurda.

Dios. ¿Existe? ¿Ha estado ahí todo este tiempo, viendo cómo me caía más y más en el abismo sin hacer nada para detenerlo? ¿Es posible que haya una razón, un sentido detrás de todo lo que he sufrido? No lo sé. No estoy seguro de querer saberlo. Pero hay algo dentro de mí que me impulsa a averiguarlo.

Decido salir de casa. Me visto rápidamente, sin pensar demasiado en lo que estoy haciendo. Las calles están vacías, el aire frío de la mañana acaricia mi piel mientras camino sin rumbo claro, pero sabiendo hacia dónde quiero ir. Mi mente sigue llena de preguntas, de dudas, de rabia, pero también de algo nuevo que no sé cómo describir. ¿Qué es lo que espero encontrar en una iglesia?

Los pasos me llevan al centro de la ciudad, donde se erige una iglesia monumental, una catedral que siempre había ignorado, como si fuera solo otro edificio en el paisaje urbano. Catedral del Santísimo Redentor, leo en la placa a un lado de las grandes puertas de madera. Imponente es la única palabra que me viene a la mente. La estructura es alta, con torres que se elevan hacia el cielo, y una cruz de hierro negro en lo más alto, mirando hacia abajo como si vigilara todo.

Empujo la puerta, que cede con un chirrido suave, y entro. El interior es oscuro, fresco, con el eco de mis pasos resonando en el espacio vacío. Los bancos están vacíos, y el silencio aquí dentro es casi opresivo, como si este lugar guardara los secretos y las oraciones de cientos de almas que han pasado por aquí. No hay nadie. Estoy solo.

Camino hasta el frente, donde un crucifijo gigante cuelga sobre el altar, la figura de Cristo tallada en madera, con los brazos extendidos, los pies clavados, la cabeza inclinada en una mezcla de sufrimiento y paz. Lo observo, sintiéndome pequeño e insignificante bajo su sombra. ¿Qué sentido tiene todo esto?

Me siento en uno de los bancos cercanos al altar, mis manos tiemblan ligeramente mientras las apoyo sobre mis rodillas. No sé qué estoy haciendo aquí. No sé qué quiero decir o qué espero escuchar. Pero las palabras comienzan a salir, primero en un susurro, luego en un murmullo.

—Dios... —mi voz suena áspera, como si no hubiera hablado en días—. Si es que estás ahí, ¿puedes oírme?

El silencio de la catedral me devuelve la pregunta, como si las paredes esperaran, como si incluso el aire que me rodea estuviera conteniendo el aliento.

10 RAZONES PARA NO MORIR [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora