Capítulo 18.

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Entre el Amor y la Preocupación

Durante toda la noche del domingo, Astrid no pudo dormir. Sus pensamientos giraban como un remolino descontrolado. Las emociones la abrumaban: el accidente de Isabela, la preocupación por su recuperación y la discusión reciente con sus padres se mezclaban, robándole cualquier posibilidad de descanso. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Isabela en el hospital la asaltaba, haciéndola revivir el miedo de perderla.

Al amanecer, agotada pero decidida, se levantó de la cama. Sabía que debía ir a ver a Isabela. Era lo único que le importaba en ese momento. Se vistió rápidamente y salió de casa sin despertar a sus padres, quienes, después de la acalorada discusión de la noche anterior, seguían profundamente dormidos.

El camino al hospital le pareció eterno, aunque sus pies parecían volar por las calles. Al llegar, el aire fresco de la mañana apenas comenzaba a llenar los pasillos. Se dirigió directamente a la habitación de Isabela. Al abrir la puerta, la vio despierta, sentada en la cama. Aunque era un momento vulnerable, Isabela mantenía la elegancia y el porte que siempre la caracterizaban. Incluso con su pijama de hospital y su rostro sin maquillar, para Astrid seguía siendo la mujer más hermosa del mundo.

Astrid se quedó quieta, admirándola unos momentos, intentando grabar esa imagen en su mente.

—¿Qué haces ahí parada? Pasa —dijo Isabela al notar su presencia, sonriendo levemente.

Astrid, con una sonrisa tímida, entró y se acercó a ella. Le dio un suave beso en los labios como saludo, un gesto lleno de cariño que transmitía más de lo que las palabras podían expresar.

—Buenos días, amor —susurró Astrid, acariciando el rostro de Isabela.

—Es muy temprano para que estés aquí —dijo Isabela, mirándola con ternura—. ¿Al menos desayunaste?

Astrid dudó por un segundo, y luego mintió:

—Sí, ya comí algo en casa.

Sin embargo, antes de que pudiera sentirse aliviada por haber evitado la pregunta, su estómago la delató con un gruñido fuerte y claro. Isabela arqueó una ceja, esbozando una sonrisa.

—Toma algo de dinero de mi bolso y ve a comer algo a la cafetería. No quiero que te desmayes aquí.

—No quiero dejarte sola —respondió Astrid, preocupada.

—No te preocupes, el doctor Gonzalo va a venir a verme pronto. Estaré bien —le aseguró Isabela, acariciando su mano.

Astrid suspiró. Sabía que Isabela tenía razón, pero aun así no le gustaba la idea de alejarse de ella, aunque solo fuera por un rato. Finalmente, cediendo, tomó el dinero y se fue corriendo a la cafetería del hospital. Mientras bajaba las escaleras, su teléfono comenzó a vibrar insistentemente con llamadas de sus padres y de Karla, pero decidió ignorarlas. No quería enfrentarse a sus reproches en ese momento. Su prioridad era Isabela.

En la cafetería, compró un sándwich y un jugo, pero apenas podía disfrutar de la comida. Su mente seguía con Isabela, preocupada por su bienestar y su recuperación. Después de comer rápidamente, volvió a la habitación de Isabela.

Al entrar, escuchó la voz del doctor Gonzalo. Estaba informando a Isabela de buenas noticias.

—Hoy mismo te daremos de alta —le decía el médico con una sonrisa—. Solo necesitas continuar con reposo en casa y evitar actividades físicas intensas.

Astrid no pudo contener su emoción. Se lanzó hacia Isabela para abrazarla, olvidando por un momento que aún estaba recuperándose. Isabela soltó un quejido de dolor cuando Astrid la apretó con demasiada fuerza.

—¡Cuidado! —intervino el doctor Gonzalo—. Ya está mucho mejor, pero el dolor puede persistir unos días más.

Astrid se apartó rápidamente, su rostro sonrojado por la vergüenza.

—Lo siento, lo siento mucho, amor —dijo, con una sonrisa tímida.

Isabela la miró con cariño y negó con la cabeza.

—No te preocupes. Estoy feliz de verte así de emocionada —dijo, tomando su mano.

Unas horas más tarde, tras completar los trámites necesarios, Isabela fue dada de alta. Astrid insistió en acompañarla a su apartamento, aunque Isabela trató de convencerla de que no era necesario. Pero Astrid no aceptaría un no por respuesta. Tomaron un taxi y pronto llegaron al apartamento de Isabela.

Al llegar, Astrid ayudó a Isabela a acomodarse en el sillón, asegurándose de que estuviera lo más cómoda posible. Después de tantos días de preocupación y estrés, necesitaba algo que le diera un poco de normalidad. Decidió que lo mejor sería cocinar algo sencillo y delicioso para ambas.

—Voy a preparar algo ligero para ti —dijo Astrid, sonriendo mientras se dirigía a la cocina.

Isabela, desde el sillón, la miraba con ojos llenos de afecto. Aunque aún se sentía un poco débil, saber que Astrid estaba allí con ella le daba una inmensa paz.

Mientras Astrid cocinaba, no podía evitar pensar en todo lo que habían pasado en los últimos días. Isabela había estado en peligro, y la idea de perderla la había asustado más de lo que quería admitir. Pero ahora estaban juntas, y aunque todavía quedaba mucho por resolver —especialmente con sus padres—, sabía que juntas podían superar cualquier cosa.

Después de un rato, Astrid terminó de preparar una pasta ligera, acompañada de agua de jamaica. Se acercó a Isabela y la ayudó a levantarse con cuidado.

—Ven, amor. Es hora de comer algo rico —dijo Astrid, sonriendo mientras ayudaba a Isabela a sentarse en la mesa.

Isabela se acomodó y miró el plato frente a ella.

—Huele delicioso. Gracias por todo lo que has hecho por mí —dijo, tocando la mano de Astrid con cariño.

Ambas comenzaron a comer, disfrutando del sabor de la comida y de la compañía mutua. Platicaron sobre cosas sencillas, dejando de lado las preocupaciones por un momento y enfocándose en el presente. La conexión entre ellas era más fuerte que nunca.

Cuando terminaron de comer, Astrid comenzó a sentir la presión del tiempo. Sabía que tenía que regresar a casa eventualmente, aunque no quería dejar a Isabela sola.

—No me gusta la idea de dejarte sola aquí —dijo Astrid, preocupada—. ¿Estás segura de que estarás bien?

Isabela le sonrió tranquilamente.

—Voy a estar bien, te lo prometo. Solo necesito descansar un poco. Si necesito algo, te llamaré enseguida.

Astrid suspiró. Sabía que Isabela era fuerte, pero no podía evitar preocuparse. Finalmente, se despidieron con un largo abrazo y un beso suave.

—Te amo —susurró Astrid.

—Yo también te amo —respondió Isabela, sonriendo.

Mientras Astrid salía del apartamento y se dirigía de vuelta a su casa, su mente seguía llena de pensamientos sobre Isabela. A pesar de su preocupación, sentía una calma en su corazón. Sabía que su relación era fuerte, y eso la llenaba de esperanza para lo que viniera.

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