𝒳𝒳𝒳𝐼𝐼- 𝓢𝓮𝓬𝓻𝓮𝓽𝓸𝓼 𝓭𝓮 𝓜𝓪𝓭𝓻𝓮-

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Mierda, mierda, mierda

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Mierda, mierda, mierda.

Evanna y yo habíamos intentado dejar a Cinderella fuera de esto, para evitar otro alboroto como el que se armó cuando la bruja tomó posesión de su cuerpo. Pero parecía que nadie en este castillo estaba a gusto sin información.

—¿Por qué dijiste eso, Samantha? —Logré percibir cómo la tensión comenzaba a recorrer el cuerpo de la Alfa, quien confrontaba mis recientes palabras.— ¿Dónde está ella?

La Reina se plantó frente a nosotras, como si quisiera protegernos de mi suegra. Alzó su mano y la mantuvo en alto.

—Buenas noches, Alfa Lovegood. No me dijiste que vendrías hoy.

Cindy estrechó la mano que se le ofrecía, sin dejar de mirarnos alternadamente a las tres.

—La amiga de mi hija tuvo un accidente que casi le cuesta la vida, y decidí acompañar a su madre hasta aquí.

—¿Carly tuvo un accidente? —La voz sorprendida, ¿y preocupada?, de Adara me hizo mirarla con sospecha. ¿Era Gally quien aún estaba ahí?

—Sí, fue atacada por una tal... ¿Andrómeda?

La sorpresa manchó el rostro de la líder de Lunae, pues era su familia la que estaba siendo acusada.

—¿Disculpa? —Se dirigió a mí en busca de respuestas— ¿De qué está hablando?

—Andrómeda y Evanna se encontraron. —Aquello ya comenzaba a darle pistas sobre lo que había sucedido—Discutieron, y... Evanna tocó un punto sensible que desquició a Andrómeda e intentó herirla.

—¿Y por qué la herida es la mundana? —Intentó razonar.

—Porque protegí a mi esposa de su magia y... bueno, Carla salió lastimada.

La duda se disipó rápidamente de su rostro al darme la razón, sin juzgarme por lo que había hecho.

Con cada segundo que pasaba, las ansias de Cinderella aumentaban, volviéndose extremas al fijar su mirada en Adara, quien lucía preocupada.

—¿Qué pasa? —Les pregunté a ambas— ¿Tienen mucha prisa?

Noté el pie de Adara moviéndose de arriba hacia abajo, como si el momento la desesperara.

—Nadie se va de aquí sin decirme la verdad —Declaró la Alfa, con esa fuerza en la voz que la distinguía del resto. Sin embargo, no contaba con que ninguna de las tres reaccionara ante su tono, especialmente la Reina, quien se acercó a ella con firmeza.

—Espero que no estés intentando decirme qué hacer, Lovegood.

Su voz sí provocó una reacción en la otra; bajó la cabeza, avergonzada y sumisa.

—Solo...

—Calla —Ordenó con dureza la Reina. —Te contaremos lo que pasa con Gally, pero este no es el momento. Tenemos prisa.

Infierno Escarlata (C.E 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora