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Ni-ki.

El lunes por la mañana, ya no habían muchas personas hablando sobre la maestra Bang. El furor de la noticia se había apaciguado durante el fin de semana, y la Feria también ayudó a opacar un poco el tema de la maestra de Literatura y su repentina desaparición. Algunas madres del Comité de Padres de Familia se habían enterado que, tal y como muchos sospechaban, la señora Bang había renunciado porque estaba buscando su jubilación y ya no se sentía en la capacidad de seguir enseñando.

En sus propias palabras, ya se estaba poniendo vieja, así que lo mejor era hacer lo que quisiera y comprar el primer vuelo a las Bahamas. Aún así, resulta que la vicerrectora Jung sabía hace un tiempo de la renuncia de Bang, que habían estado hablando de eso casi desde inicios de año, así que lo que todos tememos el lunes por la mañana es ver a un maestro nuevo cruzar las puertas del Saint Clair.

Es una situación desesperante. En especial para los desgraciados de tercer año que tenemos Literatura como primera hora. Gyuvin está haciendo guardia, con la mitad del cuerpo dentro del salón y la otra mitad asomándose por la puerta, viendo hacia ambos lados del pasillo. El resto estamos sumidos en nuestro propio mundo, revisando celulares cada tanto para ver por quinceava vez la hora. Siempre es angustiante que un maestro llegue tarde a su clase, como una calma pasajera antes de la tormenta, pero la inquietud del nuevo maestro hace de esta vez la más inquietante de todas.

Hyunjin está echado sobre la silla, con los pies cruzados sobre el escritorio. Se aparta el cabello de la frente soltando resoplidos impacientes. Jeongin está sentado en una de las mesas, con la vista fija en la pantalla de su celular (¿Con quién habla tanto?) y Hanbin está sentado junto a mí, haciendo una tarea de Matemáticas que debemos entregar hoy y de la que se acaba de enterar hace unos diez minutos. Yo tengo la agenda escolar abierta en la última página, intentando dibujar un retrato rápido de Hyunjin con un bolígrafo. Los ojos me están quedando bastante bien, solo necesito que no se mueva por unos minutos más...

—¡Maldición! —exclama Hyunjin, levantándose de su asiento de un salto. Solo suspiro y cierro la agenda, levantándome también y tirando el bolígrafo dentro de la estuchera— Sé que lo más probable es que no venga nadie y tengamos el periodo libre, pero esto es estresante —se dirige hacia una de las ventanas. Los demás lo seguimos de cerca—, ¿no podría alguien venir y, no sé, hacer su trabajo y decirnos que nadie vendrá? Podríamos salir, en lugar de estar atrapados aquí esperando como tarados.

—Podríamos, pero el inspector Han nos mandará a la mierda si nos ve afuera en horario de clases —digo yo, parándome de puntillas para alcanzar a ver algo por la ventana: los pasillos están desiertos. Es obvio que todos los salones están recibiendo normalmente su primera clase de la mañana—. ¿Quieres que salga a preguntar? Si me atrapan, diré que quería ir al baño.

—Han ya no creerá la mentira del baño. La usaste dos veces la semana anterior —dice Hanbin.

Le sonrío como un niño pequeño, sosteniendo mi rostro entre mis manos como si se tratara de una flor. Mido 1.76, una altura bastante decente si no fuera porque la mayoría de los chicos en tercer año (incluyendo a Hyunjin y a Hanbin) son gigantes de más de 1.80. Además, tengo la lista de antecedentes vacía y todos los maestros me conocen como el chico de notas y comportamiento perfectos, el próximo-a-ser el mejor alumno de la generación. Y un historial tan limpio traía ventajas.

—¿Tú crees que no me van a creer? —digo, frunciendo los labios con deje infantil y haciendo la voz un poco chillona. Hanbin se cruza de brazos y pone los ojos en blanco, tragándose las ganas de bufar— Además —regreso a mi voz normal—, siempre tengo un plan de respaldo.

Los tres me miran con curiosidad. Me aclaro la garganta.

—Oh, ¿inspector Han? —empiezo, entrando en papel. Ellos siempre solían decir que mi voz cambiaba cuando me dirigía hacia algún maestro. Como si mi personalidad pasara por un colador y quedaran solo las partes más brillantes, las dignas de un ángel que se sabe de memoria la tabla periódica— Me dirigía a la enfermería, porque —empiezo a toser exageradamente, curbiéndome la boca— estoy muy, muy enfermo. ¿Cree que podría llamar a mi madre? No me estoy... sintiendo my bien.

Hanbin y Hyunjin estallan en risas. Si no fuera porque los demás siguen es sus propios asuntos y se ahogan en sus propias carcajadas, ya hubiéramos recibido varias miradas juzgonas. La risa de Hanbin es especialmente particular, muy aguda, mientras que la de Hyunjin es más aireada, y Jeongin apenas suelta sonidos al reírse, aplacando cualquier ruidito con el puño pegado a la boca. Hyunjin me dijo alguna vez que yo tenía la risa de un villano de cuento, y no sabía si tomarlo como algo positivo o negativo.

Dejamos de reír cuando Gyuvin cierra la puerta y empieza a correr por el salón, gritando como si se hubiera transformado en una alarma de incendios y juntando las manos simulando un megáfono.

—¡Viene el señor Lee! ¡Viene el señor Lee, a sus puestos!

Los gritos y aullidos incoherentes que cubren todo el salón se dispersan de golpe, siendo reemplazados por un silencio simulado lleno de gente murmurando por lo bajo y el traqueteo de sillas y mesas siendo puestas en su lugar. Hyunjin y yo apenas tenemos que caminar para llegar a nuestros asientos (compartimos escritorio en la primera fila, justo en el centro), pero Hanbin y Jeongin tienen que dar una vuelta por todo el salón para llegar a los suyos, en cada esquina de la última fila.

El señor Lee se asoma por la ventana rectangular de la puerta, acomodándose los lentes y sonriendo con dejes de un bufido al vernos, sentados erguidos en nuestros asientos y sin decir ni una sola palabra. Este año (nuestro último año en el Saint Clair) fuimos asignados a Lee Seokmin como nuestro tutor (el maestro que se encargaba de organizarnos para los festivales escolares y básicamente evitaba que prendamos fuego el salón). Así que, tras seis meses siendo sus pupilos, estaba extremadamente consciente de la fachada de alumnos educados que armábamos cada que algún maestro llegaba al salón. Casi pude verlo poniendo los ojos en blanco y aguantando una risa, era obvio que nos había agarrado una especie de cariño paternal.

Abre la puerta con un traqueteo metálico y todos nos ponemos de pie. Me aclaro la garganta y trago mi propia saliva, planchando un poco mi pantalón con las manos. Chaewon era la presidenta de la clase, así que ella era la que debía hacer este tipo de cosas, pero yo era el vicepresidente, y yo estaba en la primera fila, así que había algunas cosas de presidente de la clase que me tocaba hacer a mí. No me quejaba. Eran cosas triviales; Chaewon se encargaba del papeleo pesado. Eran cosas pequeñas, como por ejemplo: Saludar a los maestros cada vez que entraban al salón.

Saludar a los maestros. Ese era mi trabajo, anunciar su llegada para que todos los saludáramos.

A los maestros.

Estoy bastante seguro de que él no es un maestro.

¿Qué mierda hace el universitario detrás del maestro Lee?

¿Qué mierda hace el universitario detrás del maestro Lee?

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THUMP! | SK.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora