capitulo 21

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Sabrina.

El motor suave de nuestro jet apenas hacía ruido mientras descendíamos sobre Cambridge. Volver a casa después de tanto tiempo lejos siempre traía una extraña sensación de nostalgia, aunque para Sam y para mí, la palabra "hogar" siempre había sido más un concepto lejano que un lugar real. El lugar más cercano a eso siempre había sido la casa de Sergi.

Cuando llegamos a su mansión, una estructura imponente rodeada de jardines que parecían un laberinto oscuro, no pude evitar sonreír. Aquí fue donde Sam y yo aprendimos todo lo que sabemos, donde nos forjamos a fuego, acero y sangre. Sergi nos hizo fuertes, despiadadas, exactamente lo que necesitábamos para sobrevivir en este mundo. Él entendía lo que éramos: la Diosa Rubia y la Reina Oscura. Y siempre nos trató como tal.

La puerta se abrió antes de que pudiéramos tocar. sabía que estábamos aquí. No me sorprendió.

Al entrar, nuestros pasos resonaban en la fría madera del vestíbulo. Todo estaba exactamente como lo recordaba, pero algo nuevo capturó mi atención. En una de las paredes principales había colgado un enorme cuadro, uno que no estaba allí la última vez. Al verlo, me detuve en seco, con Sam a mi lado. El retrato nos mostraba a nosotras, pero no como las mujeres que somos ahora. Teníamos catorce años en esa pintura.

Yo llevaba un vestido blanco, con una corona de flores en la cabeza, el cabello rubio cayendo en suaves ondas. Mis ojos estaban llenos de lágrimas, y mis manos temblaban, como si estuviera llorando por algo que ya no recordaba. Sam, a mi lado, vestía de negro, su expresión igual de desgarradora. Su corona de flores negras contrastaba perfectamente con la mía.

-¿Qué es esto? -pregunté, acercándome al cuadro. No era nostalgia lo que me invadía, sino una fría curiosidad. Había olvidado ese momento, pero Sergi no.

Apareció detrás de nosotras, su rostro esculpido por los años y la crueldad, su sonrisa más un reflejo de un depredador que de un mentor. Se acercó al cuadro, observándolo como si fuera una obra maestra.

-Ese cuadro... -dijo lentamente, sus ojos nunca abandonando la imagen- representa la primera vez que las vi llorar. La primera y la última. Fue un momento hermoso... verlas romperse, verlas sufrir. Lo disfruté tanto que sabía que debía capturarlo. Quería inmortalizar ese instante. Algo tan perfecto, tan puro... no podía dejar que se desvaneciera. Necesitaba verlo siempre, recordarme lo que las convirtió en lo que son ahora.

Su voz, fría y perturbadora, llenó la sala. No había una pizca de compasión en su tono, solo un placer oscuro, como si se alimentara del dolor que nos había causado. Pero ni Sam ni yo nos inmutamos.

Sam rió, un sonido bajo y burlón, mientras yo me acercaba aún más al cuadro, examinando cada detalle.

-Es un bonito recuerdo -dije, mi voz tan helada como la suya-, aunque te aseguro que jamás volverás a vernos así.

Ni una lágrima, ni un gesto de dolor. Aquellas niñas que lloraron hace años ya no existían. Ahora solo quedaba la frialdad que él mismo había cultivado.

Me giré hacia el, dejando de lado el cuadro.

-¿Dónde está Toño? -pregunté con tono cortante. lo único que quería era tener a mi cuervo de vuelta. Su presencia siempre me recordaba a Antoni.

Sergi sonrió, sabiendo exactamente lo que no decía.

-Está en su jaula, tan inquieto como siempre. Parece que te extraña -respondió.

Asentí, satisfecha. Toño siempre había sido más que un simple cuervo, y verlo otra vez sería... reconfortante, en cierto modo.

-Bien, entonces, vamos a verlo -dije, caminando hacia la puerta que llevaba a las habitaciones traseras.

The Blonde goddessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora