Pov. Alaya
Hoy, al mirarme en el espejo, la persona que veo me resulta casi irreconocible. Mis ojos, antes brillantes, ahora están apagados. El reflejo me muestra a alguien que ha perdido su esencia, como si cada rayo de alegría se hubiera esfumado de mí. Ya no sé lo que es sonreír de verdad. Las risas que compartía con mis amigos ahora parecen un eco distante, un recuerdo de un pasado que se siente más lejano con cada día que pasa.
La depresión se ha convertido en una sombra que me sigue, oscureciendo cada rincón de mi vida. Estoy atrapada en una espiral descendente de tristeza, y aunque mis amigas continúan con sus vidas, ajenas a mi sufrimiento, me siento cada vez más sola. Este abismo de soledad me consume lentamente, como si una parte de mí estuviera siendo despojada de su brillo vital. Cada conversación se siente superficial, y cada sonrisa que dibujo es un acto de desesperación. Mi voz interna grita que estoy cansada de pretender, de ocultar lo que realmente siento.
Las cosas han empeorado; ya no es solo el dolor emocional. Empiezo a sentir dolores físicos que no puedo ignorar. Son como punzadas que atraviesan mi cuerpo, una manifestación de la tormenta que se libra en mi mente. El simple acto de levantarme de la cama se ha vuelto un desafío monumental. Siento que me arrastra un peso invisible, y cada movimiento es un recordatorio de lo que he perdido. La vida que solía vivir se siente como un sueño ajeno, y mientras miro a mi alrededor, la realidad me golpea con la crudeza de su indiferencia.
Mis amigos no lo saben, y me aterra pensar en lo que pensarían si supieran. La imagen de la chica feliz y risueña que solían conocer se ha desvanecido, y el miedo a su decepción me paraliza. ¿Qué dirían si vieran lo que realmente hay dentro de mí? La idea de abrirme a ellas me llena de terror. Prefiero el silencio, la soledad que me envuelve como un manto, a arriesgarme a que me ignoren o, peor aún, a que me digan que estoy exagerando.
Pero, en mi soledad, la angustia se acumula, y hay momentos en que la desesperación me consume por completo. Las lágrimas caen en silencio, y mi corazón late descontrolado, como si tratara de escapar de este cuerpo que ya no se siente como mío. Siento que estoy perdiendo la batalla. El dolor se convierte en un compañero constante, y en mi mente, la pregunta persiste: ¿Cómo he llegado a este punto?
La angustia se intensifica, y la sensación de estar al borde de un colapso se vuelve abrumadora. No puedo concentrarme en nada; mi mente se llena de pensamientos oscuros que giran y giran sin parar. A veces, tengo la sensación de que estoy al borde de un precipicio, y cualquier pequeño empujón podría hacerme caer por completo. Cada día se siente como una lucha por salir del abismo, pero cada intento se siente inútil.
En mi cuarto, con las luces apagadas, encuentro un poco de alivio en la oscuridad. Me siento en el borde de la cama, y es ahí cuando la verdad se desata. Sola, sin nadie que me escuche, permito que las lágrimas fluyan libremente. Hay un desahogo en el llanto, pero también un vacío que se siente interminable. Grito en silencio, un grito mudo por ayuda que se pierde en el aire denso de mi habitación. Quiero que alguien me escuche, que sienta mi dolor, pero no hay nadie ahí. Solo yo y mis pensamientos, que se vuelven cada vez más pesados.
En medio de esta tormenta emocional, una figura se forma en mi mente. Es una chica, alguien que ha estado presente en mi vida de alguna manera, aunque su identidad permanece oculta. La imagino como un refugio, alguien que podría comprender la profundidad de mi sufrimiento. Pero, a la vez, tengo miedo de abrirme, de revelar lo que llevo dentro. ¿Entendería realmente lo que significa sentirse atrapada, como si cada día fuera una lucha sin sentido?
Es en este momento de vulnerabilidad cuando decido hablar, aunque sea en voz baja, casi como un susurro. "No sé qué hacer", digo, con el corazón latiendo con fuerza. "Siento que me estoy desvaneciendo. Ya no sé lo que es ser feliz. ¿Por qué me siento así? ¿Por qué nadie parece notarlo?" Mis palabras se pierden en el silencio de la habitación, pero hay una necesidad desesperada en mi voz. Estoy en crisis, y el dolor me abruma.
Me siento al borde de la locura, atrapada en esta red de desesperación. Mis pensamientos se vuelven un torbellino, y las lágrimas caen como ríos. La soledad es abrumadora, y cada grito ahogado es un recordatorio de que no puedo seguir así. Pero mientras lloro, también hay una chispa de esperanza, una pequeña luz en la oscuridad que me dice que tal vez, solo tal vez, haya alguien que pueda entenderme.
Mientras la noche avanza, sigo hablando, desnudando mi alma en un acto de valentía. No sé si alguien está escuchando, pero en este momento, el simple acto de desahogarme me da un poco de alivio. Quiero aferrarme a esa esperanza, la posibilidad de que, en algún lugar, haya alguien que pueda ver más allá de la fachada que he construido. Y aunque el dolor persista, sé que no estoy completamente sola.
ESTÁS LEYENDO
Más Allá Del Silencio
Документальная прозаAlaya Monroy vuelve a clases después de la pandemia, pero algo en ella ha cambiado. Antes era segura y confiada, ahora esconde bajo su sonrisa una oscuridad que nadie parece notar. Llena de inseguridades, atrapada en el dolor y la soledad, Alaya se...