23. Sombras y susurros

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Aparecí en medio de un bosque oscuro, bajo el manto de la noche. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado allí. Sin previo aviso, mis piernas comenzaron a correr, impulsadas por una inercia que no comprendía. El sonido de mis pasos resonaba en la quietud sofocante, pero no era el único ruido que me rodeaba.

Mi corazón latía descontrolado, un eco en mi pecho que retumbaba en mis oídos. Sentía el sudor frío deslizándose por mi espalda y una presión creciente en el pecho que hacía que cada respiración fuera un esfuerzo titánico. Algo me perseguía, algo oscuro que se cernía sobre mí. Intenté detenerme, pero fue inútil. Mis pies continuaban avanzando, mientras los árboles, oscuros y retorcidos, se alzaban como figuras siniestras en la penumbra.

Sabía que estaba en Fyrterra, pero el lugar me resultaba desconocido. ¿Dónde estaba? Y, más importante aún, ¿cómo había llegado allí? Las preguntas se agolpaban en mi mente, pero ninguna respuesta surgía.

Entonces, entre los troncos, empecé a distinguir algo. Sombras. Se deslizaban con agilidad, moviéndose como figuras distorsionadas, demasiado familiares para ignorarlas. Una inquietud profunda me invadió. Justo en ese momento, un sonido gutural desgarró el aire a mis espaldas. Sentí un escalofrío recorrer mi cuello y giré la cabeza de golpe. La oscuridad lo devoró todo, pero otro rugido resonó, esta vez más cerca. Y luego, un tercero, procedente de otra dirección.

No estaba sola. Eran varios.

El miedo me caló hasta los huesos, apretando mi garganta. La niebla, esa densa y oscura que me había acechado desde lejos, decidió sumarse a la persecución. Comenzó a arremolinarse sobre el camino, como si cobrara vida. La sentí envolviendo mis pies, fría y pegajosa, como si intentara enredarse en mis piernas y guiarme a través de aquel bosque desconocido.

Seguí corriendo, aunque cada paso se volvía más pesado. El aire se tornaba cada vez más denso, y cada bocanada era un esfuerzo, como si inhalara algo espeso y contaminado. No quería detenerme. No podía. Lo desconocido acechante detrás de mí era un terror mayor que cualquier fatiga. La bruma danzaba a mi alrededor, y las sombras familiares me rodeaban, observándome, esperando su momento.

Una sensación inquietante recorrió mi cuerpo. Conocía esas sombras. Siempre aparecían en mis pesadillas más oscuras. Y en ese instante, supe que estaba atrapada en un mal sueño, una pesadilla de la que no sabía cómo escapar.

Sin embargo, esta vez no sentí que esas sombras estuvieran para atemorizarme. No las relacioné con miedo, sino con algo diferente: una ayuda, una luz tenue en medio de la oscuridad. Eran como una presencia conocida en lo desconocido. Decidí dejar de resistirme. Me entregué a su poder, a esa familiaridad que, por primera vez, no me resultaba amenazante.

Al hacerlo, algo cambió. Una extraña ligereza me recorrió los pies, como si la niebla, en lugar de atraparme, ahora me impulsara hacia adelante. Era como si me guiara, empujándome a seguir huyendo, pero también llevándome hacia un lugar seguro. Una calma inusual se apoderó de mí, aunque mi cuerpo seguía en movimiento, casi por instinto.

Sabía que todo era un sueño. A pesar de ser consciente de ello, no podía detenerme, ni siquiera lo intenté. Algo en mí entendía que correr era lo que debía hacer. Tal vez no solo por la imposibilidad de frenar, sino porque seguir corriendo me parecía correcto. Sentí alivio al recordar que, cuando despertara, estaría de nuevo en El Nido, a salvo. Pero había algo más en este sueño que no podía ignorar. El bosque debía tener un final, y tenía que encontrarlo. Algo me decía que al final de aquel tenebroso camino había algo importante que debía descubrir.

Las sombras estaban ahí por una razón. Su presencia me llamaba, como si quisieran mostrarme algo oculto, algo que necesitaba desenterrar. ¿Qué eran? ¿Qué intentaban decirme? Quería averiguarlo. Sabía que, hasta que lo hiciera, no podría escapar del todo de aquel lugar.

ECOS DE LO DESCONOCIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora