Capítulo 11. Mucho que procesar

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Supuestamente, en el proceso de aceptación de un suceso impactante, las personas atraviesan un camino de cinco etapas. Y Addison, durante la primera semana después de haberse enterado de su embarazo, había pasado por todas.

La primera etapa, tal cual lo había dicho Amelia, había sido la negación. Addison estaba negada a aceptar que estaba embarazada y había buscado cualquier excusa posible para justificarlo. No había sido por una cuestión de terquedad, ni porque no lo desease, sino porque en su mente no existía la posibilidad de que eso sucediera de forma espontánea. Y mucho menos que el bebé fuera de Derek, con quien solo había tenido un encuentro fugaz.

Esta noción chocaba frontalmente con el sentido común. Sentía como si toda la situación fuera una broma de mal gusto. Sam, con quien había estado reiteradas veces durante las últimas semanas, tenía muchísimas más posibilidades de ser el padre del bebé que Derek. Pero la vida parecía querer seguir castigándola por haber sido infiel días después de la muerte de su madre.

Luego de revisar el calendario de su agenda, pudo confirmar que la última menstruación allí marcada había sido a principios de febrero. Tenía sentido que estuviera ovulando a mitades de febrero, justo cuando estuvo en Connecticut. Más precisamente, el 13 de febrero, el mismo día del sepelio de Bizzy, cuando ella y Derek pasaron la noche juntos.

Inmediatamente pasó a la siguiente etapa, la ira. Le enfurecía el hecho de que Derek la haya dejado embarazada. Después de haberse aprovechado de su estado de vulnerabilidad, de haberla lastimado diciéndole puta y un montón de palabras ofensivas, después haberle dejado marcas y chupones por todo el busto que duraron semanas en desaparecer, después de haberse llevado su brasier, ¿también la dejaba embarazada? ¡Hijo de puta!

Culpa suya había estado toda la semana descompuesta, vomitando día y noche. Porque las náuseas matutinas no eran tan matutinas como solían decir. Duraban todo el día, a toda hora, en todo lugar y aparecían por cualquier motivo: un olor, una comida, un movimiento brusco, el perfume de alguien a metros de distancia, el sonido de alguien masticando, la textura de algún alimento o, a veces, sin razón aparente. Todo le provocaba náuseas y, cada vez que se encontraba de cara al inodoro, solo podía pensar en lo mucho que lo odiaba.

Aunque en medio de su odio, cuando su estómago le daba una tregua, entraba en la siguiente etapa, la negociación. Quizás no fuera tan malo que él fuera el padre del bebé. De todos los hombres con los que ella había estado, él era el mejor candidato y al que más conocía.

Derek siempre había amado a los niños, y los niños lo amaban a él. Tenían una conexión especial. Su carisma y su naturaleza juguetona establecieron un lazo inmediato con los pequeños, convirtiéndolo en el tío favorito de sus sobrinos y sobrinas.

Su capacidad para sumergirse en el mundo infantil era envidiable. Era gracioso, ocurrente y multifacético. Podía adaptarse fácilmente a las edades y preferencias de cada uno de ellos, haciendo que todos se divirtieran. Podía jugar al baloncesto con los adolescentes en el jardín, enseñarles a hacer malabares o jugar con autitos de carreras a los más pequeños; e incluso, sin ningún tipo de problema, hacer una fiesta de té con las niñas, dejarlas que le pintaran las uñas, le peinaran su cabello o lo vistieran de princesa.

Era protector. Siempre se aseguraba de que todos estuvieran cómodos y seguros. Bajo su atento cuidado, no había lugar para el descuido. Nunca habría un niño con las agujetas desatadas frente a él, ni desabrigado ante la más mínima baja de temperatura, ni le faltaría bloqueador solar en la cara, o un sombrero y un refresco en el verano.

Era paciente. Con los más pequeños, se convertía en un maestro amable, enseñándoles con ternura a hacer las cosas por primera vez. Y ante los adolescentes, a menudo rebeldes y reacios, mantenía la calma, ofreciendo su compañía y escucha incondicional. No importaba cuántas veces se repitieran las excusas o las negativas; él permanecía firme, siempre dispuesto a brindar su apoyo, sin juzgar, comprendiendo que en cada fase de la vida se encuentra su propia lucha.

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