Max y Checo habían construido un hogar lleno de amor. Cuando Pato llegó a sus vidas, el mundo cobró un nuevo sentido. Era un niño alegre, con una curiosidad infinita por los autos y una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. La vida giraba en torno a él, y ellos no podían estar más felices.
A los diez años, Pato era el orgullo de sus padres. Compartía con ellos la pasión por la Fórmula 1, y cada vez que Max y Checo volvían de una carrera, pasaban horas contándole historias y mostrándole videos de las mejores vueltas. Pato quería ser como ellos, ser un piloto, y no había nada que sus padres amaran más que ver cómo sus sueños crecían.
Pero lo que Checo y Max no sabían era que mientras en casa Pato vivía rodeado de amor, en la escuela, su realidad era muy distinta. Desde pequeño, Pato había escuchado comentarios sobre su familia. Al principio, era la incomprensión de sus compañeros al ver que tenía "dos papás", algo que no entendían. Luego comenzaron las burlas, los insultos y las miradas de desprecio. "¿Por qué eres tan raro?", "¿Por qué no tienes una mamá como todos nosotros?", le decían. Esas palabras, día tras día, comenzaron a hacer mella en su corazón.
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Una tarde, Max fue a buscar a Pato a la escuela. Lo vio salir del edificio, arrastrando los pies, con la mochila colgada de un solo hombro y los ojos perdidos en el suelo. Max intentó animarlo, con esa dulzura característica que siempre tenía con su hijo. "¡Hola, cariño! Hoy vamos a preparar tu comida favorita. ¿Te parece?"
Pato apenas levantó la vista. Asintió levemente y forzó una sonrisa. "Sí, mamá. Está bien", murmuró.
Max sintió que el nudo en su estómago se apretaba más. Sabía que algo andaba mal, pero cada vez que trataba de hablar con él, Pato se cerraba más, escondiendo su tristeza detrás de un silencio que le rompía el corazón. Esa noche, después de la cena, Checo se sentó en el borde de la cama de Pato, acariciándole el cabello.
"Oye, campeón, sé que algo te está molestando", dijo Checo, su voz cargada de preocupación. "Papá y mamá siempre estarán aquí para ti. ¿Por qué no me cuentas lo que pasa?"
Pato se giró en la cama, evitando mirarlo. "Estoy bien, papá... solo cansado", respondió. Su voz era apenas un susurro, y Checo sintió que algo dentro de él se rompía. Quería ayudar a su hijo, quería aliviar su dolor, pero no sabía cómo llegar a él.
Al salir de la habitación, se encontró con Max en el pasillo, quien lo miraba con los ojos llenos de lágrimas. "¿Qué vamos a hacer, Checo? Nuestro bebé está sufriendo y no sabemos cómo ayudarlo", dijo, su voz quebrada.
"No lo sé, Max... Pero no voy a dejar de intentarlo. Él es lo más importante para nosotros. Lo que sea necesario, lo haremos", respondió Checo, abrazándola con fuerza.
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Esa última semana, Max y Checo tuvieron que irse de viaje por una carrera importante. Antes de partir, Max abrazó a Pato con fuerza, demasiado, como si algo en su corazón le estuviera diciendo que no lo soltara.
"Te amamos tanto, cariño", dijo Max, acariciándole la mejilla. "Volveremos pronto, y cuando lo hagamos, haremos lo que tú quieras. Iremos al parque, veremos películas, cualquier cosa. Prométeme que estarás bien."
Pato intentó sonreír, aunque su corazón estaba roto. "Sí, mamá. Estoy bien. Los amo mucho", dijo, su voz temblorosa.
Checo se agachó a su nivel, tomando sus manos. "Te amo, campeón. Sé fuerte, por nosotros y por ti mismo. Siempre estaremos aquí para ti."
Pato asintió, pero el brillo en sus ojos ya no estaba. Fue la última vez que lo vieron sonreír.
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Amor Eterno.
FantasyCómo quisiera, ¡ay! Que tú vivieras Que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca...