Recuerdo una noche que salí con Mariana. Ella me gustaba, aunque solo de una forma sexual; era atractiva, olía bien, era menuda y sacaba mi lado dominante.
Fuimos a comer al restaurante de pizzas que tanto me gusta, cerca de la universidad. Recuerdo que ella hizo todo lo posible por hacerme enojar, tanto que salí y tomé un taxi sola. Me despedí de ella y la dejé allí; mi mala suerte fue dejar mi maleta y tener que volver por ella al restaurante.
El taxista me regresó a regañadientes y entré al restaurante buscando mi maleta. La chica que nos atendió hacía muy poco me reconoció y me devolvió mis cosas. Debo reconocer que por estas cosas es que siempre doy propina.
Aburrida y sola, me subí en la estación de TransMilenio que está justo al frente del restaurante. Ya no tenía ganas de huir, solo de llegar a mi apartamento. Entonces, Mariana estaba allí, en la estación.
Creo que ella pensó que me había regresado por ella; yo nunca le confesé que había olvidado mi maleta. Se acercó, me tomó de la mano y sonreía ampliamente. Preferí no hablar sobre mi enojo previo durante la cena. La estación estaba poco concurrida y el bus estaba demorado; debe ser por eso que ella aún estaba allí.
Recuerdo que me besó, y sus besos sabían a tabaco mezclado con menta. Entre molesta y excitada por el beso, le dije que buscáramos un taxi.
Ella se negó. Me agarraba de la mano como si fuera de su propiedad, y yo me preguntaba en mi mente qué estaría haciendo Adriana, sumida en la tristeza que tenía dentro, mientras Mariana hablaba de algo que para mí no tenía sentido. Al final, llegó el bus de TransMilenio.
Del camino hasta mi apartamento no recuerdo mucho. Sé que bajamos caminando desde la estación de Rionegro hasta mi apartamento, hablando de lugares que ella quería conocer. Al entrar al edificio, me besó con pasión y deseo, despertando eso que me atraía de ella. A duras penas contuve mi necesidad, y subimos los cinco pisos que nos separaban de mi cama.
Cuando entré al apartamento, estaba solo y en la oscuridad. Las sombras se colaban por el ventanal, y agradecí que no estuvieran mi hermano ni Teo, mi perro.
Recuerdo que tomé agua y le serví una cerveza que ella apenas probó. Yo, en cambio, le robé dos sorbos largos; tenía que embriagar mi razón para no ver en ella a la mujer que amo.
Recuerdo que dijo que iba a pedir un taxi para su casa, y yo me sentí sola, sola y vacía. La besé con deseo, llevándola desde donde estaba, de pie al lado de la barra, hasta la pared cerca de mi habitación, a tres pasos de mi cama. Mientras me quitaba la chaqueta y la camisa, la besé aún más profundo, metiendo mis manos entre su pantalón hasta sus nalgas, pegando su cuerpo al mío.
Ella me detuvo, me pidió tiempo, me dijo que se quedaba y me pidió un pijama.
Sonreí de medio lado y caminé los tres pasos que nos separaban de mi cama. Giré hacia el armario, con la sensación de su cuerpo muy cerca del mío, buscando el pantalón de pijama y una camisa en una de las gavetas. Con la mala suerte de sacar el pantalón azul que Adriana prefería usar cuando estaba conmigo, lo moví hacia un lado, pero Mariana lo tomó y dijo que ese era perfecto.
Le dije que era muy grande, pero ella respondió que era mejor así. Le alcancé una de mis camisillas y se fue al baño.
Aproveché para ponerme mi pijama, meterme en la cama y tratar de espantar a Adriana de mis pensamientos, reprochándome por pensar en ella cuando no me había escrito en toda la noche.
Mariana salió del baño con un pijama dos tallas más grande que ella, donde la camisilla dejaba ver el contorno de sus pequeños senos. Como siempre, yo me había hecho hacia el lado izquierdo de la cama, y ella se ubicó en el lado derecho.
"Está haciendo frío", dijo, pegando su cuerpo por debajo de las cobijas a mi costado y empezó a jugar con mi mano, recostando su cabeza en mi hombro.
"Sí, un poco", respondí. En ese momento, ya me pareció mala idea que ella se quedara.
Me levanté al baño con la excusa de lavarme los dientes. Me llevé mi celular, revisé mis mensajes y aún no había señales de Adriana. Al salir del baño, ella estaba con la luz apagada, revisando algo en su celular.
Sentí algo de enojo, mezclado con frustración. Sonreí de medio lado y me metí en la cama al lado de Mariana. Me quité la camisa, descubriendo mi torso, y giré mi cuerpo hacia mi lado de la cama para dormirme.
Ella estaba metida en su mundo, y yo no deseaba molestarla. No sé cuánto tiempo pasó, dado que ya dormía cuando sentí sus manos acariciar mi espalda, pegar su pecho desnudo a mi piel, besar mi nuca y mis trapecios. No puedo recordar qué estaba soñando, pero sí recuerdo el deseo apoderarse de mi interior.
Al girarme, busqué sus labios, deseando que fueran los de Adriana, pero su sabor me trajo a la realidad. Molesta, besé la línea de su mentón, bajando a sus senos, y descubrí que estaba completamente desnuda.
En mi exploración de su cuerpo, descubrí su humedad con mis dedos. La noté muy excitada. Sin embargo, mi excitación iba en descenso, pero no quería hacerla sentir mal al detenerme.
Repté por su cuerpo, besando su piel, acariciando sus labios mayores y menores con mis dedos, buscando en ella lo que yo había perdido. Ella gemía, y yo, tratando de excitarme, cerré los ojos.
El cuerpo desnudo de Adriana apareció en mi mente, y recordé cómo se siente el contacto de su piel.
Mariana gemía en mi oreja. Abrí sus piernas y me ubiqué encima de ella, buscando frotar mi clítoris con el suyo. Ella relajó su cuerpo en la cama y tomó mis manos. Me dejé llevar mientras pensaba en cómo habíamos hecho el amor la última vez, Adriana y yo.
Frotaba mi clítoris con el suyo, manteniendo los ojos cerrados y dejando que sus gemidos se adueñaran de la habitación, mientras me mantenía en silencio, concentrada en no perder mi recuerdo.
Debo reconocer que ella llegó al orgasmo, pero yo no lo sentí. Ella quería más y aproveché para girarla y frotar su clítoris con mi mano mientras aún estaba sensible y caliente. Con sus nalgas frotando mi vientre, invadí su vagina con mis dedos y la penetré hasta que me pidió que parara.
Suavemente, se fue relajando, y yo con Mariana. Se durmió con su cuerpo pegado al mío, robando mi calor. Yo me dormí porque quería dejar de pensar, quería no recordar.
Debo reconocer que a mi libido dominante le gustaba ese control que tenía con Mariana, cómo se dejaba llevar y la forma tierna en que tocaba mi piel. Durante nuestros encuentros sexuales, no me presionaba para que hablara o gimiera; respetaba mi silencio, mi concentración.
Varias semanas después, ella quería repetir, un día que estaba en mi apartamento, y yo me negué. Debo reconocer que la dejé avanzar mucho, pero no tenía la fuerza para seguir fingiendo que le hacía el amor cuando en verdad era simple sexo; me sentía triste.
La historia con Mariana no tuvo un buen final, pero al final fue un final.
Aún me pregunto qué habría pasado si Adriana simplemente no hubiera estado en mi cabeza y mi corazón, si mi amor por Adriana no hubiera existido.
De pronto Mariana ahora sería la persona que duerme conmigo sin embargo, hoy quien acompaña mis noches es Adriana.