TRES

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Tan pronto como logró salir del profuso aire inundado de escándalo y un apestoso aroma a enfado, dio un salto al vacío y se fundió en la profundidad del bosque, donde la Luna le servía de faro en una noche solitaria pero le era más compañía que todo aquel castillo lleno de almas corrompidas por los secretos y la ambición.

Sus mejillas ardían por el frío de la noche, el calor que su piel emitía luego de aquella bofetada que su madre le había dado había secado parcialmente la mancha del llanto que había estado derramando por todo el camino. Su inútil intento de tragarse las lágrimas como solían decirle las criadas fue en vano; él no era un ser supremo como para calmar el copioso diluvio que por su rostro entristecido corría libremente.

Él había hecho algo mal esa tarde. Su madre había enfurecido cuando supo que había perdido el costoso anillo de zafiro que le había obsequiado un importante duque que los había venido a visitar desde el otro lado del océano. Sin embargo, lo que le perforaba el alma era que le había castigado por aquel artilugio de colores extravagantes frente a su hermano, quien se mofó de él en cada finito momento en el que tuvo oportunidad.

Pateó una roca cuando recordó la escena y volvió a sollozar por la vergüenza y enojo reprimido que oprimía y estiraba su pecho. Consideró injusto que no castigaran a Jungwon por hacer sus berrinches, pero a él le castigasen con vara si veían una lágrima rodar por su rostro.

Te acostumbrarás porque tú serás el rey, y no deberás romperte ante tu gente.

—Al diablo con eso..— murmuró, tapando su boca y viendo hacia todos lados, cersiorándose de que ningún guardia estuviese merodeando. Maldecir podría asegurarle un nuevo castigo igual o incluso más severo.

Al no ptesenciar rastro alguno de entidad humana a su redonda, grata fue su sorpresa al notar como de entre aquellos frondosos árboles sobresalía un camino de humo hacia el cielo que, si sus cálculos no eran tan malos como hace un par de años atrás cuando álgebra se le daba terriblemente mal, podrían llevarte a la Luna.

Su pecho ardío, y los dedos le picaron. Su curiosidad empujó momentáneamente al enfermo enojo que le apretaba el corazón, y en su lugar avivó el vacío por fuego vivo, listo para consumir lo que su alma acallaba. Aquello era natural en él, una especie de maldición o bendición a la que simplemente se debía de rendir y obedecer.

Caminó embobado, siguiendo aquel rastro aéreo hasta que llegó a una pequeña casita de madera desprolija, pero que a sus alrededores la acobijaban un manto de lo que parecían ser peonias silvestres de un color rosado pálido, de aquellas que eran comunes en su reino pero poco se veían en las tierras de su palacio debido al odio profundo a las que dedicaba su madre.

Él observó su alrededor con cuidado. Si el fuego estaba encendido significaba que adentro moraba alguien y él no quería ser descubierto husmeando de más. No obstante, al ver a través del cristal notó a un joven de aspecto lejano pero conocido; el muchacho se encontraba afilando un hacha,el esfuerzo se escurría por su frente con severidad.

Su corazón se detuvo unos segundos cuando aquel joven pareció notar su mirada, aquellos ojos zafiros viéndole con la misma sorpresa y nervios que seguramente él también demostró.

Sunghoon, tal vez nervioso de haber sido notado, se quedó muy quieto sin saber que hacer cuando el muchacho dejó aquel arma tirada en el suelo y salió a toda prisa en su dirección. Y una ve más su corazón pareció volver a latir a un ritmo errático y anormal cuando se presentó frente a él.

El joven se arrodilló frente a él, su frente sudorosa en el suelo en una profunda reverencia que trajo el alma del príncipe de vuelta. —Su alteza.

El alfa noble parpadeó lento, tratando de procesar un poco el escenario. Este joven que segundos atrás manejaba con total confianza aquel pesado arma se encontraba frente a él, con sus ropas desgastadas y frente contra el sucio lodo, haciéndole una reverencia como si su vida estuviese a punto de ser reclamada por un rey.

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⏰ Última actualización: Oct 09 ⏰

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