Mantenía mi mirada fija en el vidrio polarizado de aquella camioneta, estábamos a nada de llegar al sitio del evento y mi aburrimiento no podía ser más grande.
—¿Cuanto falta?— le pregunté a Nico, aún observando el paisaje.
—Diez minutos, como mucho —respondió Nico, sin levantar la vista de su teléfono.
Suspiré profundamente, sintiendo un peso en mi espalda. El paisaje urbano pasaba frente a mis ojos como una película en blanco y negro, pero nada lograba sacarme las malas espectativas.
—Diez minutos parecen horas —murmuré, casi para mí mismo.
Nico me escuchó y soltó una risa breve, sin siquiera apartar la vista de la pantalla.
—Solo pensá en lo que viene después. Un par de horas, algunas fotos, preguntas fáciles, y ya está. Después volvés a tu cueva a escribir, como te gusta.
—Suena más como un castigo que una recompensa —dije con un tono seco.
Nico dejó escapar un suspiro, esta vez sí mirándome directamente.
—Iván, no va a ser tan malo. Solo... intenta no aburrirte antes de que empiece.
Eso sería pedir demasiado, pensé, volviendo a centrarme en el paisaje.
—¿Sabes si va mi padre?— le pregunté, iluso, ya conocía la respuesta antes de que siquiera abriera la boca.
Nico me miró de reojo.
—Iván... Sabés cómo es él. —respondió con un tono resignado—. Tiene compromisos, como siempre.
Asentí lentamente, sin sorpresa. No esperaba otra cosa. Mi padre siempre encontraba una excusa. Aunque fue él quien me introdujo en este mundo, esperando que siguiera su estela de éxito, su ausencia había sido la única constante. Nunca lo escuchaba preguntar por mis proyectos ni preocuparse por mis logros.
—Claro, compromisos —dije en voz baja, más para mí que para Nico—. Siempre los tiene.
El paisaje seguía deslizándose ante mis ojos, pero ahora me parecía aún más monótono. Cada vez que me acercaba a un evento como este no podía evitar pensar en lo egoísta que era él al desaparecer.
Mantuvimos unos segundos de silencio incómodo, aunque no había mucho más que decir. De repente, una idea fugaz pasó por mi mente.
—Si no me llama él, lo voy a llamar yo — murmuré, algo bajo pero lo suficientemente alto cómo para que Nico me escuchara. Saqué mi teléfono del bolsillo y busqué el contacto de mi padre.
Nico levantó la mirada del teléfono, sorprendido.
—¿Vas a llamarlo? —preguntó, arqueando una ceja—.¿Ahora?
—Sí —respondí, con un tono más decidido del que realmente sentía. Había algo en esa idea que me provocaba una extraña mezcla de ansiedad y hastío. No era la primera vez que me impulsaba a hacerlo, pero, como siempre, las expectativas eran bajas.
El teléfono sonó un par de veces, y cada tono parecía alargarse eternamente. Pensaba saber perfectamente lo que venía, pero supe que estaba equivocado cuando escuché una voz del otro lado del teléfono.
—Iván ¿sucedió algo?
Me mantuve perplejo por unos segundos, logrando descifrar si de verdad me había descolgado o era mi imaginación.
—¿Es necesario que pase algo para que te pueda llamar?— dije, antes de que pudiera controlar mi respuesta, con más filo del que pretendía. Hubo un breve silencio al otro lado del teléfono, y casi pude imaginar a mi padre frunciendo el ceño.
—No, claro que no —respondió él, con ese tono calculador y distante que siempre usaba—. Solo me sorprendió, eso es todo.
Yo también estaba sorprendido, si soy sincero. No solía ser tan directo con él, pero en ese momento, algo dentro de mí se había hartado de su ausencia constante, de la distancia que siempre mantenía.
—Bueno, me preguntaba si vas a asistir al evento —dije, ya sin ánimos de ocultar mi decepción.
Escuché un suspiro del otro lado, esa clase de suspiro que parece dar fin a una conversación antes de que siquiera haya empezado.
—Iván, hablé con Nicolás. Tengo compromisos. No voy a poder estar ahí. Pero te deseo mucha suerte, sé que lo harás bien.
La típica respuesta genérica. La sentí vacía, sin sustancia, como si fuera algo que le decía a cualquiera.
—Claro, compromisos —repetí, casi murmurando—. Siempre los tenés.
Hubo otro silencio, más incómodo esta vez, antes de que él volviera a hablar.
—Hablamos después, ¿sí? Tengo que irme.
—Sí, papá —respondí, resignado.
Colgué antes de que él pudiera decir algo más. Guardé el teléfono en mi bolsillo, y me hundí un poco más en el asiento. Nico, que había estado escuchando de reojo, no dijo nada, pero su mirada lo decía todo.
—¿Y... sabes si viene Goncho?— pregunté, buscando desviar la conversación y dejar atrás la amargura que me había quedado tras la llamada con mi padre.
Nico levantó la vista de su teléfono, claramente notando el cambio en mi tono, pero siguiéndome el juego.
—Me dijo que iba a hacer lo posible para llegar —respondió, encogiéndose de hombros—. Ya sabes cómo es, siempre ocupado con algo, pero seguro aparecerá en algún momento.
Asentí, sintiéndome algo aliviado. Goncho siempre lograba mejorar el ambiente, sin importar cuán incómodo o agotador fuera el entorno. Era el único que lograba mantenerme cuerdo en este tipo de situaciónes.
—Llegamos.— Escuchamos desde la parte delantera del auto, especificamente del chofer.
El vehículo se detuvo suavemente, y el ruido exterior nos envolvió de inmediato. Miré hacia la multitud que se agolpaba afuera del recinto, cámaras y luces brillando a cada rincón.
Suspiré de nuevo, más profundo esta vez.
—Perfecto —murmuré, sin mucho entusiasmo. Nico, notando mi reacción, dio una palmadita en mi hombro antes de abrir la puerta.
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Entre escenas y letras
RomantizmIván Buhajeruk, un escritor que nunca quiso ser famoso, se ve obligado a fingir una relación con el actor Rodrigo Carrera para mantenerse en el ojo público tras el éxito de su última novela.