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El sol de la tarde se filtraba por las ventanas del castillo, pintando el polvo que flotaba en el aire con un brillo naranja. Daeron, sentado en su escritorio, no lo veía. Su mirada se perdía en las páginas de un viejo libro de historia, pero su mente estaba en otro lugar. En Oldtown, la ciudad de su infancia, donde las calles estaban llenas del aroma a tinta y pergamino, y el sonido de las campanas de la Ciudadela resonaba en sus oídos.

Un suspiro escapó de sus labios. Desembarco del Rey, con su bullicio y sus intrigas, le pesaba cada día más. La corte, con sus juegos de poder y sus constantes amenazas, le recordaba a la serpiente que se esconde en la hierba, lista para atacar en cualquier momento. Él, un simple príncipe, no tenía lugar en ese juego. Su posición como tercer hijo varón de la reina Alicent y el rey Viserys, aunque le otorgaba un cierto estatus, también le recordaba constantemente su lugar en la línea de sucesión: un heredero distante, un posible rehen, un peón en el juego de su madre y su hermano. Y ahora, casado con Joffrey, el hijo menor de su media hermana Rhaenyra, la reina, se sentía aún más atrapado en este laberinto político.

Cerró el libro con un golpe seco, dejando caer su cabeza sobre las manos. Le añoraba Oldtown. La paz de la Ciudadela, el murmullo de los estudiantes en los patios, el olor a libros viejos y nuevos. La sensación de pertenecer, de ser parte de algo más grande que él. En la Ciudadela, su mente podía vagar libremente por los laberintos del conocimiento, sin la presión de la corte, sin el peso de la corona. Y con Joffrey, lejos de los intrigantes juegos de poder de la corte, podría enfocarse en  construir una vida propia.

Daeron se levantó y se dirigió a la ventana. Miró hacia el mar, donde los barcos se movían como hormigas en la distancia. Un barco, pensó, podría llevarlo de vuelta a su hogar. A su vida.

Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Qué pensaría su madre, la reina Alicent, si se enterara de su deseo de abandonar la corte? ¿Lo aceptaría? ¿O lo consideraría una traición a su familia, a su posición?  Pero sobre todo ¿qué pensaría Rhaenyra?¿Le permitiría a Joffrey, su hijo, alejarse de ella, de la corte?

Daeron no tenía respuestas. Solo un anhelo profundo por volver a Oldtown, a su lugar, a su vida. Y la certeza de que, tarde o temprano, tendría que tomar una decisión. La decisión de seguir en Desembarco del Rey, en medio de la tormenta, o de navegar hacia el suroeste , hacia la paz de Oldtown, dejando atrás todo lo que conocía, todo lo que había conocido.

...

Otto Hightower entró al Gran Salón con paso firme, su rostro inexpresivo. El silencio de la sala era palpable, como si el aire estuviera cargado de tensión. Su mirada se posó en Rhaenyra, sentada en el trono de hierro, su figura imponente envuelta en sedas negras. Pero no fue la reina quien le robó el aliento. A los pies del trono, con una sonrisa sardónica en los labios, estaba Daemon Targaryen, su esposo, y a la vez, su tío.

Un escalofrío recorrió la espalda de Otto. La presencia de Daemon en la corte siempre había sido un mal presagio, una amenaza latente. Ahora, con Rhaenyra a su lado, esa amenaza se sentía más real que nunca.

Rhaenyra levantó la mirada, sus ojos violetas fijos en él.

—Lord Hightower. — dijo, su voz firme pero con una frialdad que dejaba entrever sus verdaderos sentimientos—, quisiera agradecerte por tu servicio a la corona. Has sido un consejero leal y sabio para el rey Jahaerys y para mi padre.

Otto se inclinó levemente, pero su expresión no pudo ocultar la mezcla de sorpresa y desdén.

—Su Majestad, ha sido un honor servir a la dinastía Targaryen—. Las palabras sonaron vacías, con un trasfondo de resentimiento. Rhaenyra sabía que su verdadero interés era poner en el trono a su nieto Aegon. Su medio hermano.

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⏰ Última actualización: Oct 05 ⏰

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 𝐔𝐧 𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐝𝐞 𝐒𝐚𝐧𝐠𝐫𝐞 𝐑𝐞𝐚𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora