01: Escondite

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Romelí se precipitó por entre los muros de paredes de piedra, Lyre la esperaba para cerrar la puerta tras su espalda cuando ella pasase. Nadie conocía esta salida de la ciudad, salvo esas dos mujeres, que, como dos niñas pequeñas se ocultaban entre el inicio del bosque de olmos.

Una de ellas era menuda, de piel rosada y mejillas llenas, con una figura ancha en cintura y caderas. Su obsesión con el agua de rosas le había otorgado el apodo de "Divina Flor". Aunque vestía una túnica de colores apagados y tela áspera, que mostraban su bajo estatus social en Oniria, Lyre no dejaba de ser una hermosa mujer joven. Esposa de un rico funcionario al servicio del faraón, vivía con la tristeza de no poder darle un hijo que sobreviviera más allá de unos instantes. Sin embargo, su corazón era tan cálido como sus mejillas.

A su lado, Romelí, un poco más alta, llevaba ropas que delataban su origen extranjero en esa tierra. Túnicas negras del desierto, de tela de seda vegetal, extremadamente fresca y vaporosa. Su cabello largo y suelto, que caía en bucles abiertos hasta la cintura, era quizás su rasgo más destacado, heredado de su familia. Aunque era hermosa de rostro, no tenía las curvas que los hombres de esa región buscaban. Su piel más oscura y sus facciones, que recordaban las de su herencia africana, no le granjeaban el cariño de nadie, excepto el de Lyre y su propia familia.

Tras unos minutos de pasos presurosos, Lyre y Romelí arribaron unas ruinas amarillo grisáceas que se alzaban en el bosque de olmos de Catarsis. Entre ellas figuraba una torre, de los últimos vestigios que quedaban de lo que había sido antes una vieja civilización. Al entrar en ella y atrancar la entrada con una puerta de piedra antigua, Lyre rompió el silencio.

—¿Qué ha dicho Mauriss de esto? —preguntó.

Ambas mujeres apenas podían distinguirse en la oscuridad, pero Lyre notó el rostro preocupado de Romelí, que bajó la mirada y suspiró.

—No lo sabe. —respondió Romelí.

—¿En ese caso es algo entre el patriarca y tú? —dedujo, atando cabos.

Sin esperar respuesta, la mayor sacó de su bolsillo una pequeña caja de madera con carbones y yesca aún tibia. Con unos soplidos avivó las brasas, llenando la estancia de humo antes de que unas llamas anaranjadas empezaran a iluminar tenuemente la estancia. Romelí, tanteando las paredes, sacó una antorcha de su base y se la tendió a Lyre, quien la encendió al instante.

Las llamas anaranjadas se reflejaban en los ojos de Romelí, pero su expresión denotaba resignación.

—Todo estará bien, Romelí —la consoló Lyre, guardando la yesca—. Esto significa que el patriarca ha decidido quedarse aquí, y al fin dejarás de ser molestada por esos hombres que no buscan más que placer. ¿Lo entiendes? es bueno, serás una mujer casada por fin.

Romelí no parecía compartir el optimismo. Sin decir nada, subió las escaleras de caracol hacia un balcón. Lyre la siguió, tratando de obtener más información.

—¿No dijo quién era? —insistió.

—Se llama Vasilios —respondió Romelí desde arriba—. Parece que su familia me acepta y él quiere formar una familia conmigo.

Lyre, ya alcanzando la cima de la torre, vio a Romelí más desamparada que nunca.

—¿No es eso lo que querías? —le preguntó, sentándose en un banco de piedra.

Frente a ellas, el horizonte se extendía con colinas, praderas y el pueblo al fondo. Oniria nunca se vio más gloriosa como en esos momentos en los que Romelí menos la miraba.

—Quería un matrimonio, sí. —admitió Romelí—, Pero no con un hombre de este pueblo. El patriarca no puede engañarnos, él odia a esta gente tanto como el pueblo entero nos odia a nosotros. No sé porqué consintió en este matrimonio si igual no quiso casar a ninguna de mis hermanas. Rowonna y Alleyla se casaron con un primo y un tío. Y Jul-jul se casará con el hijo de la cuñada de... ya olvidé quien exactamente.

El color del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora