Capítulo 22.

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Bajo tierra

Los días transcurrieron con cierta normalidad. Un día, Karla llamó a Astrid para encontrarse y compartir un helado. Mientras disfrutaban del postre, Astrid decidió compartir una noticia importante.

—Ya no te conté, pero mis papás ya saben de mi relación con Isa —dijo Astrid, sin darle demasiada importancia.

Karla, sorprendida, casi se atragantó con su helado.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Quién se los dijo? ¡Te juro que yo no fui!

Astrid no pudo evitar reír ante la reacción de su amiga.

—Calma, Karla. Yo se los conté... bueno, más bien lo mencioné durante una "discusión" con Grecia, y mis papás lo escucharon. No hicieron un gran problema, pero tampoco era la forma en la que quería que se enteraran.

Karla, ya más tranquila, preguntó con curiosidad:

—¿Y Grecia? ¿Cómo lo tomó?

—Mal —respondió Astrid, suspirando—. Siempre ha sido así, le molesta que me sienta feliz. Además, hoy en la mañana recibió los papeles del divorcio, lo que la tiene más irritable.

Karla le aconsejó:

—Deja de preocuparte por cosas que no son tuyas. Concéntrate en ti y en Isa, lo que hagan los demás no debe afectarte.

Astrid asintió, intentando dejar el tema de lado. Luego, Karla cambió de conversación:

—Oye, ¿y cuándo vas a conocer a la familia de Isabela? Ella ya conoce a la tuya.

—No lo sé —dijo Astrid, pensativa—. Isa nunca habla de su familia. Es como si no tuviera. No la he visto llamarlos ni enviarles un mensaje.

Karla, curiosa, preguntó:

—¿Y ya le has preguntado?

—Sí, pero siempre cambia de tema muy rápido —respondió Astrid, con cierta frustración.

Sin saber qué más decir, cambiaron el tema y continuaron hablando de cosas más ligeras, disfrutando de la tarde.

Horas después, mientras paseaban por la ciudad, Astrid y Karla se encontraron frente a un restaurante. Para su sorpresa, vieron a Isabela en compañía de un hombre que no conocían. La relación entre ellos parecía cercana, casi íntima, lo que despertó una punzada de celos en Astrid.

—¿Quién será ese? —preguntó Karla, notando el gesto de incomodidad en su amiga.

Astrid no respondió, pero la inquietud crecía en su pecho. Decidieron esperar a que Isa y el hombre salieran del restaurante. Al cabo de unos minutos, los vieron subirse al coche de Isabela y alejarse.

Con la incertidumbre aún presente, Astrid esperó al menos 15 minutos antes de intentar llamarla. Marcó el número del apartamento de Isa, pero nadie contestó. Preocupada, decidió ir al apartamento con Karla. Cuando llegaron, el portero las detuvo.

—La señora Andrade no está —informó el portero, entregándole un juego de llaves a Astrid—. Me pidió que le diera esto en caso de que viniera.

Astrid y Karla se miraron con extrañeza. Astrid tomó las llaves, pero se sintió aún más confundida. Esa noche, regresaron a sus casas, pero el malestar en el pecho de Astrid no desaparecía.

Ya en su habitación, Astrid no podía dejar de pensar en Isabela. ¿Dónde estaba? ¿Quién era ese hombre? Finalmente, a medianoche, decidió volver a llamarla. Esta vez, Isa contestó, pero apenas podía escucharla entre el ruido de música y voces de fondo.

—¿Isabela? ¿Dónde estás? ¿Estásen un antro? —preguntó Astrid, preocupada.

De fondo, se escuchaba a alguien decirle a Isabela: "Hey, Isa, los tragos ya están aquí". Astrid, sintiendo una mezcla de celos y confusión, insistió:

—¿Estás tomando? ¿Qué está pasando?

—Mañana te llamo —respondió Isabela, antes de colgar rápidamente.

Astrid se quedó en silencio, con el teléfono en la mano, sintiendo una mezcla de preocupación y desconfianza. Justo en ese momento, Grecia entró en su habitación con una sonrisa maliciosa.

—¿Te respondió dónde estaba?— Astrid solo lo nego con la cabeza —Ahora sí ya no le importas —siguió diciendo Grecia con crueldad.

Astrid, cansada de sus comentarios, la sacó de la habitación y cerró la puerta. Sin embargo, las palabras de Grecia resonaban en su mente, sumándose a las dudas que ya tenía sobre Isabela.

Esa noche, acostada en su cama, Astrid no pudo dormir. Las preguntas giraban en su cabeza: ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué Isa estaba tan distante? ¿Realmente todo estaba bien entre ellas, o Grecia tenía razón al decir que ya no le importaba?

Ecos de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora