Capítulo 24.

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Solo porque hoy es mi cumple, aquí esta el pasado de Isa. (Esta algo fuerte.)

Heridas del pasado

Toda la tarde, Astrid se la pasó explorando la ciudad junto a Isabela e Ismael. Disfrutaron de cada rincón, de cada historia que Isabela compartía sobre su vida en el pueblo, y Astrid se sentía encantada de haber conocido a su cuñado. Con cada risa y cada broma, la conexión entre ellos creció. Sin embargo, pronto la tarde se tornó en noche, y Isabela llevó a Astrid de regreso a su casa.

Al llegar, Astrid estaba exhausta por el ajetreo del día, así que se despidió de Isabela y se fue a su habitación. Cayó en la cama, rendida, y en cuestión de minutos, se quedó dormida, soñando con el día lleno de risas y nuevas amistades.

Por otro lado, Isabela e Ismael regresaban en el auto al apartamento de Isa. Mientras conducía, Ismael miró a su hermana con una expresión seria.

—Astrid es buena, y se ve que te quiere mucho —le dijo, rompiendo el silencio que llenaba el vehículo—. Deberías decirle la verdad sobre nuestra familia. Si lo haces, quizás deje de preguntar.

Isabela, con la mirada fija en la carretera, respiró hondo antes de responder.

—Sí, es una buena muchacha, y estoy segura de que lo entendería. Pero no quiero causarle más dolor.

Ismael asintió, comprendiendo el dilema de su hermana.

—Sé que es doloroso, pero ella insiste en conocer a nuestros padres. —Ismael sabía que Astrid había preguntado varias veces, y Isabela no sabía cómo continuar evitando el tema.

Al llegar a casa, ambos estaban visiblemente cansados. Se despidieron en el pasillo, pero antes de que Ismael se metiera en la habitación de huéspedes, Isabela lo detuvo.

—Hoy no quiero dormir sola. —Su voz sonó vulnerable, un eco de la niña que había sido. Ismael, aunque sorprendido, no pudo negarse.

—Está bien, me quedaré contigo —respondió con una sonrisa.

Ambos se dirigieron a la habitación de Isabela. Mientras se acomodaban, Ismael no pudo evitar observar a su hermana. Aunque ante la sociedad se mostraba fuerte, autoritaria y ruda, por dentro seguía estando rota y dolida. Habían pasado 14 años desde que sus vidas cambiaron para siempre, pero el peso de aquel pasado seguía presente en cada rincón de su ser.

Entraron juntos a la habitación, y aunque la casa estaba en silencio, el peso del pasado llenaba el aire. Isabela se acomodó en la cama, sintiéndose aliviada de tener a su hermano a su lado. Recordó las noches de su infancia, cuando se contaban cuentos hasta que el sueño los vencía.

Mientras se acomodaban para dormir, Ismael observó a su hermana. Aunque ante la sociedad ella se mostraba fuerte, autoritaria y reservada, él sabía que por dentro estaba rota y dolida desde hacía 14 años. Los dos se quedaron dormidos, buscando consuelo el uno en el otro.

Isabela dormía en su habitación, envuelta en la tranquilidad de la noche, pero su mente se encontraba atrapada en un remolino de recuerdos oscuros que se deslizaban entre sus sueños. En su subconsciente, la historia de su vida comenzaba a emerger, como si la estuviera viviendo de nuevo.

●●●●

⚠️⚠️

14 años antes.

Isabela se encontraba en su antigua casa, esa que siempre había sentido como una prisión, más que un hogar. El eco de pasos firmes y decididos resonaba por el pasillo, y ella, sabía exactamente lo que venía. La figura de su padre apareció frente a ella, imponente, su rostro lleno de ira.

¡Nunca serás nada!— gritó Martín, su voz tan fuerte que parecía retumbar en las paredes. Sus ojos estaban llenos de desprecio, un reflejo del rechazo que ella ya conocía demasiado bien.

No sé qué está mal contigo— continuó él, caminando de un lado a otro como un depredador. —¿Crees que puedes vivir así? ¡Nadie te va a amar, Isabela! Nadie jamás podrá hacerlo. Eres una vergüenza para esta familia.

Las palabras golpeaban más fuerte que cualquier golpe físico, pero lo que vino después fue aún peor. La mano de su padre se alzó en el aire, y, antes de que pudiera prepararse, sintió el impacto en su mejilla. El golpe la lanzó al suelo, su cuerpo pequeño y frágil cayendo como una muñeca rota.

El dolor físico era agudo, pero lo que la quemaba por dentro era la humillación. Sentía cómo las lágrimas caían por su rostro, pero se negaba a sollozar. No quería darle a su padre esa satisfacción.

¡Levántate!— rugió él, pero Isabela permanecía en el suelo, sintiendo que el peso de esas palabras la aplastaba más que el golpe. —Nunca serás aceptada. Nadie te va a querer jamás, ¿entiendes? ¡Jamás!

Isabela se incorporó lentamente, pero no se atrevió a mirarlo a los ojos. Sabía que en su mirada él solo encontraría odio. Se llevó una mano a la mejilla, todavía adolorida por el golpe, mientras la voz de su padre resonaba en su mente como una sentencia.

Papá, por favor...— murmuró débilmente, pero él no la escuchaba. No la había escuchado en años. Para él, ella ya no era su hija, sino una falla, una vergüenza que debía ser corregida o eliminada.

Martín se dio la vuelta, y el eco de sus pasos se desvaneció, dejándola sola en la oscuridad de ese lugar que una vez había Ilamado hogar. El silencio que siguió fue peor que cualquier palabra. Era el silencio de la soledad absoluta, del abandono. El eco de las últimas palabras de su padre seguía martillando en su mente.

¡Nunca serás nada!

●●●●

De repente, Isabela se despertó, agitada, con el corazón latiendo desbocado. Sudaba profusamente y su respiración era irregular, como si hubiera corrido una maratón. Miró a su alrededor y sus ojos se posaron en Ismael, que dormía profundamente en la cama junto a ella.

Tragó saliva, tratando de calmar su mente atormentada. Los recuerdos de su infancia la golpeaban con fuerza, y la angustia la envolvía. Necesitaba agua. Se levantó de la cama y salió de la habitación, sintiendo que el peso de su pasado la seguía, como una sombra que nunca la abandonaría.

Mientras caminaba hacia la cocina, pensó en los años que había pasado sin sus padres. ¿Realmente era posible olvidarlos? La verdad era que había vivido 14 años de rencor y dolor, y aunque había logrado construir una vida, la sombra de su infancia seguía acechándola.

Llenó un vaso de agua y se apoyó en el fregadero, mirando por la ventana. La luz de la luna iluminaba el exterior, y un suspiro se escapó de sus labios. “No puedo seguir pensando en esto,” murmuró para sí misma, aunque sabía que esos recuerdos seguirían presentes, siempre listos para atormentarla en la oscuridad de la noche.

Ecos de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora