Capítulo 26: La Noche de la Derrota

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Joe había estado luchando en silencio durante días. Se había refugiado en sus libros, sumergido en páginas llenas de palabras que le permitían escapar del torbellino emocional en el que se encontraba. Pero ni siquiera las novelas más envolventes podían ahogar el dolor que sentía. Kate lo había dejado en el abismo, con una distancia insalvable entre ambos, y aunque lo intentaba, no podía sacarla de su mente. Cada ensayo era una tortura, un recordatorio de lo que habían compartido y de cómo, de un día para otro, todo se había desmoronado.

Una noche, después de uno de esos agotadores ensayos, los chicos del reparto decidieron ir al bar local para relajarse. Joe aceptó la invitación, esperando que unas copas y el ruido de las conversaciones despreocupadas lo ayudaran a distraerse. Pero, en el fondo, sabía que solo estaba huyendo de sus propios pensamientos.

El bar estaba lleno, como siempre, y Joe se dejó caer en una silla junto a sus compañeros, intentando forzar una sonrisa. Bebió más de lo que planeaba, buscando el entumecimiento que solo el alcohol podía ofrecerle. Pero fue entonces cuando se topó con Ben. Ben, su ex, estaba allí, y no perdió la oportunidad de acercarse a Joe con una sonrisa maliciosa.

—Mírate, Joe —empezó Ben, con ese tono burlón que siempre había detestado—. ¿Qué pasa? ¿Tu musa te dejó tirado?

Joe sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Ya era bastante difícil lidiar con el dolor que Kate le había causado, pero tener a Ben haciendo chistes horribles sobre su situación era más de lo que podía soportar.

—Cállate, Ben —dijo Joe, su voz tensa.

Pero Ben no se detuvo. Siguió soltando comentarios venenosos, disfrutando de la miseria evidente de Joe. En ese momento, algo en Joe se rompió. El alcohol lo había debilitado, y el dolor que intentaba reprimir estalló. Se levantó bruscamente y salió del bar, dispuesto a irse a casa y dejar todo atrás.

Sin embargo, Ben lo siguió. Joe podía escuchar sus pasos detrás de él, lo que solo alimentaba su frustración. Se detuvo en seco, dándose la vuelta para enfrentarlo.

—¿Qué quieres, Ben? —gritó Joe, sin importarle lo borracho que sonaba o lo patético que debía parecer—. ¿No tienes nada mejor que hacer que reírte de mí?

Ben se acercó más, con una sonrisa burlona en su rostro. Joe estaba destrozado, desolado por cómo Kate lo había tratado, por cómo su mundo parecía estar desmoronándose. En ese momento de desesperación y rabia, hizo lo que le pareció la única salida. Se acercó a Ben y, sin pensarlo dos veces, lo besó torpemente.

El beso fue un desastre de emociones: dolor, confusión y una necesidad desesperada de olvidar. Ben, sorprendido al principio, no tardó en responder con igual intensidad. Había algo de desesperación en su forma de besar a Joe, como si ambos estuvieran buscando algo en el otro que sabían que no encontrarían.

Sin palabras, Ben tomó la mano de Joe y lo guió hacia su casa. El viaje fue un borrón, y antes de que Joe pudiera detenerse a pensar en lo que estaba haciendo, ambos estaban desnudándose con una rabia primitiva, desbordados por la pasión y la frustración. Era un acto impulsivo, lleno de dolor y de resentimiento. Ben seguía dolido por cómo Joe lo había tratado en su última visita, y Joe solo quería una vía de escape, una forma de borrar el recuerdo de Kate, aunque fuera por una noche.

 Ben seguía dolido por cómo Joe lo había tratado en su última visita, y Joe solo quería una vía de escape, una forma de borrar el recuerdo de Kate, aunque fuera por una noche

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La mañana siguiente llegó con una claridad abrumadora. Joe despertó solo, los rayos de sol entrando por las rendijas de las cortinas. Su cabeza martilleaba por la resaca, pero eso no era lo peor. El verdadero dolor venía del arrepentimiento que lo consumía por dentro. Se tumbó de nuevo en la cama y, sin poder contenerlo, comenzó a llorar. Lloró por Kate, por Ben, por la absurda situación en la que se encontraba. Lloró por Hamlet, el proyecto que ahora parecía una sombra de lo que una vez había esperado que fuera.

Cada lágrima que caía parecía vaciarlo un poco más, dejándolo hueco y sin propósito. Miró el reloj y, de repente, el pánico lo golpeó. En menos de una hora, tenía una entrevista con Vogue, una oportunidad que no podía permitirse perder, no después de todo lo que había pasado.

Con un esfuerzo monumental, se levantó de la cama y se arrastró hasta el baño. El agua fría de la ducha lo golpeó como una bofetada, pero no hizo mucho para aliviar la culpa que lo consumía. Salió del baño, se vistió lo mejor que pudo y, justo cuando estaba por salir, vio algo en la mesa del comedor que le heló la sangre: las servilletas. Las servilletas de Abril, la exrepresentante de Kate.

No necesitaba leerlas para saber lo que contenían: una advertencia, un recordatorio de todo lo que estaba mal en su vida. Joe las ignoró, guardando su dolor y su arrepentimiento, y salió de su apartamento. Sabía que tenía que afrontar la entrevista con la mejor cara posible, aunque por dentro se sintiera destruido.

Mientras caminaba hacia el lugar donde tendría la entrevista, una sola pregunta resonaba en su mente: ¿cómo había llegado todo tan mal?

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