Capítulo 49: Se avecinan los problemas.

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Izuku recordó al monstruo del armario. Una historia —casi una leyenda— de la criatura que vigilaba las habitaciones de los niños desde el clóset abierto esperando el caer de la noche para desatar un infierno. Había causado gran terror entre los más pequeños hasta que lo detuvieron hace dos años (al final se trataba de un pedófilo con la peculiaridad de transportarse dentro de los armarios). Izuku se sintió como aquellas pobres víctimas en ese mismo momento. Tenía las manos apoyadas en la superficie de la cúpula de concreto con la mirada fija en la grieta por la que se asomaba un ojo curioso.

La voz del villano lo había paralizado —¿se trataba de un quirk que causaba el terror o un resultado de acumular estrés desde el derrumbe?— a pesar haber imaginado todos los días diferentes escenarios donde lo derrotaba empleando técnicas extremadamente complejas. Quería vengarse por engañarlo y atacar la UA. Bien, lo tenía delante y su cuerpo no respondía. Su mente tampoco, el cerebro ni siquiera había procesado la imagen.

—¿Quién es ese? —preguntó Kirishima, más desconcertado que temeroso. No había leído la expresión de Izuku, pero esto no le impidió abrir la boca—. No es parte del equipo de rescate, ¿verdad?

—No lo es —respondió el gólem cuya reacción no fue muy distinta a la de Izuku. Él por lo menos conservaba el brillo de su quirk, aunque Izuku casi prefería que lo apagase porque la luz roja distorsionaba la forma del villano haciendo que se viese mucho más aterrador—. Se trata de All for One, el villano ultra peligroso del que te hablamos antes.

All for one no había dicho nada desde que se presentó, observando la escena con ojo crítico (literalmente) mientras sus mechones blanquecinos se colaban a través del agujero. Lo que se estuviera cociendo en su mente era un misterio para Izuku, cosa que lo asustaba más. Por lo menos se digno a decir algo:

—En efecto, soy All for One, el villano que dirige la liga de villanos desde que su anterior líder murió en un terrible accidente.

—O sea, que lo mataste —se vio replicando Izuku, sin ser consciente de lo que soltaba por la boca. Rápidamente apretó los labios maldiciendo en silencio su dichosa lengua. Odiaba aquella parte del cerebro que le hacía soltar tonterías cuando estaba nervioso o asustado.

Por suerte para él, el villano no se enfadó, al contrario, tuvo la amabilidad de defender su aparente y poco creíble inocencia:

—Ye equivocas, Shigaraki falleció cuando se puso en el camino de una serie de peculiaridades que destrozaron su cuerpo en pedazos tan diminutos que se los llevó el aire. Todo accidental —añadió como si fuese a convencer a alguien—, son cosas que pasan a diario. Como el que cae a las vías del tren.

«Lo empujan a las vías del tren», corrigió Izuku.

—O el que cae de una azotea.

«Lo arrojan desde lo alto».

—O muere de ilusión porque le regalan zapatos nuevos.

«Zapatos de cemento y al mar».

¿A quien pensaba engañar con aquellas suposiciones de mierda? Parecía un niño pequeño tratando de justificar por qué rompió el jarrón favorito de su madre. Un niño con tal cantidad de peculiaridades que podría suponerle un problema al país entero. Pero más importante, ¿qué hacía allí? Porque su aparición solo podía significar una cosa terrible.

Izuku tomó aire y lanzó su acusación.

—Eres el responsable del derrumbe del estadio.

La frase solo pilló por sorpresa a Kirishima, y no porque fuera tan idiota que no podía unir los sencillos cables del misterio, sino porque la enorme cantidad de acontecimientos lo dejaron terriblemente confuso. Todo fue muy repentino, como la mayoría de accidentes que ocurrían, sino el 100%.

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