El viento soplaba con fuerza, arrastrando consigo la bruma salada del mar. Clara miraba por la ventana de su pequeño café, donde cada mañana se repetía el ritual de abrir las persianas, encender las luces y esperar a que los primeros clientes llegaran. La vida en el pueblo costero de Santa Marina era tranquila, predecible. A veces, demasiado.
Aquella mañana de abril no parecía diferente a las demás, pero había algo en el aire que la inquietaba. Quizás era el viento, pensó. O tal vez solo era el peso de una rutina que llevaba demasiado tiempo soportando. En cualquier caso, Clara trató de apartar esos pensamientos, concentrándose en alinear los tarros de azúcar y preparar el café con la precisión de quien ha hecho lo mismo durante años.La campanilla de la puerta sonó, anunciando la entrada del primer cliente. Clara levantó la vista, esperando ver a algún vecino habitual, pero en su lugar apareció un hombre que no reconoció. Llevaba una chaqueta gastada, el pelo desordenado por el viento y una cámara colgando del cuello. No era el tipo de turista que solía visitar Santa Marina en esa época del año.—Buenos días —dijo él, acercándose al mostrador con una sonrisa ligera.—Buenos días —respondió Clara, intentando no dejar traslucir su sorpresa—. ¿Qué le puedo ofrecer?El hombre miró el menú, aunque más por costumbre que por verdadera intención de leerlo.—Un café solo, por favor. Y... ¿tendrás algún consejo sobre qué fotografiar por aquí?Clara arqueó una ceja. ¿Un fotógrafo en Santa Marina? Eso sí que era algo inusual.—Supongo que el puerto y las playas son lo más pintoresco que tenemos —respondió mientras preparaba el café—. Aunque si le gustan los atardeceres, el acantilado es el mejor lugar.—Atardeceres y acantilados, suena perfecto —dijo él, con una sonrisa más amplia.Clara se percató de que sus ojos tenían un brillo curioso, como si observara el mundo con una atención especial, buscando siempre algo más allá de lo evidente. Entregó la taza de café y el hombre la tomó, agradeciéndole con una inclinación leve de cabeza.—Soy Javier, por cierto —dijo él, extendiendo su mano.Clara titubeó un segundo antes de estrechársela.—Clara —respondió—. Encantada.Javier se sentó en una de las mesas junto a la ventana, sacando su cámara y revisando las fotos que ya había tomado. Clara intentó concentrarse en sus tareas, pero de alguna manera sentía que no podía ignorar su presencia. Había algo en él que alteraba la calma de su pequeño mundo, algo que le recordaba la vida que una vez había soñado tener.Los minutos pasaron en silencio, hasta que él volvió a hablar, esta vez sin levantar la vista de la pantalla de su cámara.—¿Siempre es tan tranquilo este lugar?Clara soltó una risa suave.—Todo el año. Si buscas emociones fuertes, no las encontrarás aquí.Javier dejó la cámara sobre la mesa y la miró con atención.—A veces, lo tranquilo es justo lo que uno necesita.Ella no supo qué responder a eso, así que se limitó a asentir y continuar limpiando las tazas. Pero la verdad es que aquellas palabras resonaron en su interior más de lo que esperaba.***A media tarde, el café estaba vacío. Clara aprovechó la calma para sentarse en la mesa más cercana a la ventana, donde la luz de abril entraba suavemente, iluminando el interior. Desde ese ángulo, podía ver el puerto a lo lejos, las olas rompiendo contra los botes anclados, y algunos pescadores regresando de su jornada.Era una vista que siempre había conocido, pero que últimamente le resultaba monótona, incluso asfixiante. El sueño de salir del pueblo, de viajar y descubrir el mundo, se había desvanecido con el tiempo. Se había conformado con lo que tenía, convenciéndose de que la tranquilidad no era tan mala. Pero, ¿por qué sentía que algo faltaba?La campanilla de la puerta sonó nuevamente, sacándola de sus pensamientos. Era Javier, quien volvía del acantilado con la cámara aún colgando de su cuello y una sonrisa cansada en el rostro.—¿Otra vez por aquí? —preguntó Clara con una sonrisa, mientras él se acercaba.—No hay muchos lugares donde ir en un pueblo tan pequeño —respondió Javier, quitándose la chaqueta y sentándose en la misma mesa que antes—. Además, el café es bueno.Clara rió mientras servía otra taza de café para él.—¿Encontraste el acantilado?—Sí, y el atardecer fue espectacular. Saqué unas fotos increíbles —dijo, sacando la cámara y mostrándole algunas imágenes—. Me sorprende que haya tan pocos visitantes en este lugar. Es hermoso.Clara observó las fotos con curiosidad. A través del lente de Javier, Santa Marina parecía más vibrante, más llena de vida de lo que ella había percibido en mucho tiempo. Las luces doradas del sol sobre el océano, las olas golpeando contra las rocas... todo parecía parte de una postal perfecta.—Eres muy bueno —comentó ella, devolviéndole la cámara—. No había pensado que este lugar pudiera verse así.—El lugar es solo una parte de la historia —dijo él, guardando la cámara—. La manera en que lo miras lo es todo.Clara lo miró fijamente por un momento, sintiendo que aquellas palabras no solo se referían a la fotografía, sino también a algo más profundo. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien le hablaba de esa manera, con una perspectiva tan fresca y diferente. Y en ese instante, sintió que tal vez él estaba en lo correcto.—Bueno, creo que no tengo el ojo de un fotógrafo —respondió finalmente, con una risa ligera para suavizar el momento.Javier sonrió, pero esta vez su expresión parecía más pensativa.—¿Y qué te trajo a este pueblo? —preguntó de repente—. Pareces alguien que podría estar en cualquier lugar, pero elegiste estar aquí.Clara dudó un momento, sorprendida por la pregunta. Era algo que ella misma se preguntaba a menudo. ¿Qué la había mantenido aquí, en lugar de perseguir los sueños que una vez tuvo?—No lo sé —respondió lentamente—. Supongo que me acostumbré a la rutina, y un día los sueños quedaron atrás.Javier la miró en silencio, asintiendo como si entendiera perfectamente lo que quería decir. Pero no dijo nada más. Simplemente se levantó, pagó por su café y le dio las gracias.—Nos vemos mañana —dijo, como si fuera un hecho.Y antes de que Clara pudiera responder, la puerta se cerró detrás de él, dejando una brisa fría que entró al café.Clara se quedó de pie, mirando la puerta por un momento. No sabía por qué, pero sentía que ese encuentro no había sido casual. Quizás, después de todo, algo en su vida estaba a punto de cambiar.---**Fin del Capítulo 1**Este capítulo inicial presenta a Clara y Javier, estableciendo no solo el escenario tranquilo del pueblo costero, sino también el contraste entre sus vidas y el potencial de una transformación. El encuentro con Javier comienza a despertar en Clara algo que había estado dormido durante mucho tiempo, y eso será clave en el desarrollo de la historia.
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Bajo el cielo de abril
RomanceLa historia sigue a Clara, una joven que vive en una pequeña ciudad costera, atrapada entre el deseo de una vida tranquila y la pasión por los viajes que nunca ha realizado. Su mundo da un giro inesperado cuando conoce a Javier, un fotógrafo itinera...