𝒳𝒳𝒳𝐼𝐼𝐼- 𝓔𝓵 𝓹𝓸𝓭𝓮𝓻 𝓭𝓮𝓵 𝓬𝓻𝓮𝓪𝓭𝓸𝓻-

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*Separador: Adara*

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*Separador: Adara*

El cuerpo de Krista colisionó con el mío sin que lo previera, haciéndome quedar estática en mi lugar. Al ser mucho más alta que yo, le resultaba fácil arroparme bajo su cuerpo.

Dejé que me abrazara, pero no porque ese fuera mi primer instinto. Lo único que sentía en este momento era un sentimiento incontenible de molestia hacia ambas.

¿Cómo se atreve Sam a permitir que Krista venga a un lugar tan peligroso para ella?

—¿Qué haces aquí? —Susurré, sin atreverme a alejarla. Su cuerpo sobre el mío se sentía como calma pura intentando filtrarse entre la gruesa coraza que había erigido alrededor de mí.

—Necesito estar cerca de ti —Se alejó solo lo suficiente para tomar mi rostro e intentar acariciarlo, cosa que no permití. —¿Qué tienes? ¿Por qué te alejas?

Su voz, decepcionada por mi reciente rechazo, fue como una herida que ahora ella me infligía.

—Estás herida, vuelve con tu gente.

No supe de dónde salió aquella frase. Era evidente que mi cuerpo necesitaba a Krista. El simple roce de nuestros cuerpos me había devuelto toda la energía que había perdido estos últimos días. Pero el bienestar de la mujer que amaba estaba en peligro, y eso era lo único que importaba.

—¿Disculpa? —Resentimiento e incredulidad fue lo único que logré descifrar en su entonación. —¿Mi gente?

—Tu madre, Gabriel...

—Adara, ninguno de ellos es 'mi gente' —Volteé a buscar ayuda en la loba que me había metido en este lío, pero ya no estaba con nosotras. Parecía preferir huir de peleas que no le incumbían.

—Lo que sea, son cazadores. Solo ellos pueden rescatarte de lo que viene.

Mis palabras no tenían sentido para ella, y sé que no lo tendrían para muchos, pero yo ahora conocía la verdad. Krista debía salir de aquí antes de que fuera demasiado tarde.

—¿Rescatarme de qué?

—¡De mí! —Dije, exasperada por su incomprensión. — Créeme... yo... voy a dañarte.

Cubrí mi rostro con las manos, como si eso fuera a salvarme de la incómoda y vergonzosa conversación que estábamos por tener.

—Adara, ¿de qué hablas? Me has curado —Destapó mis manos para que la mirara y se señaló— ¿Lo ves? Ya no duele, estoy bien. Tú me curaste.

A pesar de la marca roja en su piel, Krista seguía defendiéndome como si hubiera olvidado todo lo que le había hecho en los últimos días.

—Krista, no me hagas esto. —Le rogué, permitiendo que sus manos acariciaran mi rostro con todo el amor que me ofrecía, aunque yo no lo merecía.

Infierno Escarlata (C.E 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora