El Ocaso en el Viejo Oeste

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El sol se escondía tras las montañas, tiñendo el cielo de un naranja profundo mientras el viento polvoriento hacía bailar los arbustos secos. El Sheriff Labrador, un imponente can de pelaje dorado, caminaba lentamente por las desoladas calles de Sierra Pata, su distintivo sombrero ladeado y las botas desgastadas que hacían eco en el silencio del atardecer.

Había sido un día largo. Mantenía el orden en un pueblo que poco a poco se iba olvidando, pero hoy algo lo mantenía inquieto, algo que lo había perseguido durante semanas. Dobie, un forajido con quien tenía una historia más profunda de lo que le gustaba admitir, había sido visto por los alrededores.

Dobie era todo lo que Labrador no era. Un doberman de mirada aguda y sonrisa torcida, con cicatrices que contaban historias de supervivencia en las llanuras más peligrosas. Pero no era un delincuente cualquiera, no para el sheriff. Habían compartido más que balas en el pasado; había una conexión que ni el deber ni la ley podían borrar.

Labrador se detuvo frente al salón, donde las luces comenzaban a encenderse tímidamente. El inconfundible sonido de unas botas acercándose lo puso en alerta. Se giró, y ahí estaba Dobie, apoyado contra un poste, con la misma sonrisa despreocupada de siempre.

—Vaya, sheriff —dijo Dobie, su voz ronca y provocadora—. Nunca pensé que me extrañarías tanto como para seguirme hasta aquí.

Labrador frunció el ceño, aunque en el fondo sentía una mezcla de alivio y frustración al ver al doberman frente a él.

—No estoy aquí por placer, Dobie —respondió, firme—. Sabes por qué te busco. Esta vez no te vas a escapar.

Dobie se acercó con pasos tranquilos, desafiando la autoridad que Labrador siempre imponía con su sola presencia. Se detuvo justo a pocos centímetros de él, lo suficiente para que el sheriff pudiera sentir su aliento caliente y la chispa de esa tensión no resuelta que siempre existía entre los dos.

—¿Seguro que quieres atraparme, sheriff? —Dobie le sostuvo la mirada, su voz ahora suave, casi seductora—. Porque la última vez que lo intentaste, terminamos en una situación un poco… diferente.

Labrador sintió que sus orejas se erizaban ante ese comentario. No podía dejar que Dobie le afectara de esa manera, no otra vez. Pero esos recuerdos, la noche bajo las estrellas, las palabras susurradas en secreto... eran más difíciles de olvidar de lo que le gustaría admitir.

—Esto es diferente —murmuró, sin moverse ni un centímetro—. No puedes seguir huyendo.

Dobie soltó una carcajada, esa que siempre hacía que el corazón del sheriff latiera más rápido.

—Quizás no quiero huir, Sheriff. Quizás estoy cansado de correr… pero solo si tú me sigues.

Hubo un silencio pesado. La tensión entre ambos era palpable, y el viento parecía detenerse a la espera de lo que pasaría. Labrador respiró hondo, sabiendo que debía tomar una decisión. Era su deber atrapar a Dobie, pero en ese momento, lo único que deseaba era algo más allá del deber.

El sheriff dio un paso hacia Dobie, acortando la distancia entre ellos, su mirada fija en los ojos oscuros del doberman.

—Tal vez esta vez —dijo con voz baja—, no voy a seguir las reglas.

Y en ese instante, el código del oeste y las obligaciones quedaron atrás, mientras las sombras del atardecer cubrían a ambos, dejando que el tiempo y los recuerdos se desvanecieran en el viento del desierto.

Dobie levanto una ceja, sorprendido por la respuesta del sheriff. Esa frialdad que siempre había visto en labrador ahora se desmoronaba lentamente frente a el, dejando ver algo más.

El doberman se acercó un poco más, tanto que podía sentir el calor del cuerpo del sheriff, esa mezcla de autoridad y madurez que siempre los había separado.

—¿Sigues hablando de arrestarme? O algo más, sheriff?—susurró Dobie, su voz ronca cargada de un peligroso doble sentido.

Labrador que había mantenido su temple bajo cualquier circunstancia, sintió como su autocontrol se desmoronaba. Había perseguido a Dobie durante semanas, no solo por su deber como sheriff, sino por qué había algo en aquel forajido que lo atraía como un imán. Era un caos que el no podía contener, un caos que lo hacía sentir vivo.

—Cierra la boca—gruño con un tono que mezclaba frustración y deseo. —Siempre hablas demasiado—

Sin embargo, en lugar de obedecer. Dobie soltó una risa baja y desafiante. Se inclinó aún más cerca, de manera que un solo un fino hilo de controlo separaba lo profesional de lo personal.

—Eso te encanta de mi, verdad, sheriff?—murmuró rozando apenas la oreja de labrador con su hocico.—Sabes que vuelvo loco—.

Labrador lo sabía, y ese era el problema.En un rápido movimiento que lo tomo por sorpresa incluso a él mismo, lo empujo contra la pared de del salón. La madera crujio bajo el impacto, Pero no se resistió. Le sostenía la mirada con esa intensidad que siempre lo había provocado, sus ojos reflejando la luz moribunda del ocaso.

Labrador lo sabía, y ese era el problema. En un rápido movimiento que lo tomó por sorpresa incluso a él mismo, lo empujó contra la pared del salón. La madera crujió bajo el impacto, p

El sheriff lo mantuvo sujeto, su cuerpo rígido, sus mandíbulas apretadas mientras intentaba luchar contra el torbellino de emociones que lo envolvían. La ley, el deber, todo parecía difuminarse en ese momento. Dobie, por su parte, simplemente lo miraba con una sonrisa astuta.

—Vamos, Labrador —dijo en un tono bajo, casi susurrante—. Sabes que te vuelvo loco.

Labrador apretó los dientes. Sí, lo sabía. Pero, en su interior, sabía que esto estaba mal, que no podía dejarse llevar. Su deber como sheriff siempre había sido lo primero. No podía traicionar lo que había jurado proteger. Y sin embargo, en ese instante, todo lo que le importaba parecía ser el hombre que tenía delante.

Con un último gesto de autocontrol, Labrador aflojó el agarre y dio un paso atrás, su respiración pesada. Dobie lo observó, aún con esa sonrisa desafiante.

—Siempre tan correcto, sheriff —se burló Dobie—. Pero hasta los más rectos tienen un límite.

El sheriff no respondió. No podía. Sabía que si abría la boca, si decía algo, todo ese autocontrol cuidadosamente mantenido se desmoronaría.

Y así, con el silencio entre ellos creciendo como una barrera infranqueable, Labrador dio media vuelta y salió del salón, dejando atrás la tentación que había estado a punto de consumirlo por completo.

One-shot's - Sheriff labrador x DobieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora