22. Del Dolor al Consuelo

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Snape lo agarró del cuello de la camisa, dispuesto a castigarlo, pero un gruñido lo hizo detenerse. Giró la cabeza y, por primera vez, vio a Lupin completamente transformado, una criatura lista para atacar. Snape, sin dudarlo, se interpuso entre la bestia y los estudiantes, dispuesto a protegerlos a cualquier costo.

Lupin lanzó un golpe que los hizo caer al suelo, pero antes de que pudiera hacer más daño, Sirius, ya transformado en el gran perro negro, se lanzó contra él, iniciando una lucha feroz. Los chicos se levantaron rápidamente, observando con terror la batalla que se desarrollaba ante sus ojos. Snape se mantuvo firme, su cuerpo siendo el único escudo entre los estudiantes y el peligro inminente.

Sirius logró desviar la atención de Lupin y huyó, con Lupin pisándole los talones. Harry y Sarah lo siguieron de cerca. Harry, en un intento desesperado por detener a Lupin, le lanzó una piedra que apenas lo rozó. Sarah hizo lo mismo con una piedra más grande, pero el resultado fue igualmente ineficaz. Un aullido resonó en el aire cuando Lupin, confundido y furioso, se alejó, perdiéndose en la oscuridad. Sirius, recuperando su forma humana, también se desvaneció en la noche.

Harry y Sarah continuaron su búsqueda, pero Harry, decidido a enfrentarse a Sirius solo, mandó a Sarah por el lado equivocado. Ella, desesperada por ayudar, corrió sin mirar, tropezando y cayendo al suelo, lastimándose gravemente las piernas. Ahora se encontraba sola en el Bosque Prohibido, perdida y herida. Pensó que ese sería su fin, incapaz de caminar, solo pudo arrastrarse para esconderse. Lo que no sabía era que Eileen la había seguido en secreto, brindándole un alivio momentáneo, aunque la preocupación por su amiga seguía latente.

—¿¡Qué haces aquí?! —gritó Sarah, su voz cargada de ira—. ¡Esto es peligroso!

—¿Hablas de peligro después de correr directo hacia un hombre lobo? —replicó Eileen mientras se acercaba rápidamente—. ¿Estás lastimada? ¿Puedes levantarte?

—Déjame en paz —respondió Sarah con frialdad, su tristeza transformada en un odio amargo.

—¡No te voy a dejar sola, mucho menos si estás herida! —insistió Eileen, sin amedrentarse ante la hostilidad de su amiga.

—Bueno, pues siéntate a mi lado —ordenó Sarah, su tono seco pero sin más resistencia. Eileen obedeció, y Sarah apoyó su cabeza en el hombro de la rubia. El corazón de Eileen dio un vuelco inesperado.

—¿Te duele mucho? —preguntó, su voz ahora suavizada por la preocupación.

—No creo que pueda moverme en semanas... Y eso será complicado cuando esté en casa... —Sarah intentó sonar distante, pero había un toque de vulnerabilidad en sus palabras.

—No te preocupes por eso ahora. Enfócate en esta noche. No quiero que ocurra nada grave... —respondió Eileen, mirando a su alrededor con cautela.

—No pasará nada porque estás aquí —replicó Sarah, dejando entrever una fracción de su agradecimiento.

Esa simple frase hizo que el corazón de Eileen volviera a latir con fuerza. Sarah, sin previo aviso, se acomodó, recostando su cabeza en las piernas de Eileen. La rubia tragó en seco y apretó la mandíbula, intentando controlar sus emociones, como había hecho aquella vez en el partido de Quidditch.

—No pongas esa cara, me lo debías —añadió Sarah, notando la tensión en Eileen.

—No estoy poniendo ninguna cara —murmuró Eileen, nerviosa—. Tienes los ojos más soñadores para alguien que rara vez duerme... —comentó, observando a Sarah con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—No sabes cuánto duermo. Si lo supieras, me preocuparía que me estuvieras espiando... —respondió Sarah con una ligera sonrisa, sin abrir los ojos.

Our Safe Place | Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora