Capítulo 25.

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Visitas y Reencuentros

Astrid despertó temprano, pero al bajar a la sala para desayunar, encontró a su hermana Grecia llorando. Preocupada, se acercó y le preguntó qué le pasaba.

—Es raro ver a mi hermana con alguien que la ama y la respeta, que le daría el mundo entero —dijo Grecia entre lágrimas—. Y yo… yo estoy embarazada de un hombre que me dejó por alguien más joven.

Astrid no supo cómo reaccionar. La confesión la tomó por sorpresa, pero antes de poder decir algo, los padres de ambas bajaron y las encontraron sentadas en silencio.

—Astrid, ¿vas a salir con Isabela? —preguntó Mercedes, notando lo bien arreglada que estaba su hija.

—Sí, mamá. En la madrugada, Isa me mandó un mensaje diciéndome que me arreglara bonito porque me va a invitar a desayunar. No sé a dónde vamos, es una sorpresa —respondió Astrid con una sonrisa—. De hecho, ya me voy, porque me está esperando.

Al llegar al apartamento de Isabela, Astrid entró y la encontró de espaldas, en ropa interior, revelando un tatuaje en su espalda que decía "Resiliencia." Sin poder evitarlo, Astrid se acercó por detrás y la abrazó suavemente.

—Amor, no sabía que tenías ese tatuaje —le dijo con ternura.

Isabela se volteó con una sonrisa y la besó apasionadamente.

—Te amo mucho —le dijo Isabela, mirándola a los ojos.

—Yo también te amo, hasta el fin del mundo —respondió Astrid, sonriendo.

Curiosa, Astrid le preguntó sobre el tatuaje, pero Isabela solo respondió que le gustaba la frase, omitiendo que tenía un significado mucho más profundo y relacionado con su pasado. Después de que Isa terminó de arreglarse, Astrid salió de la habitación y vio a Ismael en la cocina.

—¿Vas a venir con nosotras? —preguntó Astrid.

—No, tengo una cita con una chica. Isa tiene algo planeado para ustedes —dijo Ismael, guiñándole el ojo a su hermana.

...

La noche anterior, Isabela había tenido una pesadilla que la despertó con un grito ahogado. Un tiempo después, Ismael la encontró llorando en silencio.

—¿Te pasa seguido? —dijo Ismael, abrazándola.

—No, han pasado varios años desde la última vez—contestó Isa, aún con lágrimas en los ojos.

Ismael, sabía que era por lo que paso hace tiempo y le sugirió que era momento de perdonar a sus padres y presentarles a Astrid. Aunque no estaban casadas, Astrid ya formaba una parte importante de la vida de Isabela.

—Es lo que haré —dijo Isa, tomando finalmente una decisión que había postergado por mucho tiempo.

...

En la mañana, mientras viajaban hacia su destino, Astrid comenzó a notar que el camino se hacía más largo de lo esperado.

—¿A dónde vamos? —preguntó curiosa.

—A un pueblito muy bonito —respondió Isabela.

Astrid, emocionada, imaginó que tendrían una escapada romántica en algún lugar pintoresco. Sin embargo, cuando llegaron, se sorprendió al ver una gran casa con un letrero que decía "Familia Andrade." Nerviosa, se volvió hacia Isabela.

—¿Esta es la casa en donde vivías? —preguntó Astrid.

Isabela, seria pero decidida, le explicó:

—Antes de que entremos, debes saber que puede que nos reciban bien o puede que no. No he venido en 14 años.

—¿Por qué venimos ahora? —preguntó Astrid, sintiendo el peso del momento.

—Ayer me pediste que te hablara de mi familia, así que mejor te traje a conocerlos —dijo Isa con una leve sonrisa.

Cuando Isabela tocó la puerta, su madre, Elena, la abrió con lágrimas en los ojos. La abrazó con fuerza, y después de que Isa presentara a Astrid como su novia, Elena también la abrazó, dándole la bienvenida.

—Tu papá está en su oficina —le dijo Elena, notando el nerviosismo en el rostro de Isabela—. Ya cambió, ya no es el mismo desde que te fuiste.

Astrid, sorprendida, le preguntó a Isabela:

—¿Te fuiste de tu casa?

—Sí —respondió Isa con un tono de voz bajo, antes de subir a ver a su padre.

Isabela subió con cautela hasta la oficina de su padre. Tocó la puerta y, con un nudo en la garganta, dijo:

—Buenos días, señor, ¿puedo pasar?

Martín, al reconocer la voz de su hija, se levantó con lágrimas en los ojos. Le hizo un gesto para que se acercara y la abrazara, pero Isa se mantuvo algo distante. A pesar de la tensión, Martín rompió el silencio con un sincero pedido de perdón.

—No será fácil ni rápido, pero te perdono —dijo Isabela, tratando de mantener la calma aunque los recuerdos la abrumaban.

Aunque el dolor del pasado seguía latente, Isabela sabía que Astrid lo valía, y que no podía continuar viviendo con esa carga.

Mientras tanto, en la cocina, Elena aprovechó para conocer mejor a Astrid. Le preguntó sobre sus gustos, y más tarde cómo había conocido a Isa.

—La conocí en un café —mintió Astrid, sonriendo, evitando decir la verdad de que Isabela era su maestra.

Elena, llena de curiosidad, preguntó cómo vivía Isa ahora.

—Pues, es abogada y maestra. Vive en un apartamento de lujo, siempre arreglada como la ves ahora. Es fuerte, fría y autoritaria, pero en el fondo, la gente en su trabajo la ama aunque le tengan un poco de miedo —explicó Astrid.

Elena se llenó de orgullo al escuchar lo que su hija había logrado en todos esos años de ausencia.

Isabela bajó poco después, acompañada de su padre. Con respeto, presentó formalmente a Astrid:

—Papá, ella es Astrid, mi pareja. Astrid, el es Martín, mi papá.

Isabela temía la reacción de su padre, pero se sorprendió cuando Martín abrazó a Astrid y le dijo:

—Bienvenida, hija. Es un gusto conocerte y saber que has hecho que mi hija volviera a visitarnos.

Astrid, sorprendida y emocionada, correspondió al abrazo y agradeció. Después, todos se sentaron a la mesa, disfrutando de un café con las galletas que Elena solía preparar cuando Isabela era niña. Sin embargo, Astrid no podía evitar preguntarse por qué Isa había pasado tantos años sin ver a sus padres.

Mientras Martín y Elena conversaban animadamente con Astrid, Isa se levantó y subió a su antigua habitación, que seguía exactamente igual. Al cabo de un rato, Astrid la encontró sentada en la orilla de la cama, sollozando en silencio. Sin decir nada, Astrid la abrazó, dejando que Isa soltara todo el dolor acumulado.

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