Mi historia. Capítulo I.

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Mi prioridad era asegurarme un buen futuro incluso a costa del amor de los demás, no nací precisamente en una familia privilegiada, me di cuenta cuando apenas era un crio, no todos nacemos iguales, aunque si que hay algo que depende de mi mismo, si aceptar o no aceptar mi destino, esto no es ni por asomo la historia del típico romance entre dos chicos, espero que ni se te pase por la cabeza,es la historia de mis recuerdos cargados de dolor y deseo, en una sociedad donde el amor entre dos hombres era realmente asqueroso, sufrimos, peleamos y resistimos, está es mi historia.

Pequeños rayos de luz se colaban por las persianas, proporcionándome luz para poder seguir encargándome de las tareas del hogar, mi madre se encargaba de limpiar la casa de una familia adinerada, realmente pienso que es injusto que haya personas que lo tengan todo y otras como yo que luchen por comer cada día, ni siquiera tenía útiles escolares en condiciones, mi uniforme estaba remendado con parches de distintos colores, aunque daba gracias por poder estudiar, pero debería haber las misma posibilidades para todos, sin embargo, Londres era una ciudad cruel en cuanto a la gente de clase baja o ratas vagabundas como decían ellos…

Bueno debería dejar de quejarme y vestirme, llegó jodidamente tarde, mierda, cogí el bolso de pana de un color crema bastante suave, cerré la puerta de casa, no muy fuerte porque podría romperse, corrí por las anchas calles de la ciudad, viendo carruajes abordados por damas con vestidos llamativos y pomposos, ojalá ser hijo de una de ellas, me abofetee mentalmente, como podía pensar así, me detesto ahora mismo, mi madre se esfuerza mucho por mí desde que mi padre murió.

Dejé mis pensamientos de lado, suspiré, seguí caminando, al llegar al instituto entre queriendo que nadie se dirigiera a mí,en ningún momento, me senté en mi lugar correspondiente y simplemente atendí como se hacía en cualquier recinto parecido, pasaron las largas aburridas, pero útiles horas de clase, recibí una llamada al despacho del director antes de irme, Dios mío, recé por no haber hecho nada malo… No había hecho nada… según yo, no quería ver el cinturón del director estampar contra mí, no, no, no estaba en mis planes de vida, al llegar toqué la puerta hasta escuchar un firme «pase» que erizó mi piel por completo, respiré hondo y entre.

— Buenas tardes, señor director—. Incliné mi cabeza a modo de respeto.

— Buenas, joven Kidman, tome asiento—. Señaló la silla frente al escritorio.

Tome asiento bajando la mirada mientras él comenzaba a hablar, no me enteré de mucho hasta que pronunció Elisabeth el nombre de mi madre, levanté la cabeza enseguida.

— Parece ser que su madre ha sufrido una lesión en la médula si no estoy equivocado, le informo yo, ya que no han podido comunicarse con usted, joven Kidman, puede retirarse, su madre está en el hospital central—.

El señor delante de mí me miraba con pena, odiaba esa mirada, me levanté despidiéndome de mi mayor, salí de allí, corrí con todas mis fuerzas hacia el hospital, esto costaría carísimo… nuestros recursos seguramente se han ido al carajo, pero al menos mi madre estaría lo más sana posible, o eso espero, llegué pregunté en recepción, debía esperar en la sala de espera, según ellos «enseguida me atenderían» realmente no lo creo, pues había venido a las cinco y cuarenta y cinco de la tarde y eran las nueve y media, había oscurecido, preferí esperar a verla, que sentido tendría irme a casa solo, ¿sin ella?, ninguno, farfullaba en la sala de espera, desesperado, cansado, preocupado por mi madre.

—¿Se va a morir alguien?—. Escuché una voz algo grave, el tono en el que me hablaba era sarcástico.

Levanté la mirada, vi aún pelinegro de ojos negros como el carbón, su rostro tenía facciones masculinas notorias, eran atractivas a la vista, este chico era bastante borde a simple vista, llevaba unos auriculares antiguos negros en el cuello, nunca había visto unos de cerca, estaban conectados a un reproductor de cinta.

—No— . Dije cortante.

—Pues menos mal—. Hizo una sonrisa bastante irónica, refunfuñe ante su gesto.

—¿Y a ti?—. Sonreí mirándolo, en tu cara borde de mierda, reí para mis adentros.

— Tampoco, solo está ingresada por un hueso roto—.

— Pero, el horario de visita ya ha pasado—. Ví como asentía.

—Creí que si me iba se sentiría sola, además que más te da rubito pecoso—.
Suspiré ante su idiotez y respondí sin ser agresivo.

—supongo, bueno voy a ver cómo está—. Me levanté de mi asiento, despidiéndome de él quien me miraba con algo de curiosidad, abandoné la sala con su mirada sobre mí.

.....

Al día siguiente volví a levantarme temprano, tenía que hacer las tareas de la casa, para que cuando mi madre volviera no tuviera que hacer nada, dejé la comida hecha, limpié la casa y me cambié, al menos hoy no llegaba tan tarde, corrí de nuevo se había convertido en una rutina, al llegar volví a rezar porque no se me acercara nadie, sin embargo, en la pista donde estábamos haciendo flexiones lo vi, aquel chico que me había hablado en el hospital, por pensar en ese día caí sin llegar al número de flexiones que debíamos hacer obligatoriamente, genial todo es culpa del chico borde, ví como él se acercaba con una sonrisa irónica como aquella que me dio esa vez.

— Hola, chico del Hospital, no has llegado al número, alguien va a tener que quedarse aquí mientras haces de nuevo las flexiones e incluso más—. Suspiré, era odioso, lo miré confuso aunque claramente fingido.

— ¿Qué pasa?, ¿no me recuerdas?—.

Pues claro que lo recordaba, idiota, borde y sarcástico, Ush... como lo odiaba.

— No sé, quién eres, ya sé que caí y ahora tengo que quedarme, no soy idiota
—. Me levanté recibiendo el regaño del profesor, yo precisamente no era bueno en las capacidades físicas.

Todos se fueron a la siguiente clase menos el chico borde, se quedó observándome al lado de mí, mientras hacía las flexiones sin parar.

— Eres un flojo, ánimo o te quedarás toda la tarde, no quieres eso supongo—. Escuché su risa, le parecía muy divertido, será capullo.

— La verdad, no sé que te hace tanta gracia—. Dije con la respiración descontrolada por el sobreesfuerzo, mis brazos temblaban al igual que mis piernas, pronto caería de nuevo.

— Me parece muy gracioso que no seas capaz de hacer doscientas flexiones, vamos sabes que nos preparan para que de mayores no seamos unos inútiles en el ejército—. Sentí su toque en mi espalda por encima de mi camisa, ¿Qué estaba haciendo?

— Vamos tú puedes, si haces cien le diré al rector que has hecho doscientas—. Noté como seguía observándome, este chico era muy raro.

Seguí haciéndolas flexiones, caí tantas veces que mis rodillas raspadas con la superficie de la pista, notaba como la sangre recorría mi pierna, no sé cuanto tiempo ha pasado, pero llevaba muchas flexiones de nuevo.

— Noventa y ocho, noventa y nueve, ¡cien!—. Contó el pelinegro.

Me tiré en el suelo, mi pecho subía y bajaba con rapidez, miré el cielo cerrando los ojos para tratar de controlar mi respiración, de nuevo aquella risa que conocía de hace poco tiempo volvió a atravesar mis oídos, hice una expresión molesta.

— Eres muy flojo, vago, tienes poco aguante, pero al menos eres capaz de hacer cien, deberías curarte esas heridas rubito pecoso—.

Su rostro intervino en mi campo visual, ya no me dejaba ver el hermoso y pacífico cielo que había, ahora solo veía su horrible cara, ¿a quién iba a engañar?, el hijo de su madre era perfecto, excepto por su personalidad era horrible, terrible, cualquier día le destrozo la sonrisa de un puñetazo bien dado.

—Deja de reírte de mi chico borde, me llamó Oliver para de llamarme rubito pecoso, idiota, además estás en mi campo visual, ¿Qué quieres un beso o qué?, borde de mierda—. Solté por mi boca todo lo que se me vino a la cabeza sin cortarme ni un poco.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora