Los muros de la casa familiar Yamazaki guardaban cientos de recuerdos. Jimin recorría cada habitación a paso lento, tocando las paredes ahora vacías sin esos cuadros elegantes y bonitos que su madre colocaba, sintiendo el sonido de sus pasos al no haber ningún ruido dentro del lugar. Ahora que estaba a punto de mudarse quería asegurarse de guardar en su memoria cada mínimo detalle de la casa en donde vivió toda su vida. En menos de cinco horas tenía que tomar un avión hacia Corea dejando atrás su amada ciudad natal. Parecía irreal cómo su vida cambió de la noche a la mañana, un día estaba almorzando en el enorme comedor junto a sus padres pidiéndoles permiso para salir a algún bar-karaoke con sus amigos y al otro estaba terminando de empacar sus maletas. La casa estaba totalmente vacía y lista para venderse, al verla así ya no parecía más su hogar. Las paredes fueron pintadas otra vez borrando todo rastro de dibujos que Jimin hizo de niño o las marcas junto a la puerta de la cocina donde solían medirlo para ver lo rápido que crecía.
La nostalgia se apoderaba de él a medida que avanzaba por los pasillos, cada rincón resonando con conversaciones y anécdotas del pasado. Jimin se detuvo frente a la que ahora era su antigua habitación, recordando las noches en las que se quedaba despierto, soñando con el futuro. Miró la ventana, ahora vacía, recordando como solía observar el jardín lleno de rosas que su madre cuidaba con tanto esmero.
Se preguntó si alguna vez podría volver a este lugar; las risas, los abrazos y las discusiones familiares no eran más que ecos lejanos. Con un suspiro, Jimin se giró y se dirigió hacia la puerta principal, sintiendo una brisa fresca proveniente de la entrada chocaba contra su rostro, como si la casa misma se estuviera despidiendo de él.
Tomó un último vistazo, un intento por capturar cada detalle: la lámpara que siempre iluminaba sus noches de estudio, el sillón donde su padre solía leer el periódico.
Se prometió a sí mismo que llevaría consigo no solo sus pertenencias, sino también los recuerdos que esa casa había albergado. Era tiempo de partir y descubrir nuevas cosas, pero sabía que una parte de él siempre permanecería en cada uno de esos muros.
Jimin subió al auto con sus padres y cerró la puerta detrás de él sintiendo el peso de la despedida mientras el vehículo avanzaba. El viaje hacia el aeropuerto se sintió un poco más largo de lo usual pero al fin habían llegado.
Mientras caminaban hacia la sala de embarque llevando cada uno sus maletas, su mente vagaba entre lo que dejaba atrás y lo que le esperaba en Corea. Recordó a sus amigos, las promesas de volver a verse dentro de poco y el plan de mantener viva la conexión aunque la distancia se interpusiera, tenía ilusión de cumplir cada una de esas cosas pero sabía que posiblemente también estaría ocupado tratando de adaptarse.
Si bien conocía el coreano gracias a sus padres, que siempre trataron de enseñárselo por ser parte de sus “orígenes”, nació y se crió en Japón, así que no era muy apegado a su lado surcoreano. Celebraban algunas festividades tradicionales de Corea cuando sus abuelos paternos visitaban, y nunca se sintió avergonzado de tener dos culturas. Sin embargo, se preguntaba si para sus nuevos compañeros en Corea sería un problema tener no sólo nacionalidad surcoreana, sino también japonesa. Esa dualidad le brindaba una perspectiva única, pero también le generaba una inquietud sobre cómo sería recibido en su nuevo entorno.
El avión aterrizó en la ciudad de Seúl, donde había cientos de edificios altos con luces haciéndolos llamativos a la vista de todos. Al salir del aeropuerto, Jimin caminó junto a sus padres hacia la estación de tren y después de comprar sus tickets subieron a buscar un lugar donde sentarse y colocar sus equipajes.
Estando ya acomodados para el viaje que duraría casi cinco horas su madre se le acercó dulcemente a intentar calmar sus nervios.—Sé que estás un poco asustado pero aquí formaremos una nueva vida y te prometo que nos irá genial Jimin.—Si había algo que adoraba era el lindo acento japonés que su madre tenía por naturaleza, era como un susurro angelical.
Por otro lado, su padre trataba de animarlo hablando en coreano para intentar acostumbrarlo, le preguntaba cosas básicas y Jimin respondía sin problema recordando las clases que había llevado al igual que los días donde hablablan sólo coreano en casa. Su madre hablaba el idioma también con tranquilidad y aunque tenía un acento japonés un tanto marcado, los demás podían entenderla fácilmente.
Mientras hablaban, Jimin se sentía cada vez más cómodo con el idioma. Cada pregunta de su padre lo hacía recordar momentos de su infancia, cuando las charlas familiares eran en coreano y la música tradicional sonaba de fondo durante la cena. La risa de su madre, intentando pronunciar correctamente algunas palabras complicadas.
Un día, su padre decidió llevarlo a un mercado coreano en su ciudad, un lugar lleno de colores, aromas y muchas cosas más que despertaban su curiosidad. Mientras paseaban entre los puestos, Jimin se dio cuenta de cuántas cosas había olvidado. Las verduras frescas, los dulces tradicionales, el sonido de las conversaciones en coreano a su alrededor... todo lo hacía sentir una especie de conexión profunda con sus raíces.
En el mercado, su padre le pidió que pidiera algo en coreano. Jimin dudó al principio por miedo a confundirse y avergonzarse, pero tomó aire y se acercó al puesto de tteokbokki. Con una voz firme y segura, hizo el pedido y sintió una gran satisfacción al escuchar la respuesta amable del vendedor. Aún recordaba como su padre le sonrió orgulloso aquel día.
Finalmente llegaron al pueblo de Hahoe casi al atardecer después de un largo viaje en tren. Bajó del autobús que habían tomado minutos antes, respiró hondo, sintiendo el aire fresco y puro del lugar. Miró a su alrededor, admirando las casas algunas manteniendo adornos tradicionales.
Al acercarse a su nueva casa, se sintió emocionado de ver a sus familiares ahí. La vivienda era grande y acogedora, con un jardín lleno de flores coloridas y un porche donde su familia lo esperaba. Sus tíos y primos lo recibieron con abrazos y sonrisas amplias, hablándole en coreano con calidez, como si no hubiera pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron.
Su abuela, una mujer cariñosa con el cabello negro, lo abrazó fuertemente.
—¡Mi pequeño Jimin, qué alegría volver a verte! —exclamó en un coreano lleno de ternura. Ella ya había ordenado la que sería su nueva habitación dejándole todo el espacio libre para decorarla como quisiera. Las cajas con varias de sus demás pertenencias habían llegado una semana antes que ellos por lo que debía empezar a desempacar mañana.
Después de acomodarse y dejar sus maletas, Jimin exploró la casa, quedando encantado con la mezcla de lo moderno y lo tradicional. Los interiores eran amplios y luminosos, con una sala de estar donde se podían ver fotografías familiares en las paredes.
Su abuela, emocionada por su llegada, le comentó acerca de quererlo presentar a los vecinos y organizar una pequeña celebración por su llegada, pero al notar el cansancio en sus rostros, decidió que era mejor dejarlo para otro día.
—Mañana será un gran día para todos.—dijo con una sonrisa comprensiva, después su familia se despidió quedando sólo sus padres y él.
Esa noche, mientras se acomodaba en su nueva habitación, Jimin se sintió afortunado. Quizás ahora estaba en un lugar nuevo pero tenía a su familia junto a él acompañándolo, y sabía que esta nueva etapa era una buena oportunidad para descubrir mejor su propia identidad y conocer más aspectos de sí mismo que quizás estaban dormidos.
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young and naive ഒ kookmin
FanficEn el pequeño pueblo de Hahoe, Yamazaki Jimin, un adolescente japonés-coreano, se convierte en la nueva sensación. A sus 17 años, su vida cambia al conocer a Jeon Jungkook, un joven popular con quien comparte clases. Atrapado entre el descubrimiento...