Capitulo 1.

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Debería yacer inerte, sumido en una negritud infinita, apartado de todo vestigio de vida, no ser testigo de este paraje de árboles que desafían mi destino. Debería hallarme en el limbo, en el abismo insondable donde las almas extraviadas deambulan, y no en este lugar cuya naturaleza es tan ajena como desconcertante. He muerto. Itadori fue quien, en el clímax de mi existencia, arrancó mi ser del tejido mortal, y tras ese acto definitivo, me deslicé hacia otro sendero, con Uraume a mi lado, como sombra persistente. Sukuna, inmóvil, contempló su entorno. Sus cuatro brazos, símbolos de poder desmesurado, se alzaban nuevamente plenos de energía maldita, tan vastos en su esencia que el aire mismo parecía estremecerse bajo su presencia. Pudo percibir, casi como una revelación, que todos sus votos vinculantes habían sido renovados, restaurados al punto de su más pura y letal potencia, como si pudiera desgarrar el mismísimo tejido del mundo con un simple gesto. "Hmm..." exhaló, en un suspiro apenas perceptible, mientras una claridad inquietante invadía su conciencia: poseía nuevamente la técnica de las Diez Sombras del clan Zenin, una herencia que no debía estar en sus manos en ese momento de su historia. "Qué extraño... esto no debería estar ocurriendo," murmuró, con una cadencia distante, como si cada palabra se deslizara en un eco interminable. El reflejo de su cuerpo, marcado por cicatrices profundas, lo devolvió a una realidad que parecía tan irreal como tangible. Suspiró de nuevo, con una resignación sombría, mientras avanzaba entre sombras que no lograban ocultar las energías malditas que se agitaban a su alrededor.

"Sorprendente," susurró con voz estoica, aunque por dentro el desconcierto le recorriera como un torrente imparable. A lo lejos, a escasos kilómetros, percibía presencias malditas cuyo nivel de poder rivalizaba con el suyo propio, en este vasto reino que se erguía como una fortaleza colosal, casi rozando los cielos con sus torres. "Supongo que este será mi nuevo camino," murmuró, aunque sus palabras carecían de la convicción que una vez lo había definido. "Qué molestia... esto parece la era Heian," añadió, con la pesadumbre de quien reconoce un eco del pasado en el presente. Sin embargo, las energías que lo rodeaban, pese a su fuerza, se sentían, curiosamente, apacibles, como si la hostilidad que una vez conoció hubiera sido desplazada por algo más profundo, algo que aún no podía comprender del todo. Caminaba por senderos que se desdibujaban en su propia modestia, tan paciente y desapercibido que apenas logró atraer a unos pocos animales, insignificantes en su descenso hacia la tierra firme. El suelo, endurecido por el pavimento, parecía pertenecer a una época que se regodeaba en los excesos de una tecnología sofocante. Objetos sin nombre flotaban como fantasmas por doquier, suspendidos en el aire como si desafiaren las leyes que gobernaban lo tangible.

Las escasas figuras humanas que deambulaban, aquellas carentes de la energía maldita que había permeado hasta los recovecos más íntimos de la existencia, exhibían en sus cuerpos pesadas máquinas incrustadas, casi parasitarias en su inhumanidad. Aquellas caras demacradas irradiaban una inquietante mezcla de miedo y resignación, como si hubieran renunciado a la esperanza de algún retorno a una vida plena. Sin embargo, no eran más que sombras de lo que alguna vez fueron. En sus venas ya no corría la herencia japonesa, aquella que se manifestaba en los rasgos almendrados de los ojos, pues ese linaje se había diluido en la corriente homogénea de una globalización desbordada. Ahora, sus ojos evocaban una amalgama entre lo nipón y lo estadounidense, un mestizaje que parecía diluir la esencia de cada identidad en su caótica mezcla. "Una combinación extraña", pensó. Al observar a uno de los guardianes del castillo, su mirada se encontró con un par de ojos azules que lo atravesaron con frialdad. El hombre, de cabello blanco y porte imponente, no lo superaba en altura, pero irradiaba una presencia igual de intimidante. "¿Satoru?" Un eco del pasado resurgió en su mente, pero la lógica del tiempo transcurrido entre la muerte de aquel y el presente sofocó cualquier posibilidad de que fuera él. "Un descendiente Gojo...", murmuró con un dejo de melancolía, mientras las masas a su alrededor se deslizaban indiferentes, sin prestarle la más mínima atención.

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⏰ Última actualización: Oct 08 ⏰

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la cicatriz del antiguo monarca | Capitulo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora