El aire de Tokio estaba lleno de la calma nocturna, con un leve murmullo proveniente de las calles aún vibrantes bajo el cielo estrellado. Sae Itoshi, conocido por su frialdad tanto dentro como fuera del campo, caminaba por uno de los parques más tranquilos de la ciudad. Aunque era un jugador de fútbol brillante y de reconocimiento mundial, los momentos de paz eran raros en su vida. Estaba acostumbrado a los reflectores, las expectativas y las críticas, pero no a la sensación de relajarse. Sin embargo, esa noche era diferente. Tenía una cita.Alice, una futbolista talentosa y en ascenso, se había convertido en algo más que una colega o rival para Sae. Habían comenzado a cruzar caminos en diferentes eventos, compartiendo entrenamientos, torneos internacionales, e incluso cenas después de partidos donde discutían estrategias y el futuro del fútbol. Había algo en Alice que lo intrigaba: su frescura, su energía, y la forma en que siempre lo desafiaba, no solo como futbolista, sino como persona.
Sae llegó a un pequeño banco bajo los cerezos, donde Alice lo esperaba, con la mirada perdida en las luces de la ciudad a lo lejos. Llevaba un abrigo largo, cubriendo su ropa deportiva, y cuando lo vio acercarse, una suave sonrisa se dibujó en su rostro.
—Pensé que llegabas tarde —dijo Alice, aunque sabía que Sae nunca llegaba tarde a nada.
—Ya deberías saber que nunca lo hago —respondió él con su típica frialdad, pero con una mirada que reflejaba algo más cálido.
Sae se sentó junto a ella, en silencio al principio, simplemente disfrutando de la compañía mutua. El parque estaba vacío a esa hora, lo que hacía que el momento se sintiera aún más íntimo. Para ambos, acostumbrados al bullicio de los estadios, los gritos de los fanáticos y las presiones de la vida pública, esta quietud era algo especial.
—Me alegra que pudiéramos encontrarnos hoy —dijo Alice después de un rato—. No es fácil encontrar un momento así con nuestros horarios.
—No lo es —admitió Sae, dejando que su mirada se perdiera en el horizonte—. Pero me gusta cuando lo logramos. Es… diferente.
Alice lo miró, sorprendida por su honestidad. Sae Itoshi no era de los que compartían pensamientos o emociones con facilidad. La mayoría lo veía como alguien distante, casi impenetrable, pero ella había logrado ver más allá de esa fachada. Había un lado de Sae que solo se revelaba en momentos como este, lejos de la presión de ser "la estrella".
—¿Sabes? —dijo ella, con un tono suave pero decidido—. A veces me pregunto qué serías si no fueras futbolista. Siempre pareces tan… contenido. Como si todo lo que haces estuviera destinado a cumplir expectativas ajenas.
Sae se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre sus palabras. No solía hablar de esas cosas. Estaba acostumbrado a mantener una barrera entre él y el mundo, incluso con su familia. Pero con Alice, sentía que podía bajar un poco esa defensa.
—Quizá tienes razón —respondió finalmente—. Pero el fútbol es lo que sé hacer. Es lo único que realmente entiendo. Todo lo demás… no tiene sentido para mí.
Alice lo observó de cerca, reconociendo esa pequeña vulnerabilidad que Sae rara vez mostraba. Era extraño verlo así, pero al mismo tiempo, le hacía sentirse más cercana a él.
—Creo que eres más que eso —dijo, acercándose un poco más—. Eres mucho más de lo que el mundo ve. Lo que pasa es que no te permites descubrirlo.
Sae la miró a los ojos, encontrando en ellos una comprensión que pocas personas le habían ofrecido. Su vida siempre había sido definida por su habilidad, por su talento, pero Alice veía algo más allá del futbolista. Eso lo descolocaba y, al mismo tiempo, lo hacía sentir visto, tal vez por primera vez en mucho tiempo.
—Tú tampoco te permites descansar —dijo Sae de repente, con un tono más suave—. Siempre estás corriendo, incluso cuando no estás en la cancha. ¿A qué le tienes tanto miedo?
Alice parpadeó, sorprendida por el cambio de roles. No esperaba que Sae fuera quien la desafiara ahora. Pero, en el fondo, sabía que tenía razón. Siempre había estado en movimiento, buscando ser mejor, temiendo que si paraba, se quedaría atrás.
—Supongo que es porque no quiero ser olvidada —admitió ella—. En nuestro mundo, si no sigues adelante, te reemplazan.
Sae extendió una mano, de forma casi instintiva, y tomó la de Alice. Su gesto fue tan inesperado que ella se quedó en silencio por un momento, sorprendida por la calidez de su contacto. Sae, tan reservado como era, rara vez mostraba afecto, pero ese simple gesto lo decía todo.
—No te olvidarán —murmuró él—. No mientras seas quien eres.
Las palabras de Sae, aunque pocas, llegaron al corazón de Alice. Sabía que detrás de esa frialdad había una sinceridad profunda. Sae nunca decía algo que no sintiera. El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez no era incómodo. Había una comprensión mutua, una conexión que iba más allá de las palabras o del fútbol.
Finalmente, Alice suspiró, relajándose por completo junto a él. Apoyó la cabeza en su hombro, y aunque sabía que no era algo que Sae normalmente permitiría, sintió que esta vez no lo rechazaría.
—Sabes, nunca pensé que terminaríamos aquí, en este momento —murmuró Alice, cerrando los ojos mientras escuchaba el suave sonido del viento entre los árboles—. Siempre pensé que seríamos rivales por siempre.
Sae sonrió, apenas perceptible, mientras miraba hacia el cielo.
—Aún somos rivales —dijo con un toque de diversión en su voz—. Pero también somos algo más.
Alice levantó la cabeza y lo miró con una sonrisa juguetona.
—Entonces, ¿qué somos? —preguntó, desafiándolo.
Sae, en lugar de responder con palabras, la miró fijamente, sus ojos serios pero llenos de una intensidad que Alice conocía bien. Sin decir nada más, se inclinó hacia ella y la besó, lento y suave, como si ese fuera el único modo de responder a su pregunta.
Cuando el beso terminó, Sae se quedó cerca, susurrando en su oído:
—Somos lo que queramos ser.
Y en ese momento, bajo las estrellas y alejados de las presiones del mundo que ambos conocían tan bien, Sae y Alice supieron que lo que compartían era real. Una conexión más allá de las expectativas, los reflectores o el fútbol. Una historia que estaban dispuestos a escribir juntos, a su propio ritmo.