Capítulo 5
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El cuartel estaba inusualmente tranquilo ese día. Arthur había pasado la mañana sumido en los informes, revisando papeles que parecían interminables y escuchando órdenes repetidas con una frialdad mecánica. La guerra seguía su curso, imparable y devastadora, pero a veces los días en el cuartel parecían una pausa tensa, un respiro falso antes de que todo volviera a estallar.
Necesitaba salir de allí. El aire pesado del interior del cuartel lo estaba asfixiando, y sentía que no podía soportar ni un minuto más dentro de esas paredes. Sin pensarlo mucho, tomó su chaqueta y salió a la calle. El calor sofocante lo golpeó de inmediato, pero al menos estaba al aire libre.
Caminó sin rumbo, dejando que sus pies lo llevaran por las calles del pueblo. El viento levantaba polvo y hojas secas, formando remolinos que apenas podían calmar el calor del mediodía. Arthur se dirigió a la plaza, un lugar que había descubierto días antes. Era un rincón tranquilo, donde pocas personas se detenían, y le ofrecía un pequeño alivio del bullicio y la tensión que sentía constantemente.
Cuando llegó, vio que no estaba solo. Hanna, una joven que había visto varias veces, estaba allí, de pie, observando el edificio frente a ella como si algo en su arquitectura pudiera revelarle un secreto. Arthur la había notado desde la primera vez que la vio. Había algo en su expresión, en la forma en que sus ojos se perdían en el vacío, que lo intrigaba.
El viento sopló con más fuerza en ese momento, y antes de que Arthur pudiera hacer algo, el sombrero que Hanna llevaba puesto salió volando, girando en el aire como una hoja. Sin pensarlo, corrió tras él, alcanzándolo justo antes de que el viento lo arrastrara aún más lejos.
—Creo que esto te pertenece —dijo, acercándose a ella y extendiendo el sombrero.
Hanna lo miró sorprendida, como si no hubiera esperado esa acción. Aceptó el sombrero, y una pequeña sonrisa apareció en su rostro, aunque apenas perceptible.
—Gracias —murmuró, su voz suave y contenida.
Arthur asintió, devolviéndole la sonrisa. No sabía qué más decir, pero algo en ese breve intercambio parecía suficiente por ahora. Hanna volvió a colocarse el sombrero con delicadeza y, sin más, empezó a caminar alejándose. Él la siguió con la mirada hasta que desapareció entre las calles, preguntándose si volvería a verla.
Pero algo en su interior le dijo que ese no sería su último encuentro.
Y así fue.
Durante los días siguientes, Arthur se encontró regresando a la plaza, casi a la misma hora, como si algo lo empujara a hacerlo. A veces ella ya estaba allí cuando él llegaba, otras veces aparecía después. Sin necesidad de planearlo, comenzaron a verse todos los días en ese mismo lugar. Al principio, se saludaban con un simple "hola", nada más que una breve cortesía. Pero poco a poco, esos saludos fueron acompañados por breves conversaciones.
Un día, el viento soplaba más fuerte de lo habitual, arremolinando el polvo y haciendo que el calor fuera insoportable. Hanna estaba sentada en un banco bajo la sombra de un árbol cuando Arthur la vio. Llevaba el sombrero de nuevo, pero esta vez lo tenía en las manos, jugueteando con él mientras miraba al suelo, como sumida en sus pensamientos.
Arthur se sentó a su lado, manteniendo una distancia prudente. No necesitaban decir mucho, pero la presencia del otro parecía ofrecer cierto alivio. Ambos estaban atrapados en sus propios pensamientos, pero la compañía mutua les brindaba un pequeño refugio.
—Hoy hace calor —dijo Hanna, rompiendo el silencio.
—Demasiado —respondió Arthur, observando cómo el viento agitaba las hojas del árbol sobre ellos.
Pasaron varios minutos en silencio, cada uno perdido en su propia mente, pero sin necesidad de palabras. Poco a poco, el tiempo que compartían juntos comenzó a ser algo que ambos esperaban. Aunque las conversaciones eran simples, el hecho de encontrarse allí, en ese mismo lugar, a la misma hora, les proporcionaba una sensación de estabilidad en medio de un mundo caótico.
Cada día, sus encuentros parecían durar un poco más. A veces se quedaban en silencio durante largos períodos, y otras veces hablaban sobre cualquier cosa que no estuviera relacionada con la guerra. Era como si, en esos breves momentos, pudieran escapar de todo lo que los rodeaba.
Arthur no sabía exactamente qué lo atraía hacia Hanna, pero cada vez que la veía, sentía que la conocía un poco más. Algo en ella le decía que había más detrás de su silencio, detrás de sus ojos tristes. Sin embargo, no estaba seguro de si algún día lograría descubrir lo que ocultaba.
Y así, día tras día, el viento seguía soplando, el calor continuaba sofocante, pero sus encuentros en la plaza se convirtieron en una especie de ritual no declarado, una pausa en medio del caos de la guerra. Y aunque todavía no lo sabían, esos encuentros serían el comienzo de algo más profundo, algo que cambiaría sus vidas para siempre.
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Recuerdos Perdidos
Romance"Recuerdos perdidos" síguela historia de Hannah Katz, una joven judía que experimentó el trauma de perder a su familia durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras intenta reconstruir su vida y descubrir su pasado, desarrolla una amistad complicada c...