Brazos de silencio

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Capitulo 14

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El día era gris, como tantos otros desde que la guerra había comenzado a sentirse más cerca. Las calles estaban más vacías de lo habitual, y los pocos que caminaban lo hacían con prisa, como si no quisieran permanecer demasiado tiempo al aire libre. Hanna y Arthur, sin embargo, habían decidido alejarse de todo ese ruido. Caminaban en silencio por un sendero solitario que bordeaba los jardines de la ciudad. No había hablado mucho durante el paseo, pero esa era una de las cosas que Hanna valoraba de Arthur: no sentía la necesidad de llenar el silencio.

El parque, a pesar de la guerra, parecía casi inmune al caos. Los árboles seguían en pie, altos y robustos, y las hojas caían al suelo en una danza lenta. El aire olía a tierra húmeda después de una llovizna ligera, y Hanna respiraba profundo, disfrutando de ese pequeño respiro. Arthur caminaba a su lado, sus pasos acompasados con los de ella, ambos con las manos en los bolsillos, como si las palabras fueran innecesarias en ese momento.

Habían llegado a una parte del parque menos frecuentada, donde un banco de madera, viejo pero firme, les ofrecía un lugar para descansar. Arthur se sentó primero, y Hanna lo siguió, acomodándose a su lado sin decir una palabra. La brisa fría acariciaba sus mejillas, y el ruido de las hojas arrastrándose por el suelo acompañaba la escena como una melodía suave.

Arthur se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas, mirando al suelo. Hanna se fijó en él por un instante, notando la tensión en sus hombros. Había algo que parecía inquietarlo, aunque su rostro, como siempre, mostraba serenidad.

—Es curioso —dijo Hanna, finalmente rompiendo el silencio—. Estar aquí parece... casi normal. Como si nada hubiera cambiado.

Arthur levantó la vista hacia los árboles, dejando que las ramas desnudas captaran su atención por un momento. Asintió levemente.

—Supongo que algunos lugares resisten más que otros. Quizá es la manera en que la naturaleza se niega a ceder.

Hanna sonrió de lado ante esa reflexión. Le gustaba cuando Arthur hablaba así, con esa calma que parecía contradecir lo que ocurría en el mundo. Pero a veces se preguntaba si esa calma era real o si, al igual que ella, ocultaba más de lo que dejaba ver.

Se acomodó un poco más en el banco, cruzando las piernas y envolviéndose en su abrigo. El frío no era tan intenso, pero lo suficiente como para recordarle que el invierno estaba cerca. Sus pensamientos divagaban, como solían hacerlo, tratando de atar cabos sobre su pasado. Pero, en ese momento, decidió que no quería pensar en ello. No ahora.

Arthur la observó desde el rabillo del ojo, sin que ella lo notara. Había algo en Hanna que lo atraía, una especie de misterio que nunca lograba desentrañar del todo. Era diferente a cualquier persona que hubiera conocido. Esa diferencia lo cautivaba, lo hacía querer conocer más de ella, entenderla. Pero no lo presionaba. Sabía que cualquier intento de apresurar las cosas la haría alejarse, y eso era lo último que deseaba.

—¿En qué piensas? —preguntó ella, volteándose hacia él, sus ojos curiosos y abiertos.

Arthur tardó un momento en responder. Miró a Hanna directamente por primera vez desde que se habían sentado, sus ojos claros mostrando un destello de algo más profundo.

—En lo bien que se siente estar aquí contigo —respondió, con una sinceridad que lo sorprendió incluso a él mismo.

Hanna apartó la mirada, sonrojándose levemente. No esperaba esa respuesta. Había algo en las palabras de Arthur que la hacía sentir... ¿qué? No lo sabía. Había empezado a valorarlo más de lo que esperaba. No era solo su compañía lo que apreciaba, sino esa tranquilidad que él siempre aportaba, incluso en medio de la tormenta.

Arthur se recostó en el banco, mirando al cielo, dejando que el silencio volviera a caer sobre ellos. Los minutos pasaban sin que ninguno sintiera la necesidad de decir algo más. Era en esos momentos, en esa quietud compartida, donde ambos parecían encontrar refugio del caos que los rodeaba.

Hanna no estaba enamorada de Arthur, o al menos no lo creía. Pero había algo en su compañía que le resultaba reconfortante, una cercanía que no había sentido antes con nadie más. Él era una constante, alguien que no exigía respuestas ni explicaciones. Y eso, en un mundo donde todo parecía incierto, era un alivio que ella valoraba más de lo que quería admitir.

Arthur, por su parte, sabía que lo que sentía por Hanna no era efímero. No era un enamoramiento repentino ni una pasión que se encendía y apagaba. Era algo más profundo, más sereno, un sentimiento que crecía con el tiempo, en los silencios y en los pequeños gestos.

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas. Hanna se quedó mirando el horizonte, pensando en cuánto había cambiado su vida desde que había conocido a Arthur. A su lado, él seguía en silencio, pero ella podía sentir su presencia como un ancla, algo que la mantenía firme, incluso cuando sus pensamientos la llevaban a lugares oscuros.

Cuando finalmente decidieron levantarse, el frío de la tarde había comenzado a intensificarse. Hanna se ajustó el abrigo y miró a Arthur, quien le ofreció una sonrisa tranquila.

—Gracias por esto —dijo Hanna, sin saber exactamente a qué se refería, pero sintiendo que las palabras eran necesarias.

Arthur asintió, como si entendiera perfectamente.

Cuando finalmente decidieron levantarse, el frío de la tarde comenzaba a intensificarse. Hanna se ajustó el abrigo y miró a Arthur, quien le ofreció una sonrisa tranquila.

—Gracias por esto —dijo Hanna, sin estar segura de qué agradecía exactamente, pero sintiendo que las palabras eran necesarias.

Arthur asintió, con una ligera sonrisa que no necesitaba explicación.

—No hay de qué —respondió, su tono suave y calmado.

El silencio volvió a instalarse entre ellos mientras caminaban de regreso. No hacía falta decir más. Ambos sabían que había algo creciendo entre ellos, algo que, aunque no era todavía palpable, era real en su propia forma tranquila y silenciosa.

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Recuerdos PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora