En fuga

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El rugido de la multitud, un mar humano embravecido, se extendía por las calles de Washington D.C. Las pancartas ondeaban, las consignas resonaban, la ira era palpable. El presidente, con rostro impasible, se plantó frente al micrófono, la mirada fija en las cámaras que transmitían su discurso a la nación.

"Mis queridos compatriotas, hoy me dirijo a ustedes en un momento crucial para nuestra nación," comenzó, su voz grave y segura, "un momento en el que debemos enfrentar una verdad incómoda, una realidad que nos ha perseguido durante demasiado tiempo."

Un silencio expectante se apoderó de la Plaza de la Casa Blanca. Los ojos de la nación estaban puestos en el hombre que lideraba su destino.

"Durante años, hemos confiado en la protección de aquellos que poseen poderes extraordinarios," continuó, "en individuos que se presentan como salvadores, pero que, en realidad, han sembrado la discordia y la inseguridad."

Su tono se endureció, como un acero templado. "Los llamados 'superhéroes' han actuado por encima de la ley, justificando sus acciones con pretextos de justicia y protección. Pero la verdad es que el daño que han causado, el caos y la destrucción que han dejado a su paso, superan cualquier beneficio que puedan haber traído."

"No podemos ignorar el costo humano," continuó, "el costo de vidas perdidas, de familias destrozadas, de ciudades devastadas.  No podemos tolerar más la arrogancia de aquellos que se creen por encima del bien común. No podemos permitir que el miedo y la incertidumbre se conviertan en el pan de cada día."

Su mirada, llena de determinación, recorrió la multitud, el mar de rostros que reflejaban la ansiedad y el miedo de una nación.

"Por lo tanto, he tomado la difícil pero necesaria decisión de establecer un nuevo orden," anunció, "un orden basado en la ley, en la razón y en la justicia. A partir de este momento, toda persona con habilidades sobrehumanas, sea cual sea su origen, será detenida y recluida en una prisión de alta seguridad."

La reacción del público fue inmediata. Aplausos atronadores, gritos de aprobación, un torrente de emociones que se extendía por la plaza.

"No se trata de una persecución," dijo con firmeza, "se trata de protección, de salvaguardar a nuestra nación, a nuestros ciudadanos, del peligro constante que representa el abuso del poder."

"No me equivoquen," concluyó, "no busco un mundo sin poderes. Busco un mundo donde la ley sea la única fuerza que rija nuestra existencia, un mundo donde la justicia se imponga sin necesidad de poderes extraordinarios. Un mundo donde la humanidad, unida y responsable, tome el control de su propio destino."

Las cámaras se apagaron, el rugido de la multitud se desvaneció, dejando un silencio expectante. El presidente, con la misión cumplida, se retiró, dejando tras de sí un país dividido, un futuro incierto y un legado que solo el tiempo sería capaz de juzgar.

Jomps City, Torre de los Titanes.

La imagen del presidente, proyectada en la pantalla gigante de la sala de reuniones, se apagó con un chasquido. El silencio que se instaló fue tan denso como el miedo que se respiraba en el ambiente. Los Titanes, reunidos en torno al televisor, habían presenciado con incredulidad la declaración que amenazaba con destruir el mundo que conocían.

Nightwing, su rostro endurecido por la rabia contenida, se levantó de un salto. El líder del equipo, una vez el alegre Robin, ahora un héroe curtido por la experiencia, con la sombra de Batman siempre presente, no podía creer lo que acababa de escuchar.

"Este tipo está loco", murmuró, su voz ronca de indignación. "Nos quiere encerrados como animales."

Starfire, su rostro sereno pero sus ojos llenos de preocupación, acarició a su pequeña hija, que dormitaba plácidamente en sus brazos. La hija que ambos habían tenido con tanto amor, un símbolo de esperanza en un mundo cada vez más oscuro.

A su lado, Cyborg, el gigante de metal y carne, miraba a su esposa, Abeja, y a sus dos hijos gemelos, que jugaban en el suelo. La familia que había logrado construir, el amor que compartía con su amada, se convertían en un escudo contra la tormenta que se avecinaba.

Chico Bestia, el antiguo chico salvaje, ahora un hombre responsable y maduro, se acercó a Raven, su amada esposa. La veía con ojos llenos de ternura mientras ella acariciaba su vientre, un hogar que albergaba la promesa de un nuevo futuro. La Raven que él conocía, la poderosa e introvertida hechicera, se encontraba vulnerable, asustada, con una mirada que reflejaba la angustia de una madre que temía por su hijo aún por nacer.

El miedo, un enemigo invisible e implacable, se extendía como un manto por la sala.

El silencio se adueñó de la sala, un silencio cargado de la misma pesadez que las palabras del presidente. Nightwing, con una expresión de furia contenida,  dio un paso al frente.

"No podemos dejar que esto suceda," gruñó, sus manos apretadas en puños. "No nos van a encerrar como animales."

Starfire, siempre la más optimista, se aferró a su hija con fuerza. "No podemos dejar que el miedo nos controle, Nightwing. Debemos encontrar una forma de luchar contra esto." Sus ojos, llenos de preocupación, buscaban a Raven, quien se mantenía sentada en el sofá, su mirada fija en su vientre abultado. Parecía tranquila, pero Starfire sabía que debajo de esa calma se escondía un torbellino de emociones.

Cyborg, su rostro de metal y carne reflejando una mezcla de enojo y preocupación, se levantó de golpe, sus ojos brillando con la furia de un gigante herido. "No les daremos el gusto de vernos encerrados. Lucharemos hasta el final. No podemos permitir que nos arrebaten nuestra libertad."

Chico Bestia, sin embargo, parecía derrotado. Sus ojos, que antes reflejaban la alegría y la energía de un joven, ahora estaban oscuros, llenos de un miedo que lo consumía por completo. Su mano temblaba mientras la sujetaba con fuerza a la de Raven.

"No podemos luchar contra todo el mundo," susurró, su voz rota por la angustia.  "No podemos ganar."

"No lucharemos contra las personas a las que protegemos," afirmó Raven con una voz serena, "pero tampoco nos entregaremos." Su mano, firme y cálida, apretó la de Chico Bestia, en un gesto que transmitía una mezcla de determinación y ternura. "Debemos huir," continuó, su mirada se posó en Nightwing, "por el bien de nuestra familia, de nuestros hijos. Si nosotros vamos a la cárcel, ¿qué pasará con ellos?" Sus palabras, pronunciadas con tranquilidad, estaban cargadas de un dolor que solo ella podía sentir, un dolor que se reflejaba en los brillos que asomaban en sus ojos.

"Raven tiene razón," afirmó Abeja, levantándose de un salto y cargando a sus dos pequeños, que se aferraban a ella con fuerza. "Huir es la mejor opción."

Las palabras de Abeja resonaron en la sala, como un eco que confirmaba la decisión que todos ya habían tomado en silencio. Huir. Proteger a sus familias, a sus hijos, a la esperanza que aún ardió en sus corazones.

Las miradas se cruzaron, llenas de comprensión y resignación. La idea de dejar atrás la Torre de los Titanes, su hogar, su símbolo de esperanza, les dolía. Pero el bienestar de sus familias era más importante.

Continuará

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