Epílogo.

13 2 3
                                    

El Legado de Nuestro Hogar

Pasaron cinco años desde que Astrid e Isabela recibieron a Victoria en su vida, y su hogar se había convertido en un reflejo de todo lo que habían soñado y más. Vivían en la casa que Isa había comprado para las dos, un lugar que había evolucionado junto con ellas. Cada rincón contaba una historia: las primeras palabras de Victoria en el salón, las cenas familiares bajo el gran árbol del jardín, y las conversaciones profundas en las noches tranquilas, mientras contemplaban el cielo estrellado.

Era una tarde de primavera, y el sonido de risas infantiles llenaba el aire. Victoria corría por el césped, persiguiendo a Tiago, mientras Astrid e Isabela las observaban desde la terraza. Isabela, con una copa de vino en la mano, miraba a su hija con una mezcla de orgullo y amor. Astrid se acercó por detrás, rodeándola con los brazos, sintiendo el calor de su esposa y la paz de ese momento.

—Hemos construido algo increíble, ¿no? —dijo Astrid, apoyando su cabeza en el hombro de Isabela.

—Sí, y todo comenzó con una pequeña llave —respondió Isabela, recordando el momento en el que le había entregado la llave de su futuro juntas, años atrás.

A pesar de todos los obstáculos que habían enfrentado, desde los temores de Isabela sobre la maternidad hasta las dudas iniciales sobre su relación, habían logrado superar cada desafío con amor y determinación. El hogar que compartían no era solo un espacio físico, sino el resultado de sus sueños y esfuerzos compartidos.

Ismael y Grecia visitaban con frecuencia. Tiago y Victoria eran inseparables, y aunque las bromas sobre tener más hijos seguían, por ahora, Isabela y Astrid estaban contentas con su pequeña familia. Cada día con Victoria era una nueva aventura, una pequeña historia que sumar a su legado.

Una noche, después de haber acostado a Victoria, Isabela y Astrid se sentaron juntas en el porche. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con intensidad.

—¿Alguna vez pensaste que llegaríamos hasta aquí? —preguntó Astrid en voz baja.

—Sinceramente, no lo imaginé de esta manera. Pero ahora no puedo imaginarlo de otra forma —respondió Isabela, apretando suavemente la mano de Astrid—. Este es nuestro lugar, nuestra vida.

Astrid sonrió, mirando la casa iluminada desde el porche, escuchando el leve sonido de Victoria durmiendo en su habitación. Se dio cuenta de que la vida que habían construido juntas era más que un hogar. Era un refugio, un santuario donde todo el amor que compartían podía florecer.

—¿Crees que algún día Victoria se dará cuenta de lo que significó todo esto para nosotras? —preguntó Astrid, con la mirada perdida en las estrellas.

—Lo hará. No por lo que le digamos, sino por lo que vivirá aquí. Este lugar, esta casa, será su legado también —respondió Isabela.

Y así, con el futuro por delante, supieron que lo más importante no eran las paredes que las rodeaban, ni los momentos difíciles que habían superado. Era el amor que habían puesto en cada rincón, el hogar que habían creado y el legado que dejarían para su hija, quien algún día entendería la magnitud del amor que sus madres habían construido juntas.

Ecos de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora