Capítulo 8.

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Al día siguiente en la oficina todo estuvo tranquilo. Finalmente papá logró tenerme en sus manos, por fin la arcilla blanda iba a coger la forma deseada por él.

Tanto resistirme para nada, terminé entregándole en bandeja de plata lo que él tanto quería: mis esperanzas y la poca fuerza que me quedaba.

Ni siquiera me quedan lágrimas para llorar. Ahora solo estoy junto a mi papá en su oficina, dejando que me enseñe una de las tantas cosas que me esperan de ahora en adelante: responsabilidades no deseadas.

Por fuera lucía como él siempre quiso: vistiendo el traje negro con corbata roja, mi cabello bien acomodado, mis zapatos limpios, el reloj de oro que no se lo dí a su propio dueño y toda mi mente ocupada en papeles y documentos que leer detenidamente.

—Debes firmar este documento papá, es de la empresa de Guillermo —le abrí la carpeta negra y la firmó confiado.

Su celular vibró en su mano y escribió unas palabras que no alcancé a ver.

—Le avisé a Guillermo que el documento está listo, va a mandar a su hijo a buscar la carpeta, sal y dásela —asentí obedeciendo su orden.

Tomé la carpeta y salí de la oficina elegante y viendo a todos por el suelo como me enseñó mi papá; por dentro estaba muerto de la risa, nunca me imaginé actuando de esa manera y todos se dieron cuenta de mi repentino cambio de actitud y se hicieron a un lado aterrados al verme pasar tan elegante.

Llegué hasta el final del pasillo iluminado, doblé a mano izquierda a la derecha y saqué mi tarjeta para el ascensor. Cuando la iba a meter y presionar el botón éste se abrió y me topé con César... Mi segunda impresión fue de locura y admiración.

Su cabello rubio recién salido de la peluquería, su cuerpo delicado y sus mejillas pecosas me hicieron esbozar una boba sonrisa.

«¿Qué te pasa?»

Sacudí mi cabeza sacándome esos pensamientos extraños.

«Es un chico, no una chica, ubícate.»

Recuperé el control una vez más y volví a tomar mi posición erguida.

—¡Hola, Dylan! —me saludó amablemente estrechando su mano.

«No la tomes, no la tomes.»

—Aquí está el documento, está firmado y sellado. —se lo entregué en su mano que nunca correspondí y me fuí a otra dirección simulando tener otro compromiso.

Logré esconderme detrás de una pared al final del pasillo y presioné mi pecho sintiendo la velocidad máxima de mi corazón.

Su rostro me hizo recordar algo del día en que tuve el colapso en la zona de la construcción del edificio.

Flashback:

Estaba él... César... Llevándome en sus brazos hasta el auto negro.

Fin del flashback.

Sin pensarlo dos veces me fuí a buscarlo afuera de la empresa en donde seguramente estaba caminando hacia su auto.

«Es él... Él me llevó hasta mi habitación...»

Bajé por el ascensor en el que estuvo y salí velozmente buscándolo con mis ojos en todos los lugares.

Seguí corriendo hasta salir al estacionamiento y busqué entre los autos, uno en especial, uno que estuviera a punto de irse.

—¿Dónde estás César?

Busqué desesperadamente un auto que con moverse de su lugar, me diera la oportunidad de detenerlo y hablar con el conductor.

Bajo la lluvia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora