AURORAS BOREALES

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Cuando volvimos a casa de los abuelos de Mia, el aire estaba más frío y empezaba a caer una ligera nevada. Riley, siempre tan emocionada con todo, estaba eufórica por la nieve. Corría de un lado a otro mientras sus pequeñas botas dejaban huellas en el suelo, y se detuvo justo delante de Mia, con esa sonrisa suya que no se puede negar.

-Mia, ¿me prometes que mañana haremos un muñeco de nieve? -le pidió con esos ojitos brillantes, como si ya tuviera la cabeza llena de ideas para el muñeco.

Mia la miró y, como siempre, no pudo decirle que no. Se agachó un poco para estar a su altura y le acarició el pelo con suavidad.

-Claro, enana -respondió con una sonrisa-. Mañana haremos el mejor muñeco de nieve que hayas visto en tu vida.

Riley saltó de alegría y salió corriendo de nuevo, soltando un "¡Síii!" que resonó por todo el jardín mientras seguía disfrutando de la nieve.

La nevada se hacía más intensa a medida que nos acercábamos a la puerta. Las luces cálidas de la casa de los abuelos contrastaban con el cielo oscuro y el frío que ya nos envolvía. Mia y yo nos miramos, con ese entendimiento silencioso que habíamos desarrollado, y ella sonrió, probablemente pensando en lo mucho que le quedaba a Riley por disfrutar.

-Va a ser difícil sacarla de la nieve mañana -le dije en tono divertido, rodeando sus hombros con mi brazo, acercándola un poco más a mí mientras caminábamos detrás de la pequeña.

-Ya la conoces -me respondió ella, divertida también-. Si por ella fuera, dormiría en un iglú solo para ver la nieve caer toda la noche.

Mia me dio un suave codazo en el costado y luego miró hacia la puerta de la casa, donde ya los abuelos nos esperaban con una expresión de cariño y esa calidez tan propia de ellos. Al cruzar la entrada, el aroma a galletas recién horneadas y chocolate caliente nos envolvió de inmediato.

-Entrad rápido, antes de que os convirtáis en cubitos de hielo -dijo Signe con una sonrisa, mientras Riley corría hacia la cocina.

El ambiente dentro de la casa era todo lo que se podía esperar de una víspera navideña: acogedor, familiar, perfecto.

A la mañana siguiente, cuando todos se levantaron, el ambiente en la casa ya olía a preparativos. La abuela Signe ya estaba en la cocina, organizando lo que sería la cena de Nochebuena, con ese toque especial que siempre le daba a cada plato. Se oía el bullicio del desayuno en la mesa: Ashton estaba devorando las tostadas como si no hubiera comido en días, mientras Riley, Isaac y Jaden lo acompañaban entre risas y bromas.

Yo, mientras tanto, me levanté un poco más tarde con Mia a mi lado. Al bajar al comedor, noté algo raro en su rostro cuando llegó el turno de servir los huevos. El olor parecía afectarle, y vi cómo cerraba los ojos un segundo, intentando disimular las arcadas.

-¿Todo bien? -le pregunté en voz baja, sin que los demás notaran nada.

-Sí, sí... -respondió Mia, con una sonrisa forzada mientras apartaba su plato-. Sólo es el olor de los huevos, no puedo con ellos esta mañana.

Sin darle más vueltas, la tomé de la mano y la llevé disimuladamente a la habitación. No me gustaba verla forzarse por mantener las apariencias. Ya en la habitación, la senté en la cama y me coloqué detrás de ella, frotando su espalda con suavidad.

-¿Cómo estás? -le pregunté preocupado, mientras seguía acariciándola.

Ella se llevó una mano al vientre y suspiró.

-Ha sido en cuanto he visto y olido los huevos... Me ha entrado una náusea terrible.

La miré, y por un momento sentí que ya no podía esperar más. No quería que siguiera aguantando esos malestares sin que los demás supieran lo que estaba pasando.

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