Atsushi corría a toda velocidad, con cada vez menos luz debido al crepúsculo vespertino. La nieve se intensificaba, y sabía que cada segundo contaba si quería salvar a Akutagawa.
Eso era todo en lo que pensaba mientras corría, lastimándose al chocar con ramas y piedras en su camino. Tras una hora de carrera, llegó a su destino. Fue rápido, considerando que el pueblo estaba a dos horas de camino, tal como se lo habían dicho. Atsushi estaba exhausto, pero solo pensaba en encontrar un médico, aunque no sabía dónde buscar. Varios locales del pueblo ya estaban cerrando, pues la noche estaba a punto de caer.
Desesperado, atinó a detener a un hombre que pasaba.
—Disculpe, ¿dónde hay un médico?
—Será en la farmacia, porque en este pueblo no tenemos médico; está en el siguiente pueblo, a una hora de camino.
—No puede ser...
—Pero en la farmacia quizás puedan ayudarte. Está en la esquina de esta calle.
—Gracias —respondió Atsushi, y echó a correr hacia la farmacia. Solo alcanzó a oír al hombre decirle:
—Por cierto, lindos guantes y botas.
Iba tan desesperado que había olvidado desactivar su transformación de tigre, por lo que justo al entrar a la farmacia la desvaneció.
—¡Hola! Perdón, necesito ayuda.
—Dime, muchacho —contestó una anciana tras el mostrador.
—Mi amigo... Él rozó unos arbustos en el bosque y ahora tiene mucha fiebre. No sé qué pasó y... —explicó Atsushi, angustiado.
—Ah, debieron ser ramas del arbusto Elodi. Sus frutos son venenosos y, cuando maduran, esparcen toxinas por las ramas. Deben tener cuidado.
—¿Pero él se pondrá bien?
—Sí, pero depende de la persona. Si está enfermo y tarda en recibir la cura, puede que esta no surta efecto y entonces...
—¡¿Entonces qué?!
—Podría morir.
—¡Por favor, necesito la cura, se lo ruego! —exclamó Atsushi, golpeando el mostrador sin notarlo.
—Te traeré un frasco enseguida. No te preocupes, tu amigo estará bien.
—Gra... gracias... —respondió Atsushi, aliviado momentáneamente. Mientras la anciana buscaba el frasco con la cura, una palabra retumbaba en su mente, una que él mismo había dicho y que la anciana había repetido:
«Amigo...»
Tras pagar el frasco, Atsushi salió corriendo de vuelta hacia la cabaña. Todo estaba oscuro, muy oscuro. No estaba seguro de si encontraría el camino, pues la nieve ya había borrado sus huellas. Esforzándose, intentó recordar el trayecto, pero avanzar era difícil, ya que apenas veía y tropezaba con cada paso, a pesar de estar transformado en tigre.
La lámpara que llevaba colgada en el cuello resultaba insuficiente, pero no tenía otra opción; tomar la carretera le tomaría mucho más tiempo que atravesar el bosque. Sin embargo, al ser de noche, el viento se intensificaba, al igual que la nevada, y con cada minuto que pasaba le resultaba más difícil seguir adelante.
«No puedo tardar, o Akutagawa...»
Su determinación superaba el dolor en sus patas de tigre, que empezaban a sangrar, y el ardor en su rostro por la nieve y la velocidad. Los minutos parecían eternos, el camino blanco era doloroso, manchado con su sangre a medida que avanzaba. Pero el rostro de Akutagawa, tan blanco como la nieve, estaba siempre presente en la mente del chico tigre, sin entender del todo el porqué.
Tras más de una hora de camino y con la nieve dejando de caer, Atsushi vio la cabaña en lo alto del camino. Finalmente, había llegado.
Al entrar, corrió escaleras arriba mientras desactivaba su transformación. El fuego encendido iluminaba el rostro de Akutagawa, quien mostraba signos de dolor. El paño que Atsushi le había dejado en la frente estaba empapado.
—Te pondrás bien —susurró Atsushi. Levantó ligeramente a Akutagawa y vertió el contenido de la botella en su boca. Akutagawa bebió todo, pero permaneció inconsciente. Tras acomodarlo en la almohada, Atsushi colocó otro paño en su frente y, al notar que una gota resbalaba por los labios del joven, la limpió con su dedo índice derecho. El gesto inconsciente lo hizo sonrojarse.
Atsushi lo observó por un largo momento. Aunque seguía dormido y con rasguños leves, el semblante de Akutagawa había mejorado al no mostrar tanto dolor.
Lo había logrado. Había salvado a su rival. ¿A su amigo?
Exhausto, Atsushi se dejó caer al suelo. Aunque su rostro aún le ardía, las heridas en sus extremidades parecían haber sanado. Mirando por el ventanal hacia la luna en lo alto, se perdió en la noche y, finalmente, cayó dormido.
Los tibios rayos de sol bañaban la piel pálida de Akutagawa, quien abrió los ojos y se sentó en la cama de inmediato. El paño de su frente cayó a su regazo.
—¿Y esto? —se preguntó en voz alta, recordando todo de golpe—. Pero... —Al sentir una presencia a su lado, giró la cabeza y vio a Atsushi tendido en el suelo, dormido. Su ropa estaba rota, su cabello desordenado y su rostro aún muy rojo, señales de que algo había ocurrido. ¿Pero qué?
Miró entonces la mesa de noche, donde yacía el frasco vacío. Lo tomó, y al leer la etiqueta, comenzó a comprender un poco lo que había sucedido, recordando que Atsushi lo llevaba de regreso a la cabaña tras el encuentro con Mikhail. Todo empezaba a tener sentido.
O tal vez no...
—¡Akutagawa, despertaste! —exclamó Atsushi de repente, al ver al chico sentado en la cama. Se levantó de un brinco y ambos se quedaron mirándose.
—El antídoto... tú... ¿Dónde lo conseguiste?
—Pues fui al pueblo y...
—Pero ya casi anochecía; ¿cómo lo hiciste?
—Corrí por el bosque, y ya —respondió Atsushi, apenado.
Akutagawa se levantó, molesto.
—¡No te pedí que me ayudaras!
—¡Pues tampoco iba a dejar que murieras!
—¡Yo no puedo morir hasta...! —exclamó Akutagawa, sintiéndose débil y a punto de desvanecerse. Atsushi lo sujetó por los antebrazos, y se miraron a los ojos bajo la luz del sol que se colaba por la ventana, sin decir nada más.
Mientras Akutagawa notaba que la piel del rostro de Atsushi estaba roja, quemada por el frío, Atsushi veía que los rasguños en el rostro de su rival casi se habían desvanecido.
La oscura habitación se llenaba poco a poco con la luz del sol, pero ninguno de los dos se movió... hasta que un ruido afuera captó su atención.
Poniéndose alerta, ambos corrieron abajo.
—Iré a ver; quédate aquí...
—No seas tonto, chico tigre. Iré también.
Salieron ambos en silencio, uno por cada lado de la cabaña, para ver qué sucedía. Atsushi comenzó a buscar cerca del lago, mientras Akutagawa observaba al frente. De pronto, notó algo en el suelo que lo desconcertó: sangre.
—No puede ser —susurró, impactado, mirando el camino...
Continuará...
Nota de la autora: este día 4 tras tanto tiempo de no retomar la historia se sintió como los días que le faltan a Ritsu para declarársele a Masamune. Gracias por leer.
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Cómo perder a un hombre en diez días... Shinsoukoku Bungou Stray Dogs
Hayran KurguDazai pide a Akutagawa acompañar a Atsushi a una misión muy peligrosa, pero él se niega. Entonces, Dazai lo reta: si acepta ir y cumple con ella, volverá a aceptarlo como su aprendiz. Pero, hay una condición extra: si Akutagawa se enamora de Atsushi...