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Jay también entra detrás de mí. Cierro la puerta, con los ojos cerrados y el corazón desembocado. Por favor, pienso, mirando la cama ocupada, por favor, no me mates.

—Las mariposas llegaron, Jungkook. Se comerán al pueblo entero, y luego lo vomitarán en forma de bestias. Tu madre tenía razón, Jungkook. Santalan sigue aquí.

Dejo el sándwich de atún que preparó la mamá de Misun sobre el escritorio, todo en cámara lenta para que el crujido del aluminio no me delate frente al Quiróptero. Sé que el chico no puede escuchar a Jay, pero yo sí puedo y me está poniendo los pelos de punta. Con el dedo índice sobre los labios y una mirada furtiva, le indico que se calle. Jay tiene los ojos (si se le puede llamar ojos a los agujeros que tiene en la cara) tristes, como un perro que ha sido regañado.

—El acto final, Jungkook.

—Cállate —le grito en un susurro. Jay se encoge y se me acerca. La baba negra me mancha los zapatos.

Santalan está aquí, Jungkook. Está disfrutando de todo esto. Es su circo, y está a punto de llegar al acto final.

—Mierda, cierra la boca —entre el siseo que me esfuerzo por mantener, mi voz se hace presente (solo un poco, es un murmuro, pero el silencio sepulcral del cuarto no ayuda). Me quedo helado. No puede ser. Alcé la voz, solo un poco, solo una octava, pero estoy bastante seguro de que los vampiros deben tener un oído mucho mejor que el de los humanos. El bulto bajo el edredón vuelve a removerse, y veo unos ojos asomarme bajo las cobijas.

—¿Con quién mierda estás hablando?

Unos ojos grises, entrecerrados, debajo de unas gruesas cejas fruncidas y un pico de viuda. El cabello gris cenizo se desparrama sobre la almohada hacia todas direcciones. Hacemos contacto visual, y ya puedo imaginar mi muerte. Ya visualizo al chico trastornado abalanzándose sobre mí, despedazándome el cuello son sus colmillos, relamiéndose los labios resecos ante el manantial de sangre caliente que brotará de mi piel cuando me haga añicos. Y, de la forma más inesperada y grotesca, una ola de calor me invade las orejas.

—Con nadie —respondo, automáticamente.

Él saca aún más la cabeza, saliendo de debajo de las mantas y descubriéndose hasta la cintura. Ahora está sentado, con las manos sobre el regazo, mirándome directamente. Antes llevaba un abrigo negro roto a nivel de los hombros, ahora solamente lleva una camiseta gris sin mangas. Tiene los brazos tan blancos como si su piel nunca hubiera conocido la luz del sol, y tan marcados como si visitara frecuentemente el único gimnasio que hay en Tearscolm.

Trago saliva.

—No, estoy seguro de que dijiste algo —se inclina hacia delante, entrecerrando aún más sus ojos, que ya están a punto de cerrarse por el sueño—. ¿Con quién estás hablando?

𝑲𝒊𝒍𝒍𝒊𝒏𝒈 𝑩𝒖𝒕𝒕𝒆𝒓𝒇𝒍𝒊𝒆𝒔 ↬𝑻𝒂𝒆𝒌𝒐𝒐𝒌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora