Capítulo 33 - La mirada del amor verdadero

81 6 0
                                    

Amelia

Pedri abrió la puerta de su casa y me guio adentro. Todo el camino hacia el salón, me sentí en una especie de niebla, como si la realidad estuviera lejos de mí. Él puso una mano en mi hombro y me miró con calma.

— Siéntate, Meli. Voy a traerte un vaso de agua, ¿vale? — me dijo, sin apartar esa mirada llena de comprensión y apoyo.

Me senté en el sofá mientras escuchaba el sonido del agua en la cocina. Intenté concentrarme en mi respiración, en el presente, en lo que realmente era cierto y seguro. Pero el dolor seguía ahí, como una herida abierta, recordándome todo lo que había perdido.

Pedri regresó y se sentó a mi lado, dándome el vaso y aguardando en silencio a que bebiera. Sentí su mano en mi hombro, suave, como si no quisiera presionarme, pero al mismo tiempo me transmitía la seguridad que tanto necesitaba. Bebí un sorbo, y por fin, cuando sentí que el nudo en mi garganta se deshacía, hablé, y le conté todo lo que había pasado.

— Pedri... no sé cómo he llegado a esto. Me duele tanto... es como si hubieran tirado toda nuestra amistad a la basura sin pensarlo. Y João... ni siquiera sé cómo entenderlo.

Pedri suspiró, y en ese momento vi que también sentía algo de mi dolor. Había estado ahí en tantos momentos felices, en tantas risas y recuerdos, que este momento debía dolerle a él también.

— Meli, esto... esto es una traición muy grande. Nadie está preparado para algo así — respondió con voz suave. — Sé que ahora sientes que no hay salida, pero créeme que vas a poder superar esto. Y no voy a dejarte sola en esto. Te ayudaré a encontrar fuerzas para seguir adelante, te lo prometo.

Sus palabras fueron tan sinceras que por primera vez en todo el día sentí que algo cambiaba dentro de mí, como si una pequeña chispa de esperanza se encendiera en medio de tanta oscuridad.

— Gracias, Pedri. De verdad... no sé qué haría sin ti.

— Estaré aquí siempre que me necesites, ya lo sabes. Y si en algún momento quieres volver a reír o simplemente necesitas distraerte, aquí estoy, ¿vale?

Sin pensarlo demasiado, me acerqué a él y lo abracé, dejando que mi cabeza se hundiera en su hombro. Era el tipo de abrazo que no necesitaba palabras, que decía todo lo que no me atrevía a expresar. Sentí cómo sus brazos se apretaban con fuerza, como si quisiera protegerme de todo lo que me dolía.

— ¿Crees que he sido tonta?

— Claro que no Meli, creo que simplemente estabas enamorada

— Ojalá no haber conocido a ninguno de los dos — suspiré enfadada 

Pedri me acarició la espalda, sin decir nada. Sabía que entendía que, a pesar de todo el dolor, estaba dando un paso hacia adelante, y eso era lo único que importaba ahora.

Sin saber como nos quedamos dormidos y Pedri tuvo que despertarme a la mañana siguiente para avisarme de que se iba al entreno

— Ya sabes que estas en tu casa Meli — me dijo antes de irse — y si necesitas cualquier cosa llámame ¿de acuerdo?

— Gracias Pepi, eres el mejor — le agradecí con un beso en la mejilla 

Y entonces me quedé sola, pensé en que hacer para no seguir dándole vueltas al tema. Así que cogí el móvil, llamé un taxi y me fui dirección a la residencia de mi padre.

Llegué a la residencia de mi padre y, al entrar, la familiaridad del lugar me hizo sentir un poco más tranquila. Me dirigí hacia su habitación, intentando prepararme mentalmente para que no notara mi estado. Quería estar entera, al menos frente a él.

Destinados - João FélixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora