El sol comenzaba a ocultarse detrás de los altos edificios de la academia, proyectando largas sombras que se arrastraban por el jardín interior. Rin Itoshi permanecía inmóvil frente a un caballete, con los ojos fijos en la tela en blanco. Las manos, cubiertas de manchas de pintura, sostenían un pincel con la misma precisión con la que un músico sostendría su instrumento más preciado.
Pero en esa tarde, la inspiración parecía escaparle como un espejismo. Los trazos, usualmente precisos y calculados, no lograban capturar la imagen que rondaba su mente.
La frustración burbujeaba en su pecho, apretando su respiración. No era algo que admitiera fácilmente, pero había algo que faltaba en sus trabajos últimamente. Algo que, por primera vez, no sabía cómo resolver. El paisaje que intentaba plasmar era tan distante y vacío como el reflejo de una luna deslavada.— Estás estancado, ¿verdad?
La voz alegre y cantarina resonó a su espalda como una melodía inesperada.
Rin se giró de inmediato, el ceño fruncido de manera casi automática. Bachira Meguru se encontraba detrás de él, como si hubiese salido de entre las mismas sombras que proyectaban los árboles del jardín. Sus ropas estaban salpicadas de arcilla y polvo de piedra, y su cabello desordenado parecía reflejar la misma indisciplina de su carácter.
Rin sabía que los demás estudiantes lo llamaban de mil formas diferentes, no sabía el por qué...pero asumía que era porque pasaba sus días en la esquina más recóndita de la academia, creando esculturas extrañas que nadie comprendía del todo. Siempre solo. Siempre sonriendo como si supiera un secreto que los demás no. Rin juraba que a veces lo oía hablar solo...eso le preocupaba.
— No te he pedido tu opinión.
Murmuró Rin con frialdad, aunque su voz sonó más cansada de lo que pretendía. Bachira siempre lo sorprendía así, apareciendo de repente con esa energía perturbadora que descomponía el orden que tanto se esforzaba en mantener.
Bachira ignoró su tono y se acercó despreocupadamente. Sus ojos, dorados y brillantes, recorrieron el lienzo vacío como si vieran a través de él.— Los colores no quieren quedarse contigo...
Dijo suavemente, ladeando la cabeza con curiosidad al examinar el lienzo con unos trazos desordenados impropios de Rin, el menor de la familia Itoshi, la sombra de Sae Itoshi.
Siempre la sombra. Nunca fue llamado la luz de nadie, solo era una mísera sombra de todos.
Así se sintió Rin al oír la primera frase, ¿Los colores no querían quedarse con él? ¿Acaso tenían vida? ¿Acaso los colores lo dejarían también?
— A veces se rebelan, ¿sabes? Si los fuerzas demasiado, se van.
Rin apretó los dientes. Era absurdo. ¿Cómo podían los colores rebelarse? Pero había algo en la manera en que Bachira hablaba, en la ligereza de sus palabras, que lo desarmaba. Como si él pudiera ver algo que a Rin se le escapaba.
— ¿Y tú qué sabes de colores?
Replicó con brusquedad, intentando recuperar el control de sus mandíbula, la que aún de mantenía apretada.
— Tú solo esculpes cosas. Frías, rígidas. No sabes nada de ellos.
Bachira se rió, un sonido suave y vibrante, y se movió hasta quedar justo a su lado. Tan cerca que Rin podía sentir el calor que emanaba de él, como una brisa cálida en medio del invierno.
— Mis esculturas pueden ser rígidas, pero no son frías. Yo les doy mi calor, mi energía. ¡Y por eso se mueven!
Alzó una mano con delicadeza, sus dedos largos y manchados trazando un movimiento lento y elegante en el aire, como si estuviera delineando una forma invisible.
— Pero tú, Rin… tú ahogas tus obras.
Rin sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era un comentario extraño, casi poético, pero había algo perturbadoramente cierto en él. ¿Era eso lo que sentía últimamente? ¿Que su arte estaba perdiendo vida? Pero si era cierto, si realmente estaba atrapado, entonces… ¿qué debía hacer?
— Déjame ayudarte.
La voz de Bachira se deslizó como un susurro de agua corriendo. Y, antes de que Rin pudiera protestar, Bachira tomó el pincel de su mano y se volvió hacia el lienzo en blanco.
Lo que sucedió después fue un caos absoluto. Bachira hundió el pincel en el rojo brillante y lo arrojó sobre la tela, sin siquiera pensarlo. El color explotó como una flor desbocada, extendiéndose en trazos desordenados y manchas erráticas. Luego, tomó el azul y el amarillo, y dejó que gotearan, que se mezclaran sin lógica aparente, creando una maraña de tonos vivos que parecían danzar sobre la tela.
Rin contuvo el aliento. Una parte de él quería gritar, apartarlo, impedir que siguiera destrozando la estructura meticulosa que tanto valoraba. Pero había algo… algo en la libertad de sus movimientos, en la pasión con la que cada gota de pintura era lanzada, que lo hizo detenerse.
— ¿Qué… qué crees que estás haciendo?
Susurró, sin darse cuenta de que la dureza habitual de su voz se había disuelto en algo más suave. Algo más vulnerable. Lo odiaba.
Bachira se detuvo un momento, su sonrisa tan brillante como siempre. Odiaba esa sonrisa.El casgaño giró la cabeza hacia él. Sus ojos dorados parecían arder con una intensidad tan cálida que casi dolía mirarlos. Odiaba sus ojos.
— Te estoy mostrando lo que no quieres ver.
Dejó caer el pincel, que rebotó contra el suelo con un sonido apagado. Luego, con una lentitud deliberada, se inclinó y, para sorpresa de Rin, manchó sus propios dedos con pintura. Manchas de azul y rojo y verde se esparcieron por sus manos, y antes de que Rin pudiera apartarse, Bachira tocó su mejilla con esos dedos teñidos de color.
— ¿Qué haces?
Balbuceó Rin, sintiendo el calor de los dedos de Bachira a través del frío de la pintura y la de su propio rostro. Odiaba sus manos. Odiaba la pintura.
Odiaba su rostro.
— Dándote vida. Estás tan atrapado en buscar la perfección que te olvidas de sentir. Pero a veces…
Se inclinó un poco más cerca y Rin sintió su corazón latir con fuerza en su pecho, ni siquiera tuvo la intención de apartarlo de un empujón o soltar comentarios agresivos...odiaba su personalidad.
— A veces, el arte tiene que ser caótico. Tiene que doler, tiene que desbordarse.
El mundo de Rin se tambaleó. Por un momento, todo se redujo a ese toque ligero en su piel, a la mezcla de colores en la tela y a la calidez de Bachira a su lado. Nunca había pensado en ello de esa manera. Nunca había dejado que algo o alguien se acercara tanto.
— Tú…
Empezó, sin saber qué decir. Pero Bachira se limitó a sonreír, un rayo de sol atrapado en la oscuridad de la noche. De su noche.
Lo odiaba.
— ¿Te molesta?
Rin se quedó en silencio. Sentía la pintura secándose en su mejilla, un rastro tangible del toque de Bachira. Y, por primera vez en mucho tiempo, no quiso borrar las marcas de su piel.
— No.
Murmuró al fin, dejando que el silencio cayera sobre ellos como una manta suave.
Y mientras el sol se ocultaba por completo, pintando el cielo con un último estallido de luz, Rin supo que ese caos, esa sensación de estar perdido y encontrado al mismo tiempo, era exactamente lo que había estado buscando.Lo amaba.
Él amaba a Bachira Meguru. Con todo su corazón.
HOLA NEGRIIIS, one shot bachirin para el amor de mi vida Tomamityy🥺🥺🥺
Este no es tan bueno como el rinreo, pero es que lo terminé con sueño...en fin
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¿Sabías que la arcilla modela almas?
Short StoryEn una prestigiosa academia donde el arte es lo más valorado, Rin Itoshi es un estudiante de pintura reconocido por su perfección técnica y su temperamento distante. Para él, cada pincelada es una batalla por lograr un ideal de belleza fría e inalca...