Capítulo 34, Burgas

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Chloe

¿He sido claro?

Gilipollas, debería haberle insultado en vez de haberme mordido la lengua. Uf.

Me recriminé el permitirle actuar conmigo de esa forma, aunque en parte la culpa la tenía yo, sinceramente...

¿Quién me mandaba a mí a acostarme con Ryder?

Si nos odiábamos a muerte, él no me soportaba. Y encima, acababa de humillarme en público.

— Amiga, hoy no duermes.— Palmeó mi espalda la castaña, ocultando la sonrisa graciosa que quería enseñar.

Rodé los ojos, sentándome a su lado.

— Es idiota.— Rechiné los dientes.

— Le dejas que te trate así en la cama, ¿no?— apuntó Mimi con picardía. Su intelecto me asustaba en ocasiones como esta.

— Emmm...¿sí?— dudé.

La incomodidad se apoderó del ambiente, Jesús. 

— Joder, hormiguita. Te gusta duro, ¿ehh?— afirmó, con un deje de sorna en su voz melosa como la miel.

—A ti lo que te va gustar es mi puño en tu cara si no te callas.— expresé.

Unos segundos más tarde, besé su mejilla, y al volver a mi sitio vi a la chica más tímida del mundo con una expresión de sorpresa decorándole el rostro.

— A ver si ese Adam de antes te quita lo agresivo.— Se unió a la conversación Scarlett, tomando un trago de su copa.

— Jajaja.— Fingí una risa.

— Te conviene irte ya y no hacerle esperar más...— Y la perra seguía, y seguía, y seguía. Cállate ya.

Le tiré de su pelo rojizo, precioso y brillante. Me enervaba cuando Mimi trataba de darme consejos.

— Ay, me estás haciendo daño.— Sus quejas me parecieron música para mis oídos.

— Me apuesto mi móvil a que Eric te da rudo y a ti eso te encanta.— solté.

Mi teoría se confirmó cuando sus mejillas cambiaron de un tono pálido a uno ligeramente rosado.

— Vete, anda.— Desvió la atención de vuelta a mí. Cobarde.

Resignada, opté por irme a la calle para tomar un poco de aire fresco y allí llamar a mis padres, quienes me tendrían que recoger mañana en el aeropuerto. Tenía ganas de comer la sopa de mamá y contarle los chismes nuevos a Layla.

Además, hacía bastante frío en la puerta del hotel Rousseau, tanto que me entraron escalofríos por la espalda y brazos, por debajo del abrigo que me acababa de echar encima. En nuestro pequeño piso el calor se propagaba de una estancia a la otra, y se estaba calentito hasta en las épocas de más nieve del año.

Marqué el número de papá, y esperé a que contestara.

Pero no lo hizo.

Resoplé, deslizándome contra la pared del edificio de diez plantas, gigantesco, quedándome sentada. Y mi mente recordó la nota que alguien me había dejado en mi cuarto, esa escrita a mano que me puso los pelos de punta.

De sopetón, sentí a un hombre acercarse a mí. Iba vestido entero de negro.

— ¿Chloe Flitcher? — preguntó, inclinando la cabeza para verme mejor.

— La misma. — Asentí.

Primer error de la madrugada: No mentir.

Todavía no entendía las circunstancias en las que me hallaba. Sola, en una ciudad de Turquía cualquiera, manteniendo una conversación con un desconocido.

Dulce odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora