30. El Precio del Conocimiento

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Snape había desaparecido de su vista. De repente, apareció detrás de ellos y, sin más preámbulos, les dio dos golpes con la libreta a cada uno, asegurándose de que entendieran la lección. Sarah sabía que tendría que hablar de esto con él más tarde.

El trabajo les tomó más tiempo del esperado, ya que entre risas y conversaciones, era difícil concentrarse. Mientras recogía sus cosas, Sarah vio a Cedric acercarse a Eileen con una gran sonrisa. Eileen parecía igual de feliz de verlo, pero su sonrisa se desvaneció en cuanto Snape se interpuso entre ambos.

—¿Qué haces aquí, Diggory? —preguntó Snape con frialdad—. Me parece que esta no es tu clase.

—Necesito hablar con Eileen, señor. Esperaba que me permitiera unos minutos —respondió Cedric, tragando saliva. La mirada fría de Snape no le daba ninguna confianza.

—¿Es de vida o muerte? —Snape se cruzó de brazos, haciendo que Cedric se pusiera aún más nervioso.

—No, señor, pero es urgente... —Cedric miró a su alrededor, buscando apoyo de algún profesor cercano, pero nadie parecía dispuesto a intervenir—. Aunque... podría ser después.

—En ese caso, deberás esperar a que Stark termine sus tareas. Al parecer, la charla que tenía con Potter y Weasley era más importante... —Snape fulminó a Eileen con la mirada, quien, incómoda, volvió a concentrarse en su trabajo.

—Entiendo, señor. Esperaré —Cedric se hizo a un lado, visiblemente incómodo.

—Será mejor que esperes afuera, o quizás al otro lado del lago. Estás distrayendo a más de una persona aquí —ordenó Snape, cortante.

Cedric se fue con una última mirada a Eileen, quien parecía incómoda por toda la situación. Sarah no pudo evitar sentir una pequeña satisfacción al ver la escena, sabiendo que Snape había actuado con intención.

Antes de irse, Sarah le entregó su libreta de Pociones a Snape y, con una sonrisa traviesa, se despidió. Sabía que tendría que discutir algunos temas con él más tarde.

Sarah se dirigió directamente a la sala común con Lukas. Desde lejos, notó su entusiasmo; parecía que llevaba esperando un buen rato, nervioso y con algo en mente. En su mano sostenía el huevo dorado, lo cual la sorprendió, pues no recordaba habérselo dado.

—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó Lukas, impaciente.

—Tenía muchos deberes, lo siento —respondió Sarah mientras se sentaba en el sofá, algo cansada.

—No importa. —Lukas se acomodó a su lado, intentando contener la emoción—. Tengo una idea para descifrar el huevo.

Sarah arqueó una ceja, intrigada.

—Dímelo, ¿qué se te ocurrió? —preguntó, sintiendo una chispa de esperanza mientras tomaba el huevo que él le extendía.

—¿Has probado meterlo en el agua?

Sarah se levantó de golpe, sorprendida por la sugerencia tan obvia pero ingeniosa.

—¡Gracias, pequeño! —exclamó, emocionada, antes de darle un beso rápido en la frente—. Nos vemos luego.

Sin perder tiempo, Sarah corrió hacia el baño de los prefectos, agarrando un par de cosas por si las necesitaba. El baño estaba tan vacío como siempre, gracias a la molesta presencia de Myrtle la llorona. Al llegar, encendió los grifos y, como esperaba, Myrtle comenzó a hablar incesantemente, inundando el aire con sus quejas fantasmales.

—Myrtle, cállate ya. Estoy mucho peor que tú y ni siquiera me quejo —dijo Sarah, exasperada.

Para su sorpresa, el comentario fue suficiente para que el fantasma se callara. Finalmente, Sarah pudo concentrarse en lo que tenía que hacer. Se metió en la bañera, aunque todavía con la ropa puesta. El simple hecho de sumergirse sin protección física la hacía sentir vulnerable, una sensación que siempre la acompañaba. En sus momentos más oscuros, se preguntaba cómo seguía adelante, cómo no había sucumbido aún a todas sus inseguridades. Que siguiera en pie, después de todo, parecía casi un milagro.

Our Safe Place | Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora