—Ay, Nare, tú y yo necesitamos más entrenamiento físico —suspiró Liv sin dejar de masajearle los brazos.
Aquella tarde habían decidido bajar al gimnasio del hotel, al fin y al cabo, todas las instalaciones iban incluidas en el precio del apartamento, no desaprovecharían ni una de ellas. Incluso si llevaban años sin pisar uno.
La sirena estaba tumbada bocabajo en su cama, escondiendo el rostro entre la almohada y los cojines. La bruja, sentada a su lado, le aplicaba relajante muscular. Cada vez que sentía los dedos de Liv deshaciéndole un nudo, era como si miles de agujas se le enterrasen en la piel.
—¿Te acuerdas de cuando éramos adolescentes y no nos saltábamos ni un solo día de entrenamiento? —continuó la rubia riendo agotada, todavía en el top deportivo y los pantalones cortos. Nare, al contrario, solo vestía los shorts.
—Ay, la juventud —suspiró sin alcanzar a pensar una respuesta elaborada.
Cerró los ojos, tratando de dejarse llevar por el masaje y el agradable calor de la crema, junto a la calma gobernando en la habitación, sin embargo, los dedos de su amiga descendieron de los hombros a los omóplatos y de ahí, a la parte baja de la espalda, donde debería encontrarse el inicio de su cola.
Un cosquilleo le recorrió todo el cuerpo, dejándola con una expresión de perplejidad, ¿qué diantres ocurría? El corazón se le aceleró mientras una súbita descarga de placer le nublaba los sentidos.
Se quedó congelada en el sitio, escuchando la voz de Liv alejándose a cada segundo que transcurría. Un incendio familiar se le desató en el pecho conforme el masaje se intensificaba.
No se atrevió a cruzar las piernas, temerosa de ser descubierta. Tan solo podía rezar porque no se le empapase el pantalón, pero aquello parecía una misión imposible, más con las imágenes formándose de manera inconsciente en su mente traicionera; una de Liv acariciándole el culo; otra de Liv metiéndole los dedos en el coño; los gemidos de ambas fusionándose en un beso desesperado.
El repentino azote de Liv la devolvió a la realidad. Nare gritó de sorpresa.
—¿Me estás escuchando, Nare? —dijo Liv con normalidad.
Nare se aclaró la garganta, mirándola titubeante, a duras penas ocultando la excitación.
—No, perdona, me he quedado dormida —rio la sirena, nerviosa.
—Qué envidia me das, guapa. En fin, que te toca echarme la crema, que no veas cómo tengo las cervicales —le respondió quitándose la camiseta y el top deportivo, lanzándolo lejos antes de dejarse caer bocabajo en la cama.
—Sí, sí, claro. Solo dame un momento.
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Kinktober 2024.
RomanceAdéntrate en este reto cargado de amor, pasión y desenfreno durante 31 días.