Daeron

530 65 26
                                    


Gracias por las estrellas y los comentarios, algunos de verdad que me hacen reír y otros e hacen sentir bien ❤️


Cuando el sol empezaba a asomar en el horizonte, el barco finalmente atracó en Rocadragón. Aemond, aún en los brazos de Aegon, parecía aferrarse a él como si fuera un refugio seguro. Aegon, con una sonrisa fatigada, le dijo:

—Hermano, ya hemos llegado. Si sigues así, voy a caerme del barco contigo en brazos, y no creo que eso sea un espectáculo digno de tu deslumbrante debut.

Aemond, con una risita tímida, finalmente accedió a bajarse, aún con la mirada de un niño que no quiere separarse de su protector.

Una vez libre del peso de su hermano, Aegon estiró su cuerpo, que crujía con cada movimiento. Los moretones en su rostro le dolían como si le estuvieran abrasando con fuego. Se sentó en el suelo, tratando de ignorar el ardor, pero su decisión de no tomar nada para el dolor era una forma de tortura autoimpuesta.

Con una voz tranquila y autoritaria, Aegon miró a su hermano y le dijo:

—Ayuda a tus sobrinos a bajar las cosas. Lucerys aún es menor, y tú eres el mayor. Asegúrate de que le echen una mano.

Aemond asintió, sabiendo que su hermano estaba en lo cierto. Se levantó para cumplir con la tarea, mientras Aegon, con una mueca de dolor, se quedó observando desde un lugar más cómodo, intentando controlar el ardor de sus moretones.

Alguien se detuvo a su lado, y el aroma a flores le indicó que era su hermana. Con una expresión de desagrado, Aegon le dijo:

—¿Qué sucede, hermana? Por favor, no me hagas cargar nada más. Para eso están tus hijos, mis hermanos, Daemon y Ser Arryk.

Su tono reflejaba un claro descontento, pues no tenía ganas de cargar con nada y se sentía abrumado. Al girarse para mirar a su hermana, la vio disfrutando del espectáculo que ofrecía su berrinche.

Con una risa juguetona, su hermana le respondió:

—Ayúdame con Joffrey entonces.

Sin esperar respuesta, le pasó el bebé a Aegon. Este, con una sonrisa resignada, murmuró:

—Perfecto, ahora dejo a mi hermano para cargar a mi sobrino. Al menos él no pesa tanto.

Mientras Aegon tomaba a Joffrey en brazos, notó que la tarea de cargar al bebé era mucho más llevadera. Aunque aún sentía las punzadas de sus moretones, al menos podía disfrutar de la compañía de su pequeño sobrino.

Como toda realeza, Aegon se encontraba en el desembarco sentado con toda comodidad, con Joffrey acurrucado en su pecho y profundamente dormido. Observaba con una mezcla de satisfacción y desdén cómo los demás bajaban las cajas y las pertenencias.

Daemon se acercó con una sonrisa irónica y, con un tono juguetón, le dijo:

—¿Podrías ayudar, Aegon, o tus manitas se romperán al intentar trabajar? No vaya a ser que un ligero esfuerzo te haga perder tu elegancia real.

Aegon, sin apartar la vista de la escena, replicó con desdén:

—No, gracias. Prefiero supervisar desde aquí. Estoy más que ocupado manteniendo a Joffrey en su lugar, lo que ya es un trabajo bastante difícil.

De repente, notó a su sobrino Jace luchando con un baúl que parecía a punto de caer. Aegon alzó la voz, su tono cargado de preocupación:

—¡Jace! ¡Ten cuidado con esa caja! ¡Ahí está mi ropa! No quiero ver cómo mi túnica favorita termina hechas trizas en el suelo.

Segunda vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora