Max no se había sentido así nunca. Su mente, nublada por la furia y el deseo, lo impulsaba hacia una única dirección: encontrar a Sergio. Los últimos rastros de cordura a los que solía aferrarse habían desaparecido, reemplazados por una obsesión enfermiza que no podía controlar. Cada paso que daba era una confirmación de lo inevitable: Sergio sería suyo, y esta vez, lo tendría bajo su dominio, sin la sombra constante de duda que lo atormentaba. No más juegos, no más humillaciones.
El trayecto hasta la casa de Sergio fue un borrón. Los semáforos y el tráfico de la ciudad apenas registraban en su mente. Lo único en lo que Max podía pensar era en la imagen de Sergio saliendo del hotel con Lewis, esa sonrisa, esos gestos que Max había creído exclusivos para él, ahora dirigidos a otro hombre. Su furia, su necesidad de recuperar el control, lo consumía. "No más", se repetía. "Sergio aprenderá que no se juega conmigo."
Cuando llegó a la elegante calle donde Sergio vivía, Max estacionó el auto bruscamente y salió de él sin siquiera cerrar la puerta. La casa de Sergio, moderna y minimalista, brillaba débilmente bajo las luces de la noche, pero para Max, todo parecía opaco y distante. Se detuvo por un momento en la entrada, respirando con dificultad, su mente luchando entre el deseo y la rabia. Durante un segundo, un pequeño atisbo de razón trató de hacerle dudar, de hacerlo detenerse, pero fue demasiado tarde. Max ya estaba decidido. Iba a poner fin a todo de una vez por todas.
No tocó el timbre. No. Golpeó la puerta con los nudillos, con la palma, con el puño. Los golpes resonaron en el pasillo, furiosos, descontrolados, una advertencia de lo que se avecinaba. No podía esperar, no quería esperar. ¡Abre la maldita puerta! gritaba su mente, pero su boca no lo pronunciaba, aún. La rabia se acumulaba, como un animal encerrado listo para saltar.
Pasaron unos segundos que se sintieron eternos antes de que la puerta se abriera lentamente, revelando a Sergio, descalzo, con ropa cómoda de estar en casa, como si no tuviera una sola preocupación en el mundo. Su rostro se sorprendió al ver a Max, pero no de la forma que Max esperaba. No había miedo. Solo una ligera curiosidad y, lo más irritante de todo, esa maldita sonrisa.
—Max... —dijo Sergio con suavidad, casi como si lo estuviera invitando a entrar con esa voz baja y dulce—. ¿Qué estás haciendo aquí?
El tono de Sergio, la indiferencia en sus palabras, encendió algo en Max. Entró en la casa sin esperar una invitación, cerrando la puerta tras de sí con un golpe. Los ojos de Max se oscurecieron, y su cuerpo emanaba una tensión palpable, como un depredador que acecha a su presa. Las paredes de esa casa, que deberían haberle brindado seguridad a Sergio, se convirtieron en un escenario donde sus sentimientos más oscuros podían desatarse.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —repitió Max con un tono gélido, avanzando hacia Sergio, que dio un paso hacia atrás de manera instintiva—. Estoy aquí porque ya no aguanto más, Sergio. Ya no soporto tus juegos, tus mentiras.
Sergio lo miró, su sonrisa apenas desvanecida, pero aún allí, como si todo esto fuera parte de algo que él había anticipado.
Eso, esa calma fingida, fue el chispazo que prendió la mecha.
—¡Deja de sonreír! —gritó, su voz resonando en la casa,—. ¡Esto no es un juego, maldita sea!
Max lo agarró de un brazo antes de que pudiera siquiera dar un paso atrás. Sus dedos se cerraron alrededor de Sergio como una trampa de acero, apretando con una fuerza que ni él mismo sabía que poseía. Sintió los músculos bajo su mano tensarse, la piel ceder ligeramente bajo su presión, pero eso no lo detuvo. Lo que sentía dentro, esa mezcla de ira, traición y obsesión, lo empujaba más allá de cualquier límite que hubiera conocido antes. Sus labios se torcieron en una mueca de furia incontrolable.
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Stuck in Your Web ~ Chestappen
Fanfiction⚠️Tóxico +18 ⚠️ Lo que comienza como una atracción intensa pronto se transforma en un juego oscuro de poder y sumisión. Mientras Max lucha por mantener el control de sí mismo, su mente se va llenando de pensamientos cada vez más perturbadores. El de...