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Había estado esperando a que Madison me contestara todo el día. Le escribí varias veces, pero nunca me respondió. Al principio pensé que estaría ocupada, tal vez haciendo compras o saliendo con alguna otra amiga. No le di mucha importancia, pero conforme pasó el día, me quedé pensativa. Llegó la noche y, sin noticias de ella, decidí distraerme viendo Insatiable. Me acosté un poquito tarde, tipo 11, y aunque Madison nunca apareció, supuse que tal vez simplemente no quería hablar.

Me quedé dormida profundamente, hasta que un ruido me despertó. Mi celular sonaba bajo la almohada, lo sentí vibrar y me removí en la cama, pensando: "Mierda, ¿quién será a esta hora?". Miré el reloj, eran las dos y media de la madrugada. "¿Será Madison? ¿Le habrá pasado algo?", pensé mientras sacaba el celular.

Contesté sin mucha gana.

—¿Aló?

—Vamos a dormir juntos, ¿sí? —era Richard, con su voz grave y adormilada.

—¿Richard? ¿Dónde estás? —pregunté, confundida, mientras trataba de despejarme.

—Abajo.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de decir. Le colgué, quedándome con el celular en la mano, preguntándome qué hacer. ¿Será que voy? Me volví a arropar, dispuesta a ignorarlo, pero el problema era que Richard tenía un poder sobre mí que no podía explicar. Sabía que si no iba, me iba a pasar toda la noche dándole vueltas al asunto, pensando en él. Y no iba a poder dormir.

Suspiré, me levanté de mala gana, agarré mi cargador y, sin molestarme en ponerme las chanclas, bajé las escaleras con el mayor sigilo, evitando hacer ruido para que mi papá no se despertara. Salí de la casa, y el aire frío me pegó en la cara como una bofetada. Caminé rápido hacia el auto de Richard, y cuando me subí, no dijimos nada.

Él arrancó el carro enseguida, como si temiera que me arrepintiera en cualquier momento. En el camino, puso su mano en mi muslo, y aunque no dije nada, sentí mi cuerpo entero estremecerse. Me hice la loca, mirando TikToks en mi celular mientras él manejaba, pero el calor de su mano quemaba, y me costaba concentrarme.

Al llegar a su casa, me bajé del auto primero, descalza y con la piel erizada por el frío. Richard no tardó en alcanzarme, se puso de frente, viéndome directamente a los ojos.

—Venga, yo la cargo —me dijo, con esa voz suave pero firme.

Sin quejarme, le rodeé el cuello con mis brazos y él me levantó sin esfuerzo, haciendo que enrollara mis piernas en su cintura. Me llevó hasta su habitación en silencio, como si todo el mundo se hubiera detenido en ese momento. Al llegar, me dejó suavemente sobre la cama. Me acomodé y me arropé, mientras él se encargaba de prender el aire y ponerse su pijama. Me miró con una sonrisa y se acostó a mi lado, envolviéndome con su brazo.

—¿Estaba fría la cama sola, cierto? —bromeó, acercándose más a mí.

—Nah, tampoco tanto. Pero usted no está tan mal pa' calentarla —le respondí con una sonrisa juguetona, aunque sentía mi corazón latir rápido.

Él soltó una risa baja, y me abrazó aún más fuerte.

—Sabía que no se iba a resistir, mami. No hay necesidad de hacerse la difícil conmigo.

—Ay, déjese de vainas —respondí, aunque no pude evitar sonreír.

Nos quedamos así por un rato, en silencio, solo escuchando nuestras respiraciones. Sentía su mano acariciando mi espalda, y aunque no quería admitirlo, me sentía en paz. Pero, claro, mi mente no dejaba de dar vueltas. ¿Qué era esto con Richard? ¿Solo sexo casual, como le había dicho antes? Porque, sinceramente, ya no estaba tan segura.

El niñito ese - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora