Un poco de terror.
Tradiciones orales.
Condenados.Mi bisabuelo, un hombre curtido por las duras lecciones de la vida, solía contar una historia que nos dejaba con el corazón latiendo rápido, especialmente cuando la oscuridad de la noche caía y solo el viento susurraba entre las rendijas de la casa. Decía que en este mundo, todas las cosas, tanto las buenas como las malas, encuentran su justo pago, tarde o temprano.
Con voz grave y pausada, siempre comenzaba de la misma forma: "Si haces cosas buenas, vives tranquilo, y cuando mueres, simplemente te vas al cielo. Pero si te dedicas a hacer el mal, a dañar a otros, las cosas no terminan tan fácilmente". Nadie osaba interrumpirlo, porque todos sabíamos que lo que venía a continuación no era una advertencia común; era algo más oscuro, algo que parecía haber visto con sus propios ojos.
Al morir, decía, aquellos que han causado sufrimiento no encuentran las puertas del cielo abiertas. En su lugar, son detenidos justo en el umbral, donde se les pide que den cuenta de cada una de las faltas que cometieron en vida. Allí comienza su castigo: deben reunir todos los cabellos que alguna vez perdieron y recolectar cada uno de sus dientes, esos mismos dientes que usaron para mentir, para herir, para maldecir. Pero esta no es una tarea que puedan cumplir fácilmente, porque están condenados a vagar sin descanso por la Tierra, buscando sin cesar aquello que les falta.
Esos condenados, continuaba mi bisabuelo, no viven como sombras inofensivas. Se esconden entre nosotros, agachados, siempre cubiertos por una oscuridad que parece envolverlos como una segunda piel. Son figuras sombrías que jamás levantan la cabeza, como si la culpa les pesara demasiado. Y lo más terrible es que, aunque parecen mendigos inofensivos, están llenos de desesperación. Caminan por los caminos desolados, pidiendo a los vivos algo aparentemente sencillo: maíz para sus dientes, papa para sus ojos, y ropa para su piel.
"Pero nunca les des nada", advertía con un brillo helado en sus ojos. "Porque en el momento en que les das lo que piden, sellas tu destino". Lo que esos condenados realmente buscan no es cubrir su desnudez o alimentarse, sino completar su transformación. Y cuando lo logran, se convierten en algo mucho más peligroso. Devoran las almas de aquellos que fueron lo bastante ingenuos como para ayudarlos, atrapándolas en su misma condena eterna. Es por eso que, cuando mi abuela se cortaba el cabello, lo quemaba inmediatamente. También enterraba cada diente que perdía. Sabía que si alguna de esas cosas llegaba a las manos equivocadas, podría ser el fin.
Mi bisabuelo siempre bajaba la voz en este punto, y el aire a nuestro alrededor se volvía más pesado, como si su historia hubiera traído consigo una presencia indeseada. Contaba que había lugares oscuros, rincones donde los condenados se congregan, esperando, en silencio. Y si alguna vez te encontrabas en uno de esos sitios, al doblar una esquina en la penumbra, tenías que andar con cuidado. "No hagas ruido", nos advertía. "No llames la atención". Porque si un condenado te toca o te daña, su condena se extiende aún más, y te arrastra a su propio sufrimiento.
¿Pero cómo saber si te has cruzado con uno? La respuesta es inquietante: "Cuando te sangra la nariz". Esa es la señal inequívoca de que un condenado ha cruzado tu camino. Puede ser que lo hayas rozado sin saberlo, o tal vez él te haya visto y decidido hacerte su próximo objetivo. Sea como sea, si sientes el calor del líquido rojo correr por tus labios al girar una esquina en la oscuridad, sabrás que no estás solo.
Y ahí no acaba el horror. Mi bisabuelo decía que, cuando un condenado te daña, comienza a llorar. No porque sienta remordimiento, sino porque sabe que ha sido condenado aún más. Ese llanto es profundo, lleno de una angustia que atraviesa el alma. El condenado entonces te sigue, caminando a tu lado en la penumbra, pidiendo perdón entre sollozos, esperando que tú lo liberes de su creciente condena. Pero su redención no es fácil, y mientras tanto, tú sientes su presencia cada vez más cerca, cada vez más desesperada.
Este relato siempre nos dejaba con un escalofrío recorriendo la espalda, como si en cualquier momento pudiéramos sentir un leve roce en la oscuridad, o peor aún, ver una figura agachada al borde del camino, pidiendo lo que nunca debemos dar. Aunque parecía solo una historia, mi bisabuelo la contaba con una convicción tan firme que ninguno de nosotros podía dudar que había algo de verdad en sus palabras.
Quizás, en alguna de sus noches de juventud, vagando por los caminos polvorientos, él mismo había doblado una esquina en el momento equivocado y había sentido la fría sombra de un condenado pasar a su lado. Y tal vez, solo tal vez, su advertencia no era solo un cuento para asustarnos, sino un intento de protegernos de algo mucho más oscuro de lo que estábamos preparados para enfrentar.~ . 🐍་ 𓂃𝘊αмι ꒱
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𝗛𝗜𝗦𝗧𝗢𝗥𝗜𝗔𝗦 𝗔𝗡𝗢́𝗡𝗜𝗠𝗔𝗦 ⏤͟͟͞͞★
Random𝖧𝗂𝗌𝗍𝗈𝗋𝗂𝖺𝗌 𝖽𝖾 𝗅𝗈 𝗊𝗎𝖾 𝗆𝖾 𝖼𝗎𝖾𝗇𝗍𝖺𝗇 𝗈 𝗉𝗂𝖾𝗇𝗌𝗈, consejos, 𝖺𝖼𝗍𝗎𝖺𝗅𝗂𝗓𝖺𝖼𝗂𝗈𝗇𝖾𝗌 𝗅𝖾𝗇𝗍𝖺𝗌 🐢, 𝗇𝗈 𝖾𝗌 𝗎𝗇𝖺 𝗇𝗈𝗏𝖾𝗅𝖺, 𝗌𝗈𝗅𝗈 𝗁𝗂𝗌𝗍𝗈𝗋𝗂𝖺𝗌 𝖺𝗅 𝖺𝗓𝖺𝗋. Básicamente será mi diario escrito. ~ . �...